Alejandro Cervera: de Territorios y otras cuestiones

20.11.2021 20:28

Por Fausto J. Alfonso

Fotografías (ensayos de Territorios): Silvina Martínez

 

SALTA. Como bailarín primero, y como coreógrafo, director y réggiseur luego, la vida de Alejandro Cervera ha transcurrido en los teatros. Esos que adora y que no deben prescindir de una buena cafetería, inspiradora, donde se resuelven problemas y proyectan novedades. Viajó por todo el mundo, y que haya montado el Fausto de Gounod en Génova, toca de cerca a este sitio. Pero, autorreferencias al margen, el hoy lo ata placenteramente a Salta a partir de una gran consigna bautizada Territorios. Tal es el título de la puesta que se verá estos 25 y 26 de noviembre, desde las 21, en el Teatro Provincial Juan Carlos Saravia, en la capital salteña.

El montaje tiene como protagonista al Ballet de la Provincia de Salta, que cuenta con la dirección artística de Miguel Elías y la subdirección de Sol Augeri. Como coreógrafo invitado, Cervera propone explorar sitios diversos -reales, ficticios- donde la danza hace pie, para también aunarse con el canto. De allí que, en Territorios, el movimiento y la voz sean los artífices de un recorrido que se anticipa como inquietante. También serán de la partida la Orquesta Sinfónica de Salta, la Orquesta Sinfónica Infantil y Juvenil, el Ballet Folklórico de la Provincia de Salta, un cuarteto vocal y cantantes solistas.

La charla con el maestro no podía no ser en un café. En este caso, el de la Casa de la Cultura de Salta, donde ultima detalles de la puesta, junto a Elías, Augeri y un grupo de bailarines. Cervera está concentrado en un papel con apuntes coreográficos y musicales. El pocillo ha bajado considerablemente su nivel y el artista gesticula con su mano derecha, como siguiendo un ritmo. Pausa para la entrevista. La pandemia, la creación, el presente de la danza en la Argentina y, lógicamente, Territorios, se suceden en los siguientes 38 minutos.

 

CAPÍTULO PRIMERO

Acostumbrado a trabajar toda una vida con cuerpos y con tu cuerpo, ¿cómo te impactó la pandemia y qué enseñanza o saldo te dejó?

Creo que la enseñanza que nos está dejando, y espero que la humanidad lo aprenda, es que hay que valorar mucho la vida, lo que se tiene, el trabajo, las amistades, lo que nos rodea, el espacio, las plantas, los animales. Y, por supuesto, la convivencia y la solidaridad entre los seres humanos. Esto ha sido -y sigue siéndolo- una gran advertencia a nivel planetario. Hay algo que la civilización humana está haciendo muy mal y, si no se recapacita pronto, estamos condenados. No sería nada raro. Básicamente, de acá tenemos que salir mejor. Si no, no vamos a salir. En lo personal, mi experiencia se divide en dos. El primer año, el 2020, fue terrible. Estuve muy triste, muy afectado, lloraba todos los días en los primeros tiempos, porque extrañaba, no entendía, estaba asustado, porque hubo unas pérdidas cercanas, que me dolieron muchísimo… Después, yo también cursé la enfermedad. Si bien no estuve internado, fue una experiencia bastante dura, extrañando la comunicación con las personas, con mi trabajo, mis amistades, mi familia. Me salvó un poco mi perra, Katrina, una gran compañía, y algunas experiencias por zoom, que era novedoso, con las limitaciones del caso, pero que nos sirvieron un poco para acercarnos. El 2021 marcó un cambio muy grande. La pandemia empezó a aflojar y vimos que podíamos empezar a trabajar o retomar algunos proyectos o ideas. Tuve la enorme suerte de poder hacer una obra para el Ballet del Colón, que me propuso Paloma Herrera. Por supuesto, con dificultades, restricciones, no solo en el número de personas, también en la duración de la obra, la disponibilidad y en el contacto interhumano, que para la danza se hizo muy difícil. Propuse hacer un trabajo sobre Piazzolla, por los 100 años de su nacimiento y, bueno, el tango sale de un abrazo, así que había que ingeniárselas. Hubo suspensiones, cancelaciones, pero finalmente estrenamos el 2 de setiembre muy felizmente y se hicieron muchas funciones. Agradezco a Paloma por muchas cosas. Una por volver a la actividad; dos, por pisar ese teatro que es parte de mi vida, es una casa; y tres, por tomar contacto con la vida, la creación, la problemática del bailarín. Siempre crear una obra es maravilloso. Luego apareció esto de Salta.

Alguna vez te definiste como alguien muy dramático y desesperanzador. Algo no muy alentador en el marco de una pandemia.

Por eso la pasé muy mal, de verdad. El aislamiento en mi casa me resultaba como una especie de aventura, por momentos. Y yo mismo me sorprendía de las cosas que hacía. La relación con las plantas… Hice algo que hacía de niño, como germinar semillas de limón, por ejemplo, y ver cómo la planta iba creciendo… O pintar unas paredes, arreglar un banco… Empecé a tocar mucho el piano. Yo tocó el piano desde muy chico y siempre tengo mis compañeros fieles: Juan Sebastián y Federico. Bach y Chopin. Pero sí. Yo a veces tengo un temperamento un tanto sombrío. No soy una persona alegre. Más bien irónica, pero no alegre.

¿Cómo pueden contribuir al arte en general y la danza en particular para que sea más llevadera esta pospandemia?

Como artista pienso siempre en la gente, más allá de lo que yo pueda elaborar, a partir de este privilegio que tenemos los que creamos obras. El público para mí está siempre muy presente y siempre he tratado que la obra le genere algo. Hay un espacio de lo artístico en el ser humano que es maravilloso, porque además es lo estrictamente humano, la esfera de la creación, del trabajo, unido a la inspiración, las obsesiones… Con el arte, y todas sus formas, se vive mejor. A la gente que lee, se le abren muchos mundos. A la gente que escucha mucha música, también. A los que creamos espectáculos… Pero no sólo es el espectáculo, sino también lo que se arma alrededor. El ritual de asistir a un lugar, que puede ser un teatro, una plaza, una milonga, una peña. En el teatro se da además esta cuestión fabulosa, este dispositivo creado desde los griegos: la dupla del que mira y el que actúa. Esa diferenciación entre el escenario y la platea, y esa pared mágica que es el telón, que cuando se abre descubre lo sorprendente.

Aun cuando no exista literalmente.

Exacto. Igual quiero decir que el telón es un gran invento. Un gran invento que a veces está un poco menospreciado, si hablamos de ese famoso y a veces alicaído teatro all´italiana. De eso hablamos. Pero me ha pasado a mí, con las grandes producciones, que se abra el telón y la gente aplauda porque no puede creer lo que está viendo. Es pasar a otra dimensión, a otro mundo. Me gusta mucho la magia de los escenarios. Ese espacio que la gente observa, en esa especie de comunión o comulgación. Después, todas las formas de la teatralidad son misteriosas, las de las palabras, las de la música, las del movimiento. Uno no sabe bien por qué se produce eso. Tampoco por qué la gente viene, jajaja, qué viene a buscar, con qué se conecta… Lo cierto es que es con algo que lo lleva a otro lugar, a una zona muy profunda. Creo que el arte actúa un poco sobre el inconsciente. No hay nada más inconsciente que la poesía. Leés a Alejandra Pizarnik y… a veces no es tan fácil de entender. Pero hay algo que está sonando. Lo mismo con una sinfonía de Mozart, una sonata de Beethoven o con una bagualera, acá en Salta… A uno se le estruja el corazón.

A propósito de Salta y de tu presencia aquí para montar Territorios, ¿has tenido una relación regular con la provincia o esporádica?

Yo había tenido una experiencia muy buena con el Ballet de la Provincia de Salta en la época que lo dirigían los maestros Leandro Regueiro y Liliana Ivanoff, hace unos cuantos años. Ellos me invitaron a poner Pulcinella, de Stravinsky, que es muy interesante porque lleva orquesta, ballet y tres cantantes. Se dieron todas las condiciones para hacerlo. Fue muy lindo. Ahora, Miguel Elías es el director de la compañía, un amigo de toda la vida. Se vino acá y yo le dije: te voy a ir a visitar. Surgió la idea de hacer unos talleres, unos trabajos sin mucha forma con los bailarines, de manera que también Miguel los conociera un poco más y que, en fin, pudieran ir quizás hacia algunos otros lugares que ellos no conocían. De esos encuentros con los bailarines surgió la idea de hacer un trabajo. Al principio le dije a Miguel que esto era como un varieté. Secciones que no tienen mucho que ver una con la otra. Sólo están emparentadas porque hay música y movimiento, pero la calidad de los movimientos, lenguajes, músicas y temáticas es muy distinta.

¿De allí lo abarcador del título?

Claro. Miguel dijo que eran como los territorios de la danza, que es enorme. El hombre se mueve y baila. El andino en la montaña, el campesino en la llanura, los bailarines en el teatro, las familias en las casas… Se baila en todos lados y la diversidad del movimiento es enorme, la cantidad de lenguajes… Miguel propuso entonces ese título. Y la verdad es que está siendo una experiencia hermosa. La compañía es muy linda. Hay una cantidad de bailarines muy jóvenes, talentosos y con un gran futuro y, por lo que estoy viendo, con una gran disposición a hacer distintas cosas. Eso es muy alentador.

De algún modo, ¿conocer al grupo determina el tipo de trabajo que vas a hacer? ¿O creas una obra a partir de un motivo musical, una imagen, un movimiento, un tema? ¿O siempre es diferente?

Eso me gustó más. Siempre es diferente.

¿Pero pasa que llegues con una idea y la cambies en función del grupo?

Hay una idea y a veces es muy fuerte, que puede partir de cualquiera de estas cosas que vos nombrabas. Vengo de hacer Macbeth, hace dos años, en el San Martín, inspirado claramente en Shakespeare. Pero un año antes había hecho El reñidero, sobre una pieza de Sergio De Cecco. Ambas piezas, con una fuerte impronta literaria, me encantaron. Y la idea de pasar esas obras, escritas con palabras, al movimiento y la música.

Las dos se emparentan con el tema de la lucha y el poder.

Sí, sí. Es un tema que me interesa y tiene que ver con lo político, que también me gusta, me interesa y he seguido toda mi vida. Pero también uno a veces hace obras muy abstractas, que tienen que ver solo con la música o una idea determinada de movimiento o de espacio. En el caso de la danza escénica -como todas las artes, algunas más otras menos- depende mucho de los elementos que une. Por empezar la cantidad de bailarines y el lenguaje que ellos manejen, las posibilidades de realización y los recursos que se tienen. Y el tiempo para el montaje y las fechas acordadas. Variables que hay que conjugar. Claro, uno con una larga experiencia, ya sabe cómo manejarse. Pero son condicionantes y están siempre presentes.

 

INTERVALO

Lo primero del arte que tentó a Cervera fue la música. La danza vendría un poco después. Una y otra disciplina decantarían en estudios específicos en el Conservatorio Municipal Manuel de Falla, el Instituto Superior de Arte del Teatro Colón y en la Escuela de Danza Contemporánea dirigida por Oscar Araiz. Fue parte del Ballet Contemporáneo del Teatro San Martín, para el cual luego crearía obras y del que fue además director asociado. Sus puestas se multiplicaron en los ballets del Colón, del Argentino de la Plata, de Julio Bocca y en compañías estadounidenses como Luna Negra Dance Theatre y el Ballet Hispánico de Nueva York. No ha dejado medio sin transitar. Ha puesto coreografías para teatro y cine (en films como Flop y El sueño de los héroes, entre otros) y hasta ha dirigido su propio mediometraje: Milongueros. En el campo de la ópera, dirigió Idomeneo, Las Indias Galantes, El Conde Luxemburgo, La Traviata, Tosca, Turandot, entre mucho más, tanto en Argentina como en el extranjero. Fue director del Ballet del Sur (Bahía Blanca) y del Ballet Oficial de la Provincia de Córdoba. También, director ejecutivo de Pro-Danza. Ha trabajado a la par de figuras emblemáticas de la danza contemporánea, como Renate Schottelius, Ana María Stekelman, Milena Plebs, Miguel Angel Soto, Jennifer Muller o Ana Itelman. Su paso por el Centro Cultural Ricardo Rojas fue clave, generando recordados ciclos y festivales. Entre sus creaciones propias más celebradas se encuentra Dirección obligatoria.

 

CAPÍTULO SEGUNDO

¿De dónde proviene la música de Territorios?

Sale de mis gustos musicales. Últimamente, lo que hago son como colecciones de temas que a mí me gustan.

Como playlists.

¡Claro! Esto me gustó, lo guardo. ¡Ah!, esto también, lo guardo. Obviamente, que uno a veces no puede hacer un trabajo a partir de eso. Pero a veces sí. Cuando estaba con El reñidero, un día tenía puesto Spotify. Estaba haciendo el mate en la cocina, escuché una música que venía del living. Y digo: ése es el final de la obra, la escena final, es lo que estoy pensando, es esto. Vi lo que era, no la conocía, una música rarísima y la guardé. Territorios es un buen ejemplo de ese tipo de colecciones que hago. Hay de todo. Trato de ser lo más desprejuiciado posible. Por eso le decía a Miguel lo del varieté. También pensamos en que hubiese música grabada y en vivo. Por ejemplo, quería hacer algo muy técnico con las mujeres, que son todas muy buenas y manejan puntas. Se me ocurrió algo para ellas con percusión en vivo. También hay un cuarteto vocal, que hace dos escenas, con una solista. Está el Ballet Folklórico Provincial, como grupo invitado. Hay un tango de Canaro y ojalá podamos meter la Milonga de mis amores, que a mí me encanta. Se está trabajando con mucha gente. Técnicos, músicos, vestuaristas, administrativos, gente de prensa… Es un mundo y ese mundo a mí me fascina. Siempre digo lo mismo. Si me dicen tenés que estar en el teatro veinte horas… ¡chau! ¡Y si tiene café! En las cafeterías salen montones de proyectos. Son lugares de encuentro y producción. Es muy hermoso, es el mundo en el que vivo.

A partir de tu larga experiencia, ¿cómo ves el presente de la danza en la Argentina, tal vez comparativamente con otros sitios?

Tendríamos que ver qué tipo de danza. Hoy estoy sentado en un espacio oficial, sostenido en este caso por el Estado provincial. Los países tienen historias culturales que determinan la supervivencia o no de sus ideas y proyectos. Estos cuerpos artísticos, como este ballet, son una idea que nos viene heredada de los europeos. De los italianos, los franceses. No hay que olvidarse que Luis XIV fue el primero en impulsar la danza y crear la academia de la danza, donde se decía lo que estaba bien y lo que estaba mal. Para el mantenimiento de estas compañías hace falta bastante dinero, porque habitualmente son grandes, hay que mantener los salarios, las obras de repertorio son grandes también, hay que tener ideas claras… La danza va a depender de los recursos que cada Estado tenga. Buenos Aires, la ciudad, tiene más recursos y puede mantener teatros como el Colón, el San Martín, que tienen compañías, más muchas otras cosas. Ciudades más chicas o intermedias, como Salta, Mendoza, Córdoba, Bahía Blanca, tienen compañías, no tan grandes como el Colón, con alrededor de 40 bailarines… Salta tiene una compañía con una cantidad de bailarines ya considerable. Comparativamente, en Italia y Francia, por ejemplo, las ciudades tienen este mismo esquema, con compañías grandes, como la Ópera de París, y compañías más pequeñas en las ciudades más chicas. Alemania es muy interesante. En todas las ciudades, en todos los pueblos, hay un teatro sostenido por el Estado, aunque sea un pequeño teatro. Y en ese teatro hay una orquesta, un cuerpo de baile, un coro y cantantes. Cada teatro hace óperas, comedias musicales, danza clásica, contemporánea, recitales de poesía. Por eso, en el caso de los bailarines, van tanto a Alemania. Tienen muchas opciones. En Estados Unidos no hay políticas de Estado. Éste es más pequeño y hay emprendimientos privados, que van a depender de la capacidad que tenga los directores de las compañías para convocar sponsors, amigos y asociaciones.

¿En Argentina habría que potenciar los dos modelos?

Creo que a veces sí se puede hacer algunas cosas con el ámbito privado. Lo que sucede es que habitualmente a los privados les interesa invertir en la medida en que esa inversión se vea. La inversión del Estado es más a largo plazo. Pero, por ejemplo, a mí me ha pasado en Bahía Blanca, donde fui director de la compañía durante cinco años, que a veces iba a pedir una ayuda a algún organismo y me decían no podemos porque ya hicimos una donación o un aporte para cuando venga Julio Bocca. Entonces… si viene Julio Bocca se va a llenar el teatro y en el programa va a figurar fulanito de tal aportó la pintura para los decorados y ahí te van a ver todos. Si hago una función con el ballet sin Julio voy a tener mucha menos presencia en los medios y el sponsor menos visibilidad. Hay que pensar en reflotar las Asociaciones de Amigos. Yo he trabajado mucho con esas asociaciones. Es decir, no solo hay que tener una mirada atenta al mundo empresarial, sino al mundo de las personas que pueden hacer contactos.

Apelar a organizaciones intermedias.

Exacto. El San Martín, por ejemplo, tiene una fundación que hace un trabajo importantísimo. Ahora… sí, esto que decís de acciones entre lo privado y el Estado, hay que tenerlo muy en cuenta. Pero, insisto, no solo empresas, sino también organizaciones civiles. Te descomprimen. Gracias a una de ellas pude montar en Bahía Blanca el primero y el tercer acto de El Lago de los Cisnes. Teníamos el segundo y el cuarto. Por primera vez, se pudo hacer para Bahía Blanca El Lago de los Cines completo.

 

SOBRECHARLA

Si la entrevista formal llega a su fin, la sobrecharla se prolonga por otra media hora. O más. Y es que Cervera se entusiasma con el cine. Ningún arte le es ajeno, queda claro. Pero transparenta una cierta debilidad por la pantalla. Y deja ver en su persona a un espectador inquieto, atento y desprejuiciado. Así, comienza a hilvanar cuestiones disímiles. Salta de una anécdota sobre Fellini y su Giulietta a recomendar la coreana The host (2006), donde hay un monstruo de por medio. Repasa el cine de los ’60 y sus nuevas olas y termina en la Ed Wood de Tim Burton. Confiesa que ahora le tira el Clase B estadounidense, aquellos clásicos de bajo presupuesto, esos a los que se le ven los hilos, sobre invasiones y zombies. Pero se detiene en algo especial, algo como para apuntar: Siete mujeres de edades diferentes, un corto que en 1979 realizó el polaco Krzysztof Kieslowski y en el que el director presenta, por cada día de la semana, a una bailarina, desde una muy pequeñita hasta la más veterana, una experimentada maestra. Recomendación del maestro.