Cuando la mentira es la verdad (y viceversa)

16.06.2019 21:34

Por Fausto J. Alfonso

 

Sin querer queriendo, allá por 2011, el catalán Josep María Miró escribió un texto que le calza como un guante a la Argentina de hoy, plena de prejuicios, dogmas y otras oscuridades. Hablamos de El principio de Arquímedes. Alejandro Conte acertó en su elección y nos entrega una puesta tan aparentemente sencilla como atrapante, en la que solo habría que ajustar algunas clavijas actorales.

Lo más interesante de El principio… quizás radique en que su autor no fuerza una toma de posición. Esto no implica estar frente a un dramaturgo tibio; al contrario, examina a la perfección lo que se presenta como un dilema, con toda la ambigüedad que éstos suelen presentar. Pero deja un margen amplísimo para que el espectador dude mucho y reflexione otro tanto. Y para que saque sus conclusiones, si se anima a hacerlo.

La anécdota argumental es pequeña y cruel: en un natatorio se ha producido un supuesto exceso por parte de un profesor hacia un niño. A partir de aquí, los cuatro personajes de la obra se miran, se chicanean, se gritan, se sospechan, se mienten. ¿O es que dicen la verdad? ¿Pueden estar mintiendo todos a la vez? ¿O a un mismo tiempo decir todos la verdad?

El principio… es una obra arriesgada que, además, habla sobre los riesgos de la vida contemporánea: las redes sociales y su cuestionable uso, la justicia por manos propias, la acusación de la mano del prejuicio, la sombra de un pasado trágico, el doble discurso y la doble moral. Todo ello en el marco de una estructura hermosa, cíclica, que retoma escenas y las amplía, sin agotar el recurso, sin facilismos y siempre al servicio de la intriga.

La historia transcurre en un ambiente aséptico, pulcro, que contrasta con las connotaciones oscuras y perversas que se desprenden de acciones y diálogos. Conte replica esa pulcritud visual en el ritmo y los movimientos. No se regodea con las escenas, no cruza los límites del buen gusto y -esto es clave en un actor-director afecto a las transgresiones- no se pasa de rosca en ningún sentido. Pareciera que se ha dejado tener cortito por esa precisión tan propia del texto y ha reflejado a éste en calculadas decisiones de puesta. Ha comprendido que la clave, en esta ocasión, es la insinuación, lo dicho a medias.

En una escenografía de líneas rectas y claras (Susana Rivarola), donde bien podría transparentarse todo, la situación se va volviendo translúcida para de allí pasar a la opacidad. Las luces y el sonido, acompañan en su justa medida.

Las objeciones llegan por el lado de las actuaciones. No distraen, no quitan interés al asunto, pero son dispares y en algunas escenas se notan los contrastes de registro. La gran actriz Marcela Barbarán, a quien tanto le debemos en los ’90, antes de su exilio voluntario a México, no se termina por acoplar al realismo que exige la obra. Parece no haber encontrado el tono vocal apropiado para su personaje (la modulación, el volumen) ni la intencionalidad exacta para su discurso. Matías Lucero es eficaz cuando aborda los costados superficiales de su personaje (el perfil de superado, de canchero, le sienta bien), pero poco convincente a la hora de la angustia y la desesperación. Joaquín de Lucía, el único que debe trabajar casi siempre en un tono moderado, sale airoso de la situación (y de la incómoda posición de su criatura) apostando a una buena labor que explota la sensibilidad y lo vuelve querible ante el público. Y Francisco Roby (un padre iracundo) aporta presencia y claridad en su discurso.

Los cuatro están atrapados en su planteo único, personal. Desandan una rutina, con motivos y acciones que se repiten mecánicamente, mientras por lo hondo se cuece lo peor. Hasta que sale a la superficie, claro. Y allí, los comentarios con doble sentido empiezan a tener otro valor, lo mismo que el roce físico, la mirada no tan inocente y los actos fallidos.

Más allá de los desajustes marcados, El principio de Arquímedes se vuelve indispensable como herramienta para pensar nuestro hoy. Cuando las cosas se van de las manos, cuando todo estalla, es tarde para darse cuenta que la violencia siempre estuvo latente y que muchas amistades estaban prendidas solo con alfileres. Vaya, vea y pruebe a no hundirse con su opinión.

 

Ficha:

El principio de Arquímedes, de Josep María Miró. Intérpretes: Marcela Barbarán, Matías Lucero, Joaquín De Lucía y Francisco Roby. Diseño y realización escenográfica: Susana Rivarola. Fotografía y diseño lumínico: Bruno Palero. Música: Francisco Roby y Andrés Ceccoli. Operación de luces y sonido: Bruno Palero. Asistencia de dirección: Matías Lucero. Dirección general y puesta en escena: Alejandro Conte. Función del 14-06-19. Nave Cultural, Sala 3 (España y Maza, Mendoza).