Amables relatos para sopesar el vértigo
Por Fausto J. Alfonso
Cuentos con moraleja. Autor: Andrés Cáceres. Ilustraciones: Andrés Casciani. Diseño gráfico: Inca Editorial. 50 p., 30 x 21. Mendoza, 2023.
El teclado de Andrés Cáceres no descansa. Los dedos del periodista y escritor le impiden vacacionar. Las teclas estarían en su derecho a exigirle un mínimo de piedad. Sin embargo, no lo hacen, quizás porque en el fondo especulan con que, de otro modo, no estarían tan entretenidas, pese al agotamiento. Y es que el autor las pasea de la poesía a la novela, del ensayo al libro de arte, del teatro al texto biográfico, y de éste último al cuento, para luego empezar nuevamente la ronda de nunca acabar.
Hace poquito, en Vilma Rupolo, el triunfo de la perseverancia, Cáceres reflexionó –no sin crudeza- sobre la vida de la artista en el contexto de la sucia telaraña socio-política que le tocó en suerte. Esas páginas aún están humeantes y haciéndose conocer. Sin embargo, el poeta de Singladuras, el novelista de En su tinta, el ensayista de Soliloquios divinos, no se detiene y arremete ahora con Cuentos con moraleja. Tres historias breves, para un público amplio, que permiten distintos niveles de lectura de acuerdo con la edad y el entrenamiento de cada lector.
La serie arranca con Parque de las ilusiones, que nos remite a las milenarias historias de genios y deidades, en torno de los deseos más anhelados, aunque aquí con un toque fáustico que marca el camino de la ambición a la frustración. El periplo sigue con La flor gitana, un relato sobre la belleza, sus trampas por exceso de petulancia y los distintos tipos de miradas sobre ella, desde la más lírica hasta la más práctica. Y culmina con Lelita, la enterada, una historia familiar, de choque generacional y en la que juegan conceptos vinculados al sexo, el prejuicio, los equívocos, las conclusiones apresuradas y la confianza (con su contracara).
En los dos primeros cuentos, lo real y lo fantástico se cruzan con espontaneidad, sin forzar las cosas. El autor tiene en claro cómo contextualizar desde la cotidiano y cuándo introducir lo extraño y desarrollarlo sin involucrarnos por completo en algo metafísico, feérico, no terrenal o como quieran llamarlo. El tercero es el más realista, por así decirlo. Y el más asociado a un tiempo ido (el término “enterada” es todo un indicio), que se evoca con nostalgia y crítica a la vez, y del que aún hoy quedan algunos ecos en ciertos ámbitos familiares.
No obstante, en ninguno de los tres hay una delimitación temporal precisa, tal vez porque en definitiva cada uno habla de cuestiones que trascienden las épocas y que permiten exponer con descaro lo que el autor ha decidido desde el minuto uno para su libro: las moralejas. Aunque él mismo confiese que esa decisión no deja de tener bastante de ironía.
Además, el volumen cuenta con un plus: la cocina de cada uno de esos cuentos. Ese valor agregado, esa trastienda, revela vivencias del autor que han servido de disparadores. A veces buscando un género –el relato para adolescentes-, otras apuntando al tema o a la trama que se va a desarrollar. Y a veces, aunando las dos cosas. Detrás de la ficción está la tragicomedia de la vida misma, y aquí, en un puñadito de páginas se revela con intensidad.
Claro que, en Cuentos con moraleja, Cáceres no es el único Andrés que se luce. También, y a la par, está Casciani. Cada cuento y cada cocina vienen precedidos por sus estilizadas ilustraciones (a todo color o monocromáticas), tintas que emergen del misterio y estallan a medio camino de la figuración y lo abstracto, para sugerirnos lo esencial de cada relato y sus protagonistas. La atractiva portada es, a su vez, una acabada síntesis del tenor plástico del volumen y del espíritu de lo que se cuenta.
Respecto de la literatura de Cáceres, dijo Eduardo Gudiño Kieffer: “Su expresión es directa y clara y la irrupción de lo fantástico es real, convincente; es uno de los pocos escritores con alas y sin vergüenza de tenerlas ni temor de volar, liberar la imaginación”. Estas palabras le caben a este tríptico como anillo al dedo. Y sus historias son ideales, por ejemplo, para esa “edad difícil” (tomando el título de film de Torres Ríos), donde abunda el desconcierto y las lecturas suelen ser esquivas. Historias que, cortésmente, invitan a detener por un momento el vértigo y a pensar un poquito.