Chantal Akerman: La incomodidad como motor creativo
Por Fausto J. Alfonso
Los ojos claros de Chantal, sus muy claros ojos, se posaron sobre el mundo sin piedad. Con una garra indigna de la liviandad, de la sutileza que aquéllos sugerían. Y usaron, como intermediaria, una cámara. Ojos claros + cámara. Un tándem nada inocuo en manos de un ser tan atormentado como lúcido, tan potente como etéreo. Porque Chantal vivió con la misma intensidad que sufrió. Fue así. Compensando una infancia de sedentarismo con una adultez nómade, pero mostrando -en sus más de cuarenta films- la incomodidad que tanto una como otra opción podían generar en un ser atípico, propio de otro planeta, del suyo: el planeta Akerman.
Chantal Akerman (Bruselas, 06-06-1950/París, 05-10-2015) fue y es la referencia femenina del cine belga. Ella y su cine fueron, por sobre todo aspecto, honestos. Y en esa honestidad, que fue fidelidad a una serie de convicciones, se le fue -literalmente- la vida. En Los encuentros de Anna (1978), una amiga le pregunta a la protagonista: “Cuando tus padres se mueren y no tienes hijos, ¿qué te queda?” Y Anna (léase Chantal), sin dudarlo, contesta: “Nada”. Chantal tuvo una relación simbiótica con su mamá y la figura materna tuvo y tiene un lugar privilegiado en sus cintas. Pero esa relación fue también agridulce, de profundos alejamientos y acercamientos, real y metafóricamente hablando. Su madre protagonizó su última película, No home movie (2014) y al poco tiempo murió. Quedó la nada. La cineasta no tardó en enfermarse y deprimirse, y al año siguiente decidió poner fin a su propia historia.
El cine de Akerman es auténtico, autobiográfico y rupturista. Busca narrar la identidad y la intimidad femeninas, sin perder la vocación formal experimental ni la mirada crítica hacia la sociedad y sin panfletear. El contrapunto entre los espacios muy cerrados y los muy abiertos, el uso de profundos silencios y tiempos muertos (como los que ella “vivió” de chica frente al mutismo de una madre que había pasado por Auschwitz), los planos fijos hasta estrujar la belleza oculta de un sitio, la emoción puesta en algún detalle sin trascendencia aparente y una narrativa general lacónica, un tanto seca, fueron las constantes en sus films.
Atrevida en serio, en uno de sus primeros cortos, La habitación (1972), gira y gira la cámara en 360°, haciendo visible la idea del “encerramiento”, luego estudiada por varios teóricos de su cine. Y en esa calesita en la que se convierte el aparato, aparece una y otra vez su figura, haciendo diversas tareas, o las que le permite la estrechez de esas cuatro paredes.
Atrevida en serio, en el largo Yo, tú, él, ella (1974), plantea tres tipos de relaciones: con sí misma (o la soledad), con un hombre, con una mujer. Tanto en la primera como en la tercera está el tema de la desnudez, frecuente en su cine, desprovisto de cualquier morbosidad o especulación estética. Es ella misma la que se entrega por completo, incluido un acto sexual lésbico de apabullante realismo, muy extenso y prácticamente sin cortes, que convierte a las Adéle y Emma del 2013 en dos pálidos reflejos de lo que fue aquello, casi cuatro décadas atrás.
Atrevida en serio, en Jeanne Dielman, 23 Muelle de Comercio, 1080 Bruselas (1975), Chantal cuenta la monotonía de una mujer que divide su tiempo entre las tareas domésticas y el ejercicio (en la misma casa) de la prostitución. El estilo es minimalista, reiterativo, pero de un magnetismo perturbador. Y la película dura… ¡¡¡3 horas y 21 minutos!!!
Fue ése, Jeanne Dielman…, el film que la consagró. De allí en más vendrían otros tantos, sobre un total de cuarenta y tres, rodados entre 1968 y 2014. Cortos, medios y largos. Documentales, de ficción e híbridos. En algunos, su fatalismo parece diluirse, como en Noche y día (1991), una comedia romántica lejos de todo clisé del género. Y en otros la acción trepa a un nivel de delirio, a un nivel de comicidad absurda, que tienta a chequear quién rubrica la historia. Así ocurre, por ejemplo, con la disparatada Mañana nos movemos (2004). No obstante, caricias más, humor menos, la incomodidad siempre está implícita. Es el motor oculto.
Volvamos entonces al punto de partida: los ojos claros de Chantal, sus muy claros ojos, se posaron sobre el mundo sin piedad. Casi siempre comprometiendo la cotidianidad femenina en carne viva, con absoluta simpleza, sin adornos ni suavizantes. Habló sobre este mundo. Con imágenes. Pero ella, dijimos, pertenecía al suyo propio. Intentó acomodarse a éste como pudo. Buscó ayuda. Y la encontró en el cine. Recordarla es agradecerle su obra. La misma que nos ayuda a nosotros, a los de este planeta, a pensar y a sentirnos un poco menos incómodos. O, por lo contrario, a dudar de la comodidad ganada.
Filmografía sugerida: Saute ma ville (1968), Hôtel Monterey (1972), La habitación (1972); Yo, tú, él, ella (1974); Jeanne Dielman, 23 quai du Commerce, 1080 Bruxelles (1975); Los encuentros de Anna (1978), Toda una noche (1982), One day Pina asked… (1983), Golden eighties (1986), Noche y día (1991), D’Est (1993), La cautiva (2000), Mañana nos movemos (2004), La locura Almayer (2011), No home movie (2014).