Del teatro como esa imprescindible inutilidad
Por Fausto J. Alfonso
FESTIVAL ANDINO INTERNACIONAL DE TEATRO MENDOZA 2015. Implícita o explícitamente, el FAIT 2015 contuvo al cine por partida triple. En tanto Petra (Venquetetiente Teatro) adaptó para la escena Las amargas lágrimas de Petra von Kant, de Rainer W. Fassbinder; Las tres hermanas (Córdoba, dirección de David Piccotto) propuso intervenir la obra de Chéjov con múltiples procedimientos cinematográficos de gran eficacia. Por su parte, Tiempos de paz partió del film brasileño homónimo, dirigido por Daniel Filho, que a su vez se inspiró en Nuevas directrices para los tiempos de paz, obra teatral de Bosco Brasil.
Tiempos de paz, versión mendocina, es el resultado del trabajo conjunto –y feliz reunión- de Zzin Teatro y Jako Producciones, con dirección de Daniel Posada. La historia es de una exasperante actualidad y su gran mérito es retratar la Argentina miserable, sopesando hábilmente la comicidad y los momentos graves.
La puesta tiene cierto ritmo, si se quiere, cinematográfico, trabajado a partir de escenas breves, réplicas ad hoc y juegos de palabras, que también encierran hábilmente comicidad y gravedad, además de distancias socio-culturales e ideológicas. Pero la impronta teatral pega con fuerza desde un reconcentrado trabajo del espacio, la decadente postal de una oficina estatal prototípica y las muy buenas actuaciones de José Kemelmajer y Gustavo Torres, aún cuando tengan sus momentos de excesiva crispación física y se acerquen peligrosamente a la comedia slapstick.
La anécdota se sitúa en un tiempo tan preciso como relativo: ha terminado la Segunda Guerra Mundial, pero a la oficina argentina de Migraciones aún no llega la novedad. Su encargado, por ese y muchos otros motivos (personales, políticos, sociales, históricos…) debe entonces tomar todos sus recaudos y no dejar pasar a cualquiera. Como a ese polaco judío que sospechosamente no trae visa ni pertenencias, aunque sí una valija con un irónico sticker que reza “fin del mundo” y… recuerdos. Muchos recuerdos. El bagaje simbólico que servirá de materia prima para la discusión entre los personajes; es decir, lo que motoriza el conflicto y va dejando caer las sucesivas máscaras que uno y otro visten por motivos contrapuestos.
Pero Tiempos de paz no habla del ayer, sino del aquí y ahora. Un presente anclado en lo peor de ese ayer. Mientras las noticias cotidianas sobre la inmigración siria actualizan a diario y a nivel mundial la trama de esta propuesta, Argentina se replica en una burocracia eterna, lamenta aquello del “granero del mundo”, inventa perversas y nuevas formas de obediencia debida, y trata de esconder un pasado de inspiración nazi-fascista, entre muchas otras cosas más ligadas a una forma de monstruosidad institucional que nos negamos a enfrentar del todo y definitivamente por miedo a perder lo poco que nos queda.
Pero si no nos animamos a hacerlo, para ello al menos está el teatro. Y esta obra imprescindible para los tiempos que corren. Que habla del desarraigo y de la insensibilidad, y poesía mediante, de su contrapartida. Porque al dato documental duro se le opone la lírica del actor, en un “juego de representación” que habla bien de los intérpretes y de esa “inutilidad” tan necesaria que es el arte teatral a la hora de hacer detonar nuestra reflexión.
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