Artistas en conflicto, una Aimé conmovedora y un Ubú inabarcable
Por Fausto J. Alfonso
SANTA FE. XVI ARGENTINO DE ARTES ESCÉNICAS. La cuidada apuesta visual propuesta por la Comedia UNL, la potente actuación de Laura Nevole (foto) y el impactante diseño de muñecos ofrecido por el Elenco Temporal de Artes Escénicas de la UNC, fueron los puntales del resurgimiento del Argentino de Artes Escénicas, durante la primera jornada de su XVI edición y tras la pausa que la pandemia le impuso en el 2020. El público se fue satisfecho de las salas Maggi (Foro Cultural UNL) y Marechal y Mayor (ambas del Teatro Municipal), tras apreciar estas tres propuestas muy disímiles -desde lo técnico, temático y estético- y que dejan mucha tela para cortar.
Las hortensias también mueren (de la Comedia de la Universidad Nacional del Litoral, habitual anfitriona del Argentino) se inspira en el cuento Las Hortensias, del uruguayo Felisberto Hernández, para desplegar una puesta donde lo metateatral, el intertexto y las citas/referencias de diverso origen y con distintos resultados -de Werner Herzog a Mirtha Legrand- se instalan en un espacio visual que impacta y que jamás pierde su atractivo gracias a un diseño de luces (Diego López) que se esmera para ello (y lo logra con creces). La anécdota involucra a dos actores, Margarita Martel y Florián Rosas, frente a la máxima competencia teatral del mundo, a momentos de recibir la noticia del suicidio del autor y director de la obra que protagonizan: Corte de muñecas.
La dramaturgia de Las hortensias… pertenece a los protagonistas -Julieta Vigo y Javier Bonatti- y al director Lautaro Ruatta. A partir del resultado de la puesta y las interpretaciones, es evidente el demandante trabajo que les ha llevado cada una de las escenas, que alternan dos realidades desde transiciones sutiles, además de digresiones desde el absurdo y momentos musicales acordes con el registro dramático que se esté tocando, aunque en un número excesivo.
Aquellas transiciones alimentan el misterio, pero también la confusión narrativa, y con el paso de los minutos (la obra ostenta al menos unos diez o quince de más) van perdiendo espontaneidad y enroscándose en algo más cerebral, también más pretencioso, que deriva en un callejón del cual es difícil salir. Y cuya mayor evidencia es la sucesión de falsos finales, como si cada capa del espectáculo tuviese que tener forzosamente un cierre por separado en vez de llegar a una conclusión abarcadora o sintetizadora, unificadora.
El tema del artista en crisis ante lo imprevisto (el suicidio de alguien cercano), lo contingente (pequeñas sorpresas que atañen a las relaciones de pareja o de trabajo) y lo desconocido (una California que se ofrece glamourosa) es capitalizado para disparar ironías varias sobre la labor del teatrista, en torno de tópicos como “la organicidad” o “la cuerda del personaje”, entre muchos más. Esto permite el lucimiento de Vigo y Bonatti, que juegan de diversos modos con la afectación vocal en medio de una enrevesada trama que dispara frases en español, en inglés y en spanglish, y que alterna el habla “popular” con lo “culto”.
El espectáculo tiene momentos de melodrama paródico, ideal para que lo kitsch y lo camp lo refuercen desde todo elemento escenográfico y vestuario que pase por nuestra vista. Desde flores imposibles a postizos aparatosos, desde teléfonos en desuso a maniquíes inquietantes que permiten diseñar los deseos reprimidos que los personajes tienen sobre una imagen ajena. El conjunto termina por agotar, aunque los logros puntuales persistan más allá de lo perecedero de las hortensias.
A este espectáculo sobrecargado de ingredientes se contrapuso minutos después la notable performance de la actriz Laura Nevole, en un contexto de absoluto despojamiento. Trópico del Plata, de C.A.B.A., con dramaturgia y dirección de Rubén Sabbadini, nos enfrenta con Aimé, una mujer cooptada por un tal Guzmán, un cafisho que la somete a un perverso proceso de enamoramiento que termina en una “enmascarada” rutina de explotación. Sola, valiéndose de un par de pelucas y uno que otro elemento, Nevole exhibe sin atenuantes la triste situación por la que atraviesa el personaje, se desdobla en su sometedor, y plantea descarnadamente los ambiguos estados emocionales por los que va pasando.
El inteligente texto escarba con astucia en los mecanismos que el poder utiliza para pegar justo ahí donde alguien no puede defenderse. El uso de la palabra, de “un buen decir” aprendido para la ocasión, que todo lo edulcora y lo falsea, es la estrategia del explotador para lograr avanzar con todo hacia su presa y conservarla en su puño. En el marco de una variante del Síndrome de Estocolmo, Aimé se transforma en un cacho de carne que es ofrendada, una y otra vez, durante los sucesivos “bailes de enmascarados” que organiza Guzmán. Y donde ella, como un elaborado plato, es devorada sin piedad. Puesta a la parrilla es cocificada y cosificada.
Lo de Aimé/Nevole es conmovedor. Su silueta delgada en constante tensión hasta el límite con el punto de quiebre (metafórico y literal), y su discurso sentido, doloroso y tierno, que vibra entre el pedido de piedad y la resignación “amorosa”, no dan lugar a la indiferencia. La actriz maneja cada momento con absoluta experticia. Y con sus relatos recrea y nos mete en un universo sórdido, de disfraces, donde el peso de la palabra ajena doblega la libertad individual. Trópico del Plata es -además de un muy buen espectáculo- polémico, disparador de múltiples debates.
De Córdoba, ¿Qué hacemos con Ubú? retomó la figura del referente déspota por antonomasia, creada por Alfred Jarry más de un siglo atrás. El resultado es un impactante desfile de muñecos cabezones (y no tanto, ya que las “jerarquías” deben graficarse) con el enooooooorme Padre Ubú a la cabeza, un ser verdaderamente inabarcable. El diseño y realización de las criaturas (Marcelo Fernández) se destaca por sobre la manipulación, a veces carente de fluidez y que estira innecesariamente la trama. Que en definitiva es una síntesis de la obra original, tomando sus nudos centrales para desarrollar la idea de un poder omnipresente, que hoy como ayer, quiere deglutirlo absolutamente todo.
El espectáculo dirigido por María Nella Ferrez juega con una deliberada ingenuidad, aunque nunca frivoliza la voracidad del poder ni la infantiliza para que todos la entiendan. La ordenada exposición de sucesos -que se contrapone a la anarquía pensada por el autor del original- permite el acceso y disfrute de público de todas las edades. La presencia de los músicos Jorge Fernandez Goncalvez y Carolina Vaca Narvaja, tanto como payadores o como responsables de la banda incidental, complementa la intriga de modo amable y creativo.