Barbie, un buen cebo para progres endebles

17.08.2023 12:08

 

Él era un muchacho plástico
De esos que veo por ahí
Con la peinilla en la mano
Y cara de yo no fui

(Plástico, Rubén Blades)

 

Por Fausto J. Alfonso

 

Decía un viejo refrán de los 80/90: “a la cultura de la fotocopia se la lleva el viento”. Pero no fue tan así y aun hoy sigue haciendo estragos en la industria editorial. ¿Qué pasará -nos preguntamos ahora- con la cultura plástica? ¿Se derretirá fácilmente ante el calentamiento global o resistirá como aquélla, perpetuándose en la (indi)gestión de los (dis)funcionarios de la (in)cultura?

La cultura plástica, basada en la frivolidad y la improvisación, encierra una paradoja: bajo su apariencia de intrascendencia y fugacidad apunta a perpetuarse. Y así lo ha hecho: aunque es de plástico, su consistencia es de hierro. Apuntalada por quienes debieran combatirla -los que toman “las decisiones culturales”-, se alimenta de una cadena de beneficiarios que se autoproclaman comprometidos solo para seguir recibiendo beneficios de un Estado grande y tonto al que solo le interesa que nadie alce la voz en modo protesta.

En la cultura plástica se aprovecha el momento/dinero y se produce la ristra de chacinados con el relleno que el poder de turno exija. A la hora del consumo, se le advierte al comensal que el contenido y sus nutrientes no admiten discusión. Con la bendición oficial, la cultura plástica se transforma en una ilusión de bienestar, al tiempo que se canoniza el pensamiento único y el dogma estético.

En la cultura plástica se guardan las formas. Priman las miradas circunspectas e intelectuales. Las maneras comprometidas. El hablar y el trato inclusivo. Y la idea general de que se está trabajando para todos, porque todos tenemos “derecho a”. Pero todos, los que tenemos o no “derecho a”, en el fondo sabemos que la cultura plástica es lo que es y simula parecer otra cosa. El ser y el parecer van desfasados, porque el primero ha perdido el paso, y no el segundo, como es habitual.

Pero… -no podía faltar el pero, obvio- cuando la cultura plástica cae en su propia trampa, no solo el ser pierde el paso, sino también el parecerBarbie, paradigma de la plasticidad, llegó a las salas. Y llegó para blanquear que, en términos de cultura oficial, no solo no se es sino que tampoco se parece ser.

La app llamada BaiRBIE.me ha permitido que los propios funcionarios blanqueen su condición plástica, por iniciativa propia vale aclarar, y transparenten en qué invierten el tiempo destinado al servicio público. Tiempo que se completa con estar de campaña todos los días de todos los años de gestión, sacarse fotos intrascendentes y no atender los pedidos (mensajes, llamados, mails, etc.) de gente -no plástica- que necesita algo.

Es cierto que cualquiera puede tomar la foto de otro y hacer la Barbie o el Ken que desee. Pero, ¿un funcionario no plástico la subiría a su propio estado de WhatsApp y se autoadularía con corazoncitos? No. Pero el plástico sí, ya que el mundo Barbie anida en su interior y revela su verdadera naturaleza.

Todo esto puede parecer una pavada, pero es muy gráfico. Es más que elocuente. Guste o no, la muñeca de Mattel puso los puntos sobre las íes. Ilustró la frivolidad en la que nuestra cultura está envuelta. Blanqueó el material -en más de un sentido- humano que “administra” nuestra cultura. Todo, a partir de un típico cebo capitalista ante el cual cualquier progre endeble cae rendido a sus pies.

Hay que ser y parecer. Fórmula vieja, pero resistente al calentamiento global.

 

PD: Ahora no faltará el que salte diciendo que también llegó a las salas Oppenheimer. Que el personaje y su siniestra mente son una metáfora de lo que le espera a la Argentina con Milei, etcétera, etcétera. Y puede ser. Tiempo al tiempo. Hay para todos.