Arrojo y Troncoso calientan la Patagonia
Por Fausto J. Alfonso
Don Miguel Santagada -arriero patagónico- y Li Huang -campesino chino- no alcanzan a pararse sobre la muralla que divide lo que fue de lo que será. Eso es cosa de Enanitos Verdes. Pero bien saben que detrás del paredón ha quedado un pasado venturoso, natural, libre. Un pasado que algunos pocos rifaron por un puñado de dólares, sin pensar en su país ni en sus compatriotas. Por ahí circula (soberanía, arraigo, tradición y también traición) El telescopio chino (un secreto patagónico), petite piece del celebrado autor neuquino Alejandro Finzi.
¿Dónde está el fuerte de este espectáculo? Allí, donde uno lo advierte ni bien lleva diez minutos: en las sólidas, sin fisuras, actuaciones de Víctor Arrojo y Guillermo Troncoso, los Miguel y Li en cuestión. Dos tipos rústicos a los que los separa un abismo cultural, pero que no tardan en trabar amistad y unirse ante las inhumanas obras de los poderosos. Claro que también congenian gracias a lo mucho de azar que conlleva el texto. Porque estamos ante una obra cuya anécdota es tan sencilla como inverosímil. Por no decir tan simple como enrevesada. Casi un capricho oriental.
Pensada por Finzi en términos didácticos para abordar y tratar de comprender temas enormes y trascendentes como la territorialidad y el colonialismo (que en el sur de nuestro país nunca dejó de existir y recrudeció en los últimos cincuenta años), El telescopio… no obstante tiene, en su fábula absurda, lo necesario para abrir un juego teatral inmensurable. Cosa que los actores y el co-puestista cordobés Carlos Piñero concretan y aprovechan al máximo.
El resultado es una forma original y sensible, jamás solemne, de hablar sobre la patria, el trabajo, el sentido de pertenencia, los antepasados. O sobre las famosas cosas simples de la vida campera: el mate, los chivos, el perrito fiel (llamado aquí Copito)… Todo, de la mano de dos seres queribles, entradores, cuya amistad excéntrica y precipitada se alimenta de distintos lenguajes.
Arrojo y Troncoso van anudando un impecable trabajo actoral a base de onomatopeyas, efectos de sonido, pantomima, señas, canto, manipulación de objetos antropomorfizados y direccionamiento de luces, al tiempo que alternan el drama con el relato. Y todo lo hacen bien, sin baches, con un humor preciso y delicado, con entrega y creatividad. Por momentos apuestan al distanciamiento e ironizan sobre los recursos y el vocabulario teatrales (hasta citando al autor como sin querer). Cada cosa en su justa media, sin empalagar ni subrayar con un divismo innecesario.
Entre penas y vaquitas, los actores se apoderan del espacio y lo manipulan. Juegan con las dimensiones, con el adentro y el afuera, con los cercos, con el arriba y el abajo. Con los desplazamientos y con los signos teatrales y su conversión en… nuevos signos teatrales.
¿Se puede objetar que el final es débil y conciliador? Obvio. Se puede objetar. Pero a esa altura no le importa a nadie. Fellini siempre decía que el final era lo de menos y aquí hay que tomar el dicho de modo literal. El entretenimiento reflexivo está garantizado gracias a la ajustada performance de la dupla Arrojo-Troncoso.
A la salida de la función, una colega pensaba en voz alta que Mendoza anda carente de este tipo de actores “completos”. Éramos varios y nadie la desdijo.
FICHA:
El telescopio chino (Un secreto patagónico), de Alejandro Finzi. Intérpretes: Guillermo Troncoso y Víctor Arrojo. Dirección y entrenamiento en teatro de objetos: Carlos Piñero. Puesta en Escena: Piñero/Troncoso/Arrojo. Diseño y realización escenográfica, objetos e iluminación: Majo Delgado. Asistencia técnica: Bárbara Treves. Asistencia de producción y sala: María José Maza. Diseño gráfico y fotografías: Paola Alonso. Sala: Cajamarca (España 1767, Mendoza). Función del 28-06-19.