Y bueno... nada

18.06.2017 10:24

Por Fausto J. Alfonso

 

Fogueado en universos extrañados y ficciones múltiples, Ariel Blasco recurrió otra vez a un texto de Prociuk. Lo había hecho con Biónica, una de esas delicatessen (como Schultzunbielerunsteger, como Reflejos) a las que nos ha acostumbrado. Sin embargo ahora, con Pequeños círculos, el encanto de lo enrarecido invita al tedio. La originalidad de ciertos recursos no puede contra lo pasmosa que resulta, en general, la propuesta.

Los motivos de este desencanto tal vez habría que buscarlos en distintas partes. El texto de Prociuk, sin dudas muy atractivo (aunque sobre un tema bastante trillado), pierde misterio y garra en esta versión escénica, muy fría y calculada. Una puesta planteada como para que se noten bien -una y otra vez- la originalidad de ciertos aspectos de la actuación o de la narración (varios de ellos ligados a lo cinematográfico, la otra debilidad de Blasco). Al exhibir tanto los mecanismos internos, la propuesta pierde fluidez y el espectador sólo espera el próximo artificio. Hasta que llega el final -medio previsible, dicho sea de paso- y bueno… nada.

Por otro lado, la iluminación no es lo suficientemente creativa como para contribuir a generar distintas atmósferas, y lo sonoro hasta ahí no más. Y quizás, hasta habría que plantearse si el Quintanilla es el sitio más apropiado para una puesta que requiere de una arquitectura más desestructurada y no tan frontal, aún cuando se han respetado bastante bien los espacios reales-ficticios que plantea la trama y se los ha tratado de integrar de algún modo.

Pequeños círculos es, como se sabe, metateatral: un escritor trabaja sobre una obra que lo puede llevar a destrabarse de su oscuro pasado. Pero también es un thriller. O dos. O uno de dos caras. (El thriller, vale aquí la acotación, ya se insinúa como la nueva moda del teatro mendocino, luego de las salvajes, bárbaras avalanchas de improvisación y stand up. Dos o tres thrillers estrenados el año pasado; dos o tres más recientes…). Pero, volviendo al punto, Pequeños círculos también es, o fundamentalmente es, un juego irónico, que se hace el serio, el peligroso. Y en ese aspecto no se define del todo. O no ha querido definirse. Están los momentos de suspenso, otros de comedia, los ligados al consabido thriller propiamente dicho, pero… aparecen como desintegrados lúdicamente.

Esto nos lleva también a hablar de los actores. Ese juego, que aquí es más tácito que otra cosa, no corre por igual para todos o no es aceptado por igual por todos. Rodrigo Casavalle (el editor) es quien demuestra comprenderlo mejor, en su entrega física, el manejo de los tiempos y el jugo que le saca a su propio texto. Rubén González Mayo y Jorgelina Jenón son dos estupendos actores (cero novedad), sin dudas de lo mejor de nuestro teatro, y es muy bueno encontrarlos en una propuesta muy atípica para el historial de ambos. Pero se pierden en el laberinto narrativo, ganándoles el desgano a medida que avanza la trama. Por su parte, Marina Candolino Przyklenk y David Laguna ofrecen actuaciones insulsas, con las que es imposible conectarse aunque sea por segundos. Todos los personajes tienen una cuota importante de picante y perversión que no está explotada. Se quedan en amagues. El verdadero desquicio se niega a aparecer en escena. Ni el tiro del final lo compensa.

 

Ficha:

Pequeños círculos. Autor: William Prociuk. Dirección: Ariel Blasco. Elenco: Comedia Municipal Cristóbal Arnold. Intérpretes: Rubén González Mayo, Marina Candolino Przyklenk, Jorgelina Jenón Aimar, David Laguna y Rodrigo Casavalle. Ilustración: Estudio COSO. Diseño sonoro: A. Blasco y Fernando Veloso. Diseño escenográfico: Andrés Guerci. Realización: Rodolfo Carmona. Iluminación: Noelia Torres. Asistencia de dirección: Marcelo Ríos Roig. Sala: Quintanilla, función del 11-06-17.