Lo cotidiano se vuelve extraño

22.11.2013 17:18

 

Por Fausto J. Alfonso

 

Un lustro hacia atrás, el teatro mendocino estaba al borde de su anquilosamiento. No por la falta de puestas -que ciertamente abundaban- sino por un aburguesamiento que amenazaba con homogeneizar la escena. En ese contexto, la silueta de Ariel Blasco se transformó en un alentador sobrerelieve que se proyectaba desde las fauces mismas de lo audiovisual para instalarse, cómodamente y de una, en el siempre tambaleante terreno de la escena. La carta de presentación fue SchultzundBielerundSteger (aunque venía de co-dirigir Cámara en ristre, junto a Lucas Olmedo). Los que la vieron, es muy probable que guarden un grato recuerdo y adhieran a estas retro-líneas.

El caso es que, hoy como ayer, con Biónica y El vuelo del dragón por medio, y distinguido para dirigir La felicidad, lo más reciente de la Comedia Municipal, Blasco sostuvo con los hechos lo que evidentemente entiende teóricamente como teatro: una aventura. Pero una aventura en la que todo está calculado y en la que el entretenimiento y la reflexión conviven armónicamente prodigando placeres varios al espectador.

Así ocurre también con Reflejos, donde vuelve al autor de su debut, Matías Feldman. Y con él, a un texto que le permite experimentar con la forma de la puesta desde lo espacial, lo lumínico, lo sonoro y, sobre todo, desde el tempo. Es éste y su manipulación lo que termina por otorgar una dosis de extrañamiento a una situación que a priori se insinúa argumentalmente remanida.

Claro que el efecto de ese uso del tempo lo vemos en cuestiones más… tangibles: la ambigüedad y convivencia de los espacios, las absurdas resoluciones de ciertos diálogos (como el que telefónicamente sostiene uno de los protagonistas con su madre), la simultaneidad de las acciones (en un punto los focos de atracción/acción se cuadruplican), brevísimos instantes en los que la acción se tilda por el efecto devastador que provoca en alguien una noticia o un comentario, etcétera.

Lejos del hiperrealismo que se le podría adjudicar (y que -por momentos- puede caber en términos de interpretación), Reflejos es un mix de registros (cómicos, absurdos, naturalistas) orientados a reforzar en el espectador aquel estado de extrañamiento. Durante buena parte del espectáculo estamos frente a una típica oficina totalmente iluminada, que nada oculta. Sin embargo la sensación de ser parte de otra dimensión de a poco va in crescendo y, engañados por el humor en más de una ocasión, terminamos palpando la sordidez que esconden esos cinco seres reflejados.

Contar la sinopsis no tiene demasiado sentido. Pero sí resulta tentador -y hasta agradable- comentar y alertar que en la piel de una madre madura que luce una remera de AC/DC pueden anidar “virtudes paranormales”. Que una chica prolija y laboralmente eficaz, que confiesa sus masturbaciones a un diario, tiene un potencial explosivo. Que otra, más insinuante y especuladora, reserva cuantiosas dosis de debilidad. Que un muchacho que se presume justo nunca lo podrá ser y otro que se presume bueno será víctima de esa misma bondad.

El equipo actoral se ensambla a la perfección. Cada uno da el tipo que le tocó en suerte y se luce con sus recursos, pero son impagables los momentos que comparten Manuel García Migani  y Alejandra Trigueros (Francisco Gámez y su madre), como lo es el monólogo inicial de Tania Casciani (Lucrecia Morgan), una actriz que no deja de redoblar apuestas y calidad.

 

Ficha:

Reflejos. Autor: Matías Feldman. Dirección: Ariel Blasco. Intérpretes: Eliana Borbalás, Tania Casciani, Manuel García Migani, Diego Quiroga y Alejandra Trigueros. Sonido: Fernando Veloso. Producción: Marcelo Ríos. Sala: Buffet (Teatro Independencia, Chile y Espejo).