La memoria teatral III (el final)

23.04.2019 09:31

Por Fausto J. Alfonso

 

Orgullo de Junín, la murga La Muy Guacha tuvo el honor de cerrar el XVII Encuentro de Teatro por la Memoria. Lo hizo del mejor modo: con impacto visual y musical, pero también con ironía al servicio de la actualidad. La agrupación dirigida por Cintia Bartolomé y Marcelo Sosa pre-estrenó Navegando desiertos, una ficción pirata de buen ritmo y contagiosa vitalidad. Y además, compartió con Claudio Brachetta, su tema Abrir huella, que se estrenó en la apertura e identificó esta edición del encuentro. Que, en su último tramo albergó, entre otros, los espectáculos que siguen.

 

Naufragios. Muchos son los aspectos que esta propuesta baraja, relacionados con este mundo cruel que nos está tocando en suerte. Cuestiones sociales, políticas y tecnológicas que lejos de asegurarnos un bienestar, nos devuelven al estado de primates. Una mujer está a punto de explotar. Y finalmente lo hace. Pero más que de una explosión, se trata de una implosión. Norma no quiere saber más nada con el mundo y se repliega en su departamento, en un riesgoso aislamiento que nos hace pensar -de modo incómodo- en temas como la libertad y el individualismo. Guillermo Heras, desde la dramaturgia, y Gustavo Casanova, en la dirección, le acercan las armas a la actriz Eliana Dottori para que se atrinchere. Ella cumple con precisión, como si se tratase de una francotiradora de la actuación. La mujer sufre las consecuencias del Gran Hermano e incuba una violencia de origen mediático, mientras por el vidrio de su ventana -única conexión con el afuera- ve el eco perturbador de una realidad macabra, poblada de gente difusa en situación difusa. Naufragios es una obra políticamente incorrecta. De un anarquismo raro. Casanova nos va haciendo entrar de a poco, como para que no se note de una la cornisa en la que estamos (y terminamos) parados. ¿Hasta dónde está buena la actitud de Norma (un nombre que se escapa de sí mismo, dicho sea de paso)? Lo suyo, ¿es una genuina toma de posición de combate? ¿O apenas se trata de una mascarada para evitar hacerle frente a la realidad? ¿Encerrarse es queja o resignación? El público sale pensando, sin dudas.

 

El cangrejo. El destierro. La pérdida de la paz y del contacto con la naturaleza. El empujón hacia la incertidumbre de una metrópolis desconocida... Tal el padecimiento de un campesino que sobrevive en la calle vendiendo dos productos muy dispares: ensaladas de frutas y minutos de celulares (el campo y la ciudad). Un hombre que recuerda la generosidad de su tierra (“donde uno tira una tuerca y florecen tornillos”) y ahora esquiva el fuego cruzado entre paramilitares y guerrilleros. Allí en Colombia, donde la tranquilidad amaga, pero no afloja. El grupo Teatro errante acerca esta historia representativa de otras tantas, en la actuación y dirección de Juan Carlos García Girardo, sobre textos de Liliana Hurtado Saenz. Con el correr de los minutos, la propuesta se despega de una inicial monotonía y la interpretación gana al sumar recursos que van más allá del texto. La interacción con el público -objetos mediante y en su justa medida- le otorga más sustancia, más consistencia, a los dichos y recuerdos de este ser que inevitablemente ha debido adoptar una personalidad adicional -se ha curtido- para sobrevivir ante las matanzas indiscriminadas, el sobrevuelo de los chulos y las conversaciones al borde del crimen. García Girardo se desdobla en hombre común y poeta. La sencillez de la puesta permite que el espectador se adentre de lleno en el tema y la ambigüedad de algunos pasajes potencia la reflexión de aquél. El cangrejo es, a su modo, un documento sobre este país donde el prefijo des (desplazados, desmovilizados, desocupados…) he hecho tanto daño.

 

¿Alguien vio a Lucía Miranda? (Una leyenda timbú). Hoy como ayer, todo ejercicio de dominación tiene su relato y todo relato su ficción. Así ya lo había entendido Ruy Díaz de Guzmán allá por el XVII, cuando escribió la historia a su modo, erigió como mártir a Lucía Miranda y defenestró a los timbúes de las orillas del Carcarañá. A partir de esta postal, Daniel Fermani creó un precioso y preciso texto (A Lucía Miranda la perdió su belleza), en el que La Gota Teatro se inspiró para montar una puesta de gran atractivo visual y sonoro, con un muy buen trabajo orgánico por parte de los actores y detalles escenográficos, de vestuario y de maquillaje ajustados a una armonía integral, donde la atmósfera selvática, la amenaza siempre latente y el amor idealizado se palpan claramente. El espectáculo es sugestivo y seductor. Sus aspectos ritualistas nunca están amenazados por la caricatura indigenista y su tesis se desenvuelve con claridad, sin perder jamás fuerza ni poesía. La manipulación, la idea del paraíso que nos espera a la vuelta de la muerte, la reflexión sobre el lenguaje (¿puede un aborigen poetizar? ¿o ese ejercicio es propiedad del español, aunque el abolengo tenga un toquecito mestizo?)… Varios temas son los que se cruzan mientras los timbúes sudan la desgracia de ser colonizados y Ruy Díaz, erguido, impecable y pluma en mano, escribe la historia de los que ganan. También hoy como ayer, la idea es provocar el enfrentamiento entre pares, entre hermanos (como lo son Mangoré y Siripo) y no hay como una Lucía Miranda, “la virtud en forma de belleza”, como para avivar las aguas de esa ficción que todo lo justifica. ¿Alguien vio…? es un espectáculo bello y profundo, que se vale de buenas armas y ninguna artimaña.

 

Y hubo más. Durante las dos últimas semanas del XVII Encuentro de Teatro por la Memoria, también fueron de la partida Una sombra en el pajonal (El Conventillo Teatro, Rivadavia, Mendoza), Modestamente con bombos y platillos (Cirulaxia Teatro, Córdoba), Lo que cuentan las alas de las mariposas (de y por Liseth Barrera, Colombia) y Cinco minutos sin respirar (Ropa prestada, Mendoza).