Di Benedetto y el cine, de Jorge Oviedo
Por Fausto J. Alfonso
PRESENTACIÓN DE UN LIBRO QUE NO EXISTE*
Hoy es un día especial para un acontecimiento no menos especial en esta Feria del Libro. Tal vez un día bisagra –como gustan decir algunos colegas a quienes me sumo ahora-.
La Feria no será la misma de aquí en más. Lo que vamos a vivir no tiene antecedentes en este marco. Y con seguridad marcará un precedente. Es más, puede que determine un nuevo estilo en el diseño de, al menos esta Feria del Libro, la de Mendoza. Imaginen toda una feria de libros que no existen. ¿Y si fuese exitosa? ¿Qué problema no?
Pero antes de abundar en este peculiar acontecimiento relacionado con el libro inmaterial que nos ha convocado, quiero referirme a la persona que está a mi lado: el periodista y escritor Jorge Enrique Oviedo, quien obviamente tiene mucho, por no decir todo que ver con eso a lo que enseguida me referiré.
Con Jorge me une una relación de, digamos para redondear cuarenta años, cuando siendo yo muy joven entro a trabajar en Diario Los Andes en momentos en que él, que era muy joven también, pero un poquito menos que yo, ya era Secretario General de Redacción y un rato después Director, cargo que ejerció durante 15 años. Coronaba así una carrera periodística que había arrancado desde el peldaño más bajo, el de aspirante –allá por 1959- y llegado al escalón más alto del centenario matutino, como también les gusta decir a algunos colegas y a los que me vuelvo a sumar ahora.
En lo personal, le agradezco que me haya permitido permanecer varios años en el diario, aceptar que me fuera y también aceptar que volviera. Después me fui de nuevo, pero ya no me dio la cara para volver. Pero esa es otra historia.
Ahora sí, me corro a un lado para decir que Jorge fue docente en la recordada Escuela Superior de Periodismo, la misma que terminó cerrando la dictadura del ‘76. Con él se formaron muchos periodistas, pero otros tantos se formaron a su lado durante el ejercicio cotidiano del oficio.
Su tarea como periodista fue reconocida dentro y fuera de la provincia, pero también su labor como escritor. Así lo demuestran los premios recibidos por su poemario Los seres que en mí habitan o por su novela El viejo. No conforme con practicar esos géneros, también frecuentó el cuento, que encontró espacio en distintos diarios, revistas y revistas-libro. Pero, además, se metió con el ensayo y la investigación. En este sentido, su obsesión periodística por el dato y su vocación enmascarada de historiador fueron determinantes para redondear volúmenes que pueden interesar tanto a destinatarios específicos como a público en general.
Por ejemplo, nadie vinculado a la comunicación debería dejar de leer El periodismo en Mendoza (de 1820 a 2010), hasta ahora el más completo relevamiento interpretativo de la historia del periodismo en la provincia. Conforma el volumen V de la Historia del Periodismo Argentino, editada por la Academia Nacional de Periodismo, de la que Jorge es miembro por Mendoza.
Para un público más general, su libro Los duelos en Mendoza –Cuando el honor se defendía a punta de espada y pistola-, publicado por Ediciones Culturales de Mendoza, es de un gran atractivo, ya que nos adentra en una época que hoy nos puede parecer de ficción pero que realmente existió, a partir de un estilo ágil y entretenido, sin regodearse en un virtuosismo desde ya innecesario.
Lo mismo pasa con Las (otras) historias de Mendoza, que publicó la editorial de Filosofía y Letras de la UNCuyo, y seguramente pasará con el segundo volumen –ya escrito-de estas curiosísimas otras historias de Mendoza, que ponen a prueba otra vez su olfato y perseverancia periodísticas para recolectar anécdotas y acontecimientos y otorgarles la jerarquía que se merecen. También ha terminado una Historia del Cine en Mendoza, que esperemos se publique pronto y así. Es decir, no para.
Pero más allá de estos antecedentes, quiero rescatar la figura de Jorge como la de un periodista que forma parte de un periodismo que debemos recuperar ante un panorama de esta hermosa actividad hoy en crisis. Hablo de ese periodismo que no antepone la figura del periodista por sobre la de la información o la noticia. Un periodismo que no intenta exhibirse descaradamente para terminar trascendiendo por motivos ajenos a la profesión. Y, sobre todo, un periodismo que no utiliza su poder para encaramarse hacia otros poderes siempre menos nobles o para acceder a cargos públicos o a gabinetes en las sombras. Un periodismo esencial, que deberíamos recuperar, insisto, y para lo cual la figura de Jorge resulta inspiradora y rectora.
Podríamos seguir hablando un rato largo de una trayectoria tan extensa como intensa, pero… vamos a los libros.
A lo largo de la historia, la literatura nos ha obsequiado curiosidades de todo tipo. Por ejemplo:
La extravagante novela del irlandés Laurence Stern, Vida y opiniones del caballero Tristram Shandy (1759-1767), incluye hojas en blanco, hojas en negro, títulos que abarcan toda una página y capítulos que son solo una línea, entre otras rarezas.
Nuestro Macedonio Fernández nos obsequió su Museo de la novela de la eterna (que empezó a escribir en 1925 y siguió escribiendo hasta su muerte en 1967), una obra maestra que se va en prolegómenos, nunca habla de lo que se anuncia y no tiene final.
Poetas dadá como el rumano Tristán Tzara o futuristas como el italiano Filippo Tomasso Marinetti también experimentaron no solo con el modo de escritura, sino con el diseño tipográfico, el collage y otras artes visuales.
Samuel Beckett, otro irlandés, escribió la obra de teatro Resuello, donde eso de “escribir teatro” se transforma una forma de decir, ya que no contiene acciones ni personajes, algo que se presupone esencial para el drama. Hay libros como Pálido fuego, de Nabokov, donde lo más importante son los pies de página.
Hay cientos de libros que proponen formas lúdicas de ser abordados (aquí Cortázar se nos viene de inmediato a la cabeza) e incluso paquetes de hojas sueltas a las que uno le puede dar el orden que desee, como Los desafortunados, del británico Bryan Stanley Johnson.
La era digital ha multiplicado, sin dudas, las posibilidades de experimentación.
Pero hoy, Jorge va más allá, ya que ha decidido presentar, a diferencia de los ejemplos dados (todos libros cuya existencia se puede constatar), un libro que no existe. Algo que no se puede interpretar de otra manera que no sea como un gesto de rebeldía, por un lado, y de empecinamiento, por otro.
Se dice que Borges, desde algún sitio, estaría creando –para la Biblioteca Nacional- una ficha falsa sobre este libro inexistente, del mismo modo que lo habría hecho para el fantasmal Necronomicón, que el propio escritor asegura haber tenido una gran demanda pese a su inexistencia.
Si bien el libro de Jorge no existe, al haberme invitado a su presentación me veo en la obligación de decir algo. Por eso durante varios días estuve realizando un fabuloso ejercicio de imaginación. Finalmente, y gracias a semejante esfuerzo, y sin hacer uso de la inteligencia artificial, logré la materialización de un buen puñado de hojas sujetas a un espiral, que se me presentaron bajo el título “Di Benedetto y el cine”. Y con un subtítulo, que también va por la negativa, lo que le da cierta coherencia a su no existencia. Dice ese subtítulo: “El hombre que no vio las películas inspiradas en sus cuentos y novelas”.
Se trataría entonces de un libro sobre el conocido, estudiado, elogiado y premiado escritor y periodista Antonio Di Benedetto (también polémico), centrado en su relación con el cine. Por un lado, una relación de cercanía, ya que se puede constatar la existencia de artículos, entrevistas, críticas y coberturas especiales referidas al tema, todas escritas por él. Por otro lado, una relación esquiva, ya que Di Benedetto jamás pudo ver cristalizadas sus propias ideas en la pantalla, pese a los varios intentos que protagonizó con gente de la industria. La cuenta se saldaría tras su muerte, con los sucesivos estrenos de Chiquilines, Los suicidas, Aballay y, finalmente, Zama.
El libro abriría con una imagen por demás curiosa: la ficha del legajo personal de Di Benedetto en Diario Los Andes, donde ingresó en 1945 a trabajar. A partir de allí, Oviedo confirmaría su habilidad para el rescate de materiales diversos y su jerarquización, y procuraría darnos un panorama lo más completo posible del vínculo entre el autor y el cine, al tiempo que dejaría entrever –como telón de fondo- cómo se va consolidando una historia del cine en Mendoza, que llega hasta hoy, nunca exenta de dificultades ni, en determinados momentos, de censura.
Oviedo oficiaría entonces como eslabón entre los distintos escritos dispersos de Di Benedetto, interviniendo con un estilo periodístico sólido y económico: aparecería y desaparecería entre los textos de Di Benedetto solo cuando es indispensable.
Pero también, Oviedo se luciría como compilador y editor, tareas periodísticas para las que no alcanza con ser un buen redactor (y en las que de hecho muchos fracasan).
La idea de este libro el autor la vendría insinuando desde hace rato. Ya en una conferencia titulada “Antonio Di Benedetto. El periodista cercano, el hombre distante”, Jorge Oviedo habría tirado pistas. Esto fue al cumplirse 20 años de la muerte del autor de Zama, en un homenaje realizado en la Biblioteca Nacional. Luego, la idea habría ido madurando y su investigación sobre la citada Historia del Cine en Mendoza la habría consolidado.
Aparentemente, Antonio Di Benedetto y el cine sería un libro de atractiva lectura, que saltaría de un tema a otro sin modificar su estilo periodístico ni perder coherencia. Y en el que se evidenciarían, más allá de las dotes de Oviedo para la escritura, tres aspectos que lo soportan: el propio interés del autor por el cine; la habilidad para internarse en archivos y sacar lo mejor de ellos; y el haber sido testigo muy próximo de la vida profesional de Di Benedetto.
Gracias a ese conjunto de aciertos, con Di Benedetto y el Cine nos enteraríamos de distintos aspectos que tienen que ver con la voluntad de Antonio de encontrar una escritura cinematográfica (como lo demuestra en sus cuentos agrupados bajo el título Declinación y ángel); su inspiración para crear el primer cine-club de Mendoza; su primer intento por historiar el cine en la provincia; sus esfuerzos para impedir el cierre de Film Andes o para evitar que se produzcan episodios de censura; su intervención en el guion de Álamos talados; los premios recibidos en concursos de guiones; su enérgico reclamo para la creación de una escuela de cine (incluido en su célebre conferencia “Nuestra experiencia frente al cine y la literatura”); sus coberturas pormenorizadas de los festivales internacionales o los premios Oscar; su presencia como jurado; su desempeño al frente de las páginas de Artes y Espectáculos de Los Andes y, más adelante, el ejercicio de la subdirección del diario; y, por supuesto, su frustración –una y otra vez- por los contratiempos ante las malogradas filmaciones de El juicio de Dios y de la que hubiese sido la primera versión de Zama.
Benedetto quiere decir Benedicto, pero también “bien dicho”. Este libro que no existe estaría “bien dicho”. Lo cual no es poco homenaje para alguien que decía bien.
Muchas gracias por la atención y los dejo con quien sería el autor de Di Benedetto y el cine.
*Palabras de presentación de Di Benedetto y el Cine, de Jorge Oviedo, pronunciadas el 30-09-2024, en el Espacio Cultural Julio Le Parc, Sala Ernesto Suárez, Guaymallén, Mendoza.