Agua que sí has de beber
Por Fausto J. Alfonso
En la literatura dramática de Sonnia De Monte, los barcos de la imaginación suelen navegar con comodidad; salen airosos de cualquier temporal y se reencausan sin abandonar nunca el rumbo esperanzador que los motoriza. En esta ocasión, esos barcos vuelven a estar, desde la literalidad de la palabra y, con un poco de voluntad por parte de los espectadores, en la imaginación de éstos. Y están para hablar de lo que más saben: de agua.
El agua incierta es una delicada reflexión sobre las experiencias, sobre los recuerdos y sentimientos de una pareja que, mientras espera que el líquido llegue a su compuerta, juega con las palabras, habladas y cantadas. Pero también, desafiando a ese tiempo que amenaza con estancarse para siempre, registra con su mirada personajes insólitos –terrenales y fantásticos- que actúan como metáforas de tipo social y existencial.
No por delicada, aquella reflexión carece de espesor crítico. La propuesta es, más allá del drama privado de dos personas que no quieren convertirse en vidas secas, un reflejo del drama social de una sociedad cuya sequía no siempre depende de la escasez de tormentas, sino más bien del tormento al que un pequeño grupo de poder somete a una mayoría de mortales. Sin caer jamás en la obviedad, cosa que se agradece enormemente, el texto de El agua incierta acaricia y pega siempre cuando debe hacerlo, conservando todo el tiempo el decir amable de lo bien escrito.
En la puesta, la calidez de las actuaciones de Celeste Rodríguez de Mesa y Raúl Ricardo Rojas contribuye a que esa “emoción crítica” llegue a la platea, a la que hace cómplice despertando también el interés por la extraescena. De noche, varados en una bosquejada ruralidad, convierten el sitio en una pista lúdica y en un observatorio astronómico. Lo hacen con gracia y a tiempo (es decir, manejando los tiempos). Pero…, siempre hay un pero, se advierte un excesivo subrayado en el tono ingenuo y/o la actitud aniñada con la que los intérpretes abordan a sus criaturas. Que tiene su correspondencia, también cuestionable, en los excesivos movimientos “coreográficos”, que a veces colocan al espectáculo en un plano de teatro físico que no viene al caso. Ambas cosas, evidentemente, son decisiones de la dirección del más que experimentado González Mayo. Que, por cierto, no terminan por perjudicar al conjunto (la experiencia es muy placentera) pero le dan una sobrecarga innecesaria.
Las creencias populares, el amor por la naturaleza, las anécdotas familiares, alimentan la charla de Griselda (en ese contexto, cómo no pensar en la de Favio) y Ezequiel, quienes de ese modo convierten a la espera en productiva, mientras ellos terminan por conocerse más. La apropiada acción de la luz, en tanto, convierte a ese desierto en un lugar mágico y artificioso, no exento de sonidos atemorizantes ni de imágenes que, a lo lejos, evocan complicidades de las malas o proezas de las buenas.
El agua incierta es una obra que apunta a los sentidos, como aquellos viejos buenos cuentos que contaban las abuelas. Se deja ver, oír y oler. Y, como quien no quiere la cosa (pero sí quiere), te hace pensar. Un espectáculo recomendable, para beber con confianza.
FICHA:
El agua incierta, de Sonnia De Monte. Dirección: Rubén González Mayo. Intérpretes: Celeste Rodríguez de Mesa y Raúl Ricardo Rojas. Vestuario: Chachy Guaquinchai. Diseño escenotécnico general: Rodolfo Carmona. Sala: Teatro Quintanilla, Plaza Independencia, Mendoza. Función del 01-11-2024.