Eficaz adaptación de un olvidado autor francés

13.05.2019 10:28

Por Fausto J. Alfonso

 

La presunta muerte de un hombre en extrañas circunstancias es el detonante para que un grupo de mujeres -emparentadas y no- ventile celos, odios y rencores varios. Estamos en la Mendoza de los ‘50, en una típica casona donde los muebles con molduras, las mamparas, los amplios cortinados y los ventanales simil vitreaux vuelven la atmósfera tan aterradora como acogedora, según el devenir de la acción. Se reconoce una época y también un modo de ser, decir y reaccionar “a lo mendocino”. Estamos en la casa de Las Garganttini. Así, con doble t.

La anécdota y todo el devenir argumental provienen de un olvidado autor francés, Robert Thomas, quien por los ‘60 escribió la obra 8 mujeres. Si bien ésta ha tenido varias adaptaciones (sumando cine, teatro y tv), no fue hasta el 2002 que adquirió popularidad mundial a partir del film homónimo de Francois Ozon, donde el director hizo lucir a la plana mayor femenina de la pantalla gala. La buena aceptación entre el público y la crítica no hizo más que reforzar el prestigio de Ozon, a tal punto que muchos consideran a la historia como de su autoría. Pero en las sombras… siempre Thomas.

Por eso, el público que se arrime a Las Garganttini posiblemente tome uno de dos caminos. Cualquiera es válido y disfrutable. Por un lado, si no es público cinéfilo, se enganchará con las sorpresas, marchas y contramarchas de esta pulseada femenina múltiple, que ofrece una tipología de mujeres propia de la diversidad. Y si es público cinéfilo, jugará a reconocer paralelismos entre escenas, variaciones, supresiones y adiciones. No por conocidas dejará de disfrutar de las situaciones. Porque, en definitiva, Las Garganttini resulta una eficaz adaptación al entorno local, con un vocabulario próximo a nuestra cotidianeidad y referencias geográficas y culturales cercanas.

La idea de que se respire una mendocinidad rancia, bastante hipócrita, está bien lograda y todos los rubros (artísticos y técnicos) se complotan armónicamente para que así pase. La condensación de las dos hermanas jóvenes en un solo personaje y de las dos empleadas domésticas también en uno solo ha sido atinada, como así también la eliminación de las canciones identificatorias de cada personaje (que estaban -muy bien- en el film).

No obstante, el espectáculo tiene una fuerte impronta musical, rubro que además se convierte en uno de sus puntales, de la mano de Ariel Sedevich, quien “oculto tras un teclado oculto”, musicaliza en vivo toda la historia, destacando cada uno de los registros de la puesta, tanto con melodías de tipo incidental, pero también con comentarios musicales que ironizan, refuerzan o contrastan lo que pasa en escena.

Hablando de registros, en Las Garganttini se cruzan sin incomodarse la comedia negra, el policial sin policías, el grotesco y el melodrama. Casi como en el famoso film. Un desafío importante para un elenco que, y aquí viene la otra apuesta fuerte de la producción, está conformado en su totalidad por hombres.

Claro que no es la primera ni será la última vez en que personajes femeninos sean interpretados por un elenco masculino (en nuestra provincia hay múltiples antecedentes), pero siempre es inquietante ver el abordaje. Es decir, ¿por dónde pasa? ¿Por la mímesis? ¿La caricatura? ¿Lo introspectivo? En la actuación, entonces, es en donde la puesta tiene su otro punto fuerte y donde la labor de dirección de Jorgelina Flores suma méritos: hay claridad en cómo y qué se quiere mostrar con esos personajes y en qué tiempos propios y colectivos (y por lo tanto qué cadencia debe tener el espectáculo) deben manejarse esas criaturas.

Independientemente de la recreación exterior (reforzada por un buen trabajo de vestuario y maquillaje que acentúa y caricaturiza las características temperamentales de cada mujer y su rol social y/o familiar), los actores han logrado llegar a una esencialidad femenina, con los pliegues y contradicciones que ella encierra. Esto se evidencia sobre todo en los pasajes donde se impone la comedia negra, a partir de pequeños gestos, comentarios e insinuaciones y de una evidente habilidad para tomarle el tiempo a las demás. No debemos olvidar que todas están implicadas en algo y las especulaciones están a la orden del día.

Así como en la comedia, los actores también se lucen a la hora del instante policial o de suspenso, y en los giros grotescos, donde pueden poner a prueba su capacidad para el desparpajo y el patetismo. En tanto, a los momentos melodramáticos -que crecen hacia el final de la historia- les falta una vuelta de tuerca. De hondura y sentimiento, por decirlo de algún modo.

Más allá del buen nivel general de las actuaciones, hay que destacar los trabajos de Guillermo Olarte, cuya campechana Margarita deriva en una criada que trasunta ternura y una sana picardía; la inefable abuela recreada por Rodrigo Calderón, un monstruo especulador que guarda más de una sorpresa; y la Tere de Mauricio Fábrega, una hija/madre con el grado de perfidia exacta para incomodar a todas y a cada una.

También hay tiempo para guiños teatrales, complicidades con el espectador y referencias cinematográficas. Por supuesto que no hay que tomarse en serio cuando se adjudica Los martes orquídeas a Daniel Tinayre. Los mismos cinéfilos que están chequeando cuánto de Thomas y Ozon hay en la puesta reivindican en el mismo instante a Francisco Mugica como director de aquel éxito de los ‘40.

Las Garganttini es una apuesta importante para la cartelera mendocina, a caballo entre lo artístico y lo comercial, con una futura taquilla que debería serle muy favorable. Sonora y visualmente atractiva, la puesta apunta a seducir a todo público, con armas nobles y una cuidada producción. No se relaja ni pretende ir más allá. Trata de pararse en un punto medio: ese donde el entretenimiento nos hace pensar, nos desenmascara, nos dice más o menos cómo somos, en este caso, los mendocinos. Porque hoy como ayer hay algo de Las Garganttini que anida en el interior de cada uno de nosotros. Y no nos referimos al vino. ¡Salud!

 

Ficha:

Las Garganttini. Dirección: Jorgelina Flores. Intérpretes: Rodrigo Calderón, Guillermo Olarte, Mauricio Fábrega, Exequiel Sosa, Diego Portabella y Ernesto Latino Saa. Música incidental en vivo: Ariel Sedevich. Escenografía: Rodolfo Carmona. Asesor de vestuario: Ernesto Latino Saa. Maquillaje: Estefanía Robles. Peinados: Alfredo Coronel. Producción Ejecutiva: Ernesto Latino Saa y Guillermo Olarte. Prensa y difusión: Lorena Misetich | Lengua Original Prensa & Comunicación. Fotografías: Juan Gauna. Diseño: Lucas Rodríguez. Idea y Producción General: Gustavo Aguilera y Fernando Cascino. Sala: Teatro Tajamar (San Martín 1921, Ciudad). Función del 10-05-19.