A Lorca: dedicación y delicadeza
Por Fausto J. Alfonso
En La Colombina se erige una obra que tiene a Federico García Lorca como protagonista tácito. No es Yerma. Como no es yerma la superficie en la que sucede la acción, ya que de ella brotan dos espigas de acero, maleables pero inquebrantables, para jugar a un juego que el director del asunto sembró y abonó previamente, con dedicación artesanal. El título en cuestión es Pez luna*, se inspira en parte de El público (1930/33), y es una excelente opción para recuperar el hábito de ver teatro en Mendoza, luego del endemoniado 2020.
A lo largo de su ya extensa trayectoria, Fabián Castellani nos ha acostumbrado a enfrentarnos con trabajos de orfebre. Toma de aquí y de allá pequeños -aunque trascendentes- materiales y los va engarzando en una búsqueda donde el compromiso y la originalidad siempre van de la mano. Esos ingredientes chiquitos y preciosos alcanzan tanto al texto, como a lo material (vestuario, utilería, accesorios varios) y a la acción física de, en este caso, Valentina Luz Aparicio y Celeste Álvarez. Dos actrices solventes que, con sus respectivos aportes a la hora de la creación, terminan por redondear un espectáculo pleno de energía, que sabe cuándo bajar los cambios e introducirnos en zonas de reflexión o de calidez, sin desvanecerse nunca ni caer en un especulador sube y baja emocional.
Castellani & Cía. optaron por adaptar la segunda escena de El público, titulada Ruina romana. Esa adaptación incluyó contextualización y comentarios, con lo que la propuesta va más allá de la mera representación ficcional, para adentrarse en lo didáctico-histórico-documental, tomando recursos brechtianos, integrando al público desde lo espacial y lo verbal, y manipulando textos sobre papel cual si se tratase de un semimontado.
Pero todo ese cruce adquiere consistencia y deja de ser un muestrario de conocimientos del arte teatral y sus posibilidades, a partir del afinado trabajo actoral y de la poesía dramática lorquiana que, en esta obra, a diferencia de sus piezas más conocidas y representadas, potencia su costado más surrealista e involucra al espectador en un complejo y entretenido contrapunto entre dos seres (figuras de Cascabel y Pámpano, en el original).
Un duelo verbal lleno de ambigüedades que tienen que ver con el amor, el poder y el sexo. Y, sobre todo, con las expectativas respecto del otro, la idealización, el compromiso, la traición. Sin abandonar nunca el espíritu homoerótico del escrito original, que tantos problemas le trajo a Federico, como su propia condición, que hasta terminó con amistades como la de Luis Buñuel (episodio que en Pez luna se apunta brevemente).
La intensidad de los cuerpos, que se fusionan o repelen según las circunstancias, responde a una coreografía precisa y los pocos elementos manipulables pueden resignificarse de un segundo a otro, con un simple giro. Así, por ejemplo, una flauta puede resultar un falo, un arma e incluso una mismísima flauta (persuasora). Todo se multiplica y diversifica, comenzando por las mismas criaturas, pese a que la ley manda: “Uno es uno y siempre uno”.
La autoridad intercambiable de una pareja genéricamente imprecisa (más allá de los indisimulables cuerpos femeninos enfundados en españolísimos vestidos blancos ribeteados en negro, como si emulasen aquellos dibujos que el propio Lorca ensayaba en el papel), la posesión, el erotismo, revelan comportamientos individuales e íntimos. Pero por sobre la intimidad y lo privado se yergue la autoridad (autoritaria). Y allí lo tenemos al Emperador, sintetizado en dos trazos, que llega para imponerse con su censura. En ésta, la ruinosa Roma en la que transcurre la acción y se condena la sexualidad libre.
Es muy interesante como, luego del prólogo didáctico, el director nos lleva por el pasadizo shakespereano pensado por Lorca, para adentrarnos, mediante un fluido fundido, en el Pez luna que él y sus actrices crearon. La tragedia de Romeo y Julieta se convierte en analogía de otras tantas, sin importar el sexo de sus protagonistas, ni el lugar ni el momento. También allí está la crítica que Lorca hacía a un teatro más clásico, convencional, burgués o como cada uno quiera llamarle y del cual él se quería despegar. La búsqueda del desenmascaramiento. Esa es la cuestión.
Castellani, también en ambigua caracterización, es el director de nuestra ficción y de la que ésta lleva en sí. Se desdobla, asiste, completa, manipula. Nos interviene la acción que estamos disfrutando, pero no nos arrebata las expectativas. Beethoven suma placidez desde la banda sonora y desde lo lumínico se buscan distintas variantes (éste quizás sea el rubro a ajustar, ya que no siempre luce preciso ni se entienden del todo las elecciones) en pos de otras tantas atmósferas.
Quizás sea un tanto obvio decirlo a esta altura del escrito: Pez luna, más allá de lo indicado, es un homenaje al poeta granadino, que encontró en El público el mejor de los pretextos y el más atinado punto de partida. Por ello y sin caer en el bruto spoiler, vale anticipar que, sobre el final de la puesta, ésta adquiere la resonancia de un réquiem, en una ceremonia donde se integra absolutamente todo lo visto, manipulado y dicho. Como una oración en silencio donde el público y los artistas rezan por la memoria del vate. Con dedicación y delicadeza.
*Pez luna se estrenó en 2020 minutos antes que se declarara la cuarentena. Inmediatamente, tuvo que replegarse hasta fin de año, cuando alcanzó a hacer un puñado de funciones. Fue uno de los dos únicos estrenos del pasado año. El otro, Adiós Rumania, con dirección de Juan Comotti.
Ficha:
Pez luna. Adaptación de Ruina romana, segunda escena de El público, de Federico García Lorca. Dirección: Fabián Castellani. Intérpretes. Valentina Luz Aparicio, Celeste Álvarez y Fabián Castellani. Vestuario: Victoria Fornoni. Sala: La Colombina, Balcarce 220, Godoy Cruz. Función del 16-01-21.