El vacío, esa inadecuada compañía

29.07.2014 00:09

Petra. Dramaturgia: Venquetetienteteatro. Dirección: Roberto Aguirre. Intérpretes: Betsabé Quintero, Cecilia Humberto, Elena Schnell, Laura Rodríguez y Margarita Cubillos. Diseño lumínico y asistencia escenográfica: Claudia Gomensoro. Vestuario: Florencia Jofré. Entrenamiento actoral: Manuel García Migani. Diseño gráfico: Gustavo Valdez. Fotos: Federico Pérez Gelardi, Federico Jefferies con Elena Visciglio (dirección de arte) y Luis Rodríguez (asistente). Tráiler: Alejandro Alonso. Producción: Ana Pistone y Laura Rodríguez. Sala: Ana Frank.

 

Para defenderse de cuanta desgracia sentimental la cerque, lo único con que Petra cuenta es su nombre. Petra -el nombre-, tiene una solidez incuestionable, pero, a la hora de medir fuerzas, se desvanece del mismo modo que el resto de los atributos de Petra -la mujer-: talento, fama, belleza, seducción. Y así, pasa sus horas fingiendo una soberbia, una autoridad y una astucia que no le cuadran y cayendo derrotada ante una soledad i-ne-vi-ta-ble.

El elenco Venquetetienteteatro se sirvió de la magistral obra fílmica de Fassbinder, Las amargas lágrimas de Petra Von Kant, para montar un nuevo espectáculo y virar hacia un tipo de puesta bien disímil respecto de sus antecesoras. Siempre dirigido vía satélite por el eficaz Roberto Aguirre, el grupo de impronta femenina sucumbió ahora ante los encantos del intimismo y la sutileza. Es decir, lejos de las puestas más abiertas, transitadas, pobladas, habladas y hasta intelectuales (si cabe el término) que hacen a su pasado.

En Petra, hay concentración de recursos. Los mismos objetos, vestuarios y detalles se resignifican con el paso de los minutos. Por sobre ellos, el teléfono, instrumento que pasa de la distancia a la cercanía, simbolizando el paso de la superioridad a la necesidad. En tanto, el espacio pareciera volverse cada vez más acotado, los cuerpos cada vez más cercanos y las acciones cada vez más precisas. Finalmente, todo se condensa… hasta su extinción: las bebidas, los bocetos de diseño, las personas, el amor… El vacío llega para quedarse.

Claro que, tratándose de Rainer Werner –cuya gigantografía preside la escenografía a modo de supervisor omnipresente-, hay otro tipo de desbordes y llamados a la ampulosidad. Tienen que ver, lógicamente, con las leyes del melodrama y con una actuación acorde, en el marco de la cual Petra parece desfallecer en cada intento por asir todo aquello que se le escapa.

Los sentimientos -sobredimensionados- retumban en un cuadrilátero delimitado por la cama. Mueble que, como en el film de Fassbinder, se transforma en el depositario de cuanto tipo de emoción provenga de Petra y sus allegadas. El grito y la desesperación no encuentran consuelo ni en el abundante alcohol. Los reproches –inútiles- solo profundizan las grietas en las relaciones.

Como debe ser, el momento del festejo –el cumple de Petra- es el adecuado para que la artillería fassbinderiana descargue toda su crueldad y su cinismo. Como en un film de Von Trier, hay que aguar la fiesta. Sí o sí, in situ o a la distancia. Las mujeres recubren su humanidad de adornos kitsch, al tiempo que descubren su ferocidad, su frivolidad y su hipocresía.

Esta Petra que se puede ver en la sala Ana Frank es valiosa en su densidad y síntesis. También –o tal vez en principio- por la estupenda actuación de Laura Rodríguez (Petra), sumatoria de sutilezas y desgarros. Tan convincente como déspota como en su vulnerabilidad. Por su parte, Cecilia Humberto entrega una Marlene tragicómica, una suerte de Harpo Marx contenido y humillado, que abre su boca solo para cantar patéticamente ese amor imposible que solo puede rozar mientras está dormido. El resto del elenco -Betsabé Quintero, la amiga; Margarita Cubillos, la amante; Elena Schnell, la madre (el film de R.W.F. suma también a la hija)- se ajusta al juego con la adecuada cuota de glamour decadente, mientras un oportuno soundtrack promete y/o lamenta pasiones extremas.

Las huellas masculinas del pasado y del presente, que los diálogos ilustran con crudeza, son sin dudas (y como en otras creaciones de R.W.F.) las marcas que en el propio autor dejó una visión sado-masoquista de las relaciones de pareja. Una mirada donde la entrega no admite medias tintas. Y en esto, Petra, ya no el nombre, ya no la mujer, sino la obra misma, es más que clara.

 

Fausto J. Alfonso