Ejercicios sobre el ejercicio de la violencia

02.06.2014 10:57

 

Pam, pam, pam, ensayo sobre la violencia. Seminario Final 2014/Lic. en Arte Dramático. Dirección: Cipriano Argüello Pitt. Intérpretes: Fernando Echenique, Luisina Gonzalez, Ana Macías, Silvina Manoni, Francisco Martin, Scarlett Morales, María Victoria Morilla, Valentina Morón, Hernán Ortiz Bandes y María Victoria Ruiz. Vestuario, escenografía, proyecciones e iluminación: Paloma Rayen Barrera, Sol Pérez y Barbara Treves. Asistencia Técnica: Noelia Torres. Diseño Video: Nicolás Santangelo. Interpretación musical: Juan Breitman. Re-escritura dramática: Fernando Echenique. Asistencia dirección: Marcela Montero y Verónica Manzone. Equipo de gestión y producción:Alicia Casares, Damián Belot, Gabriela Bizón y Ana Pistone. Sala: Aula Teatro Facultad de Artes y Diseño (UNCuyo).

 

El instrumento de la violencia, en tanto ejecutor y destinatario, es el cuerpo. Quizás por ello nada mejor que el teatro –uno o varios cuerpos en lucha y sin intermediarios- como lugar apropiado para registrarla. Esta idea, a priori irrefutable, es ésa en la que se basa Pam Pam Pam, Ensayo sobre la violencia.

La propuesta se para sobre la violencia para cuestionarla, analizarla, criticarla… violentarla. Porque claro, el interrogante es: ¿cómo representarla? Y ahí, ante la pregunta rotunda, la cosa cambia y se renueva con un: ¿puede realmente representarse? ¿Representarse, digamos, como cualquier otro estado? ¿Cómo hacerlo? Ummm… Parece que no. Pero sí, está dicho, se la puede cuestionar, analizar, criticar y… violentar.

El talentoso Cipriano Argüello Pitt cruzó de Córdoba a Mendoza invitado por la FAyD-UNCuyo para montar el Seminario Final 2014 de la Licenciatura en Arte Dramático. Una práctica que está cerca de cumplir dos décadas y ha permitido que los actores formados en Mendoza egresen de la mano de notables puestistas del país y el exterior. Más allá de la valía de esos invitados, estos trabajos se han traducido en resultados notables (como Antígonas, dirigida por Guillermo Heras; o Juana, la doncella de Orleans, dirigida por Roberto Aguirre), atendibles (como Roberto Zucco, dirigida por Alejandra Gutiérrez; o Bolero, dirigida por Cristina Moreira) u olvidables (como… como…).

En momentos inocultablemente violentos, Argüello Pitt toma la posta hecha brasa caliente y pone a disposición de un puñado de cuerpos jóvenes toda su pericia teórica-práctica. La conclusión escénica, fiel al subtítulo de la obra, es justamente una teorización del problema, acompasada/acompañada por ejercicios gráficos, donde los datos de actualidad, la experiencia personal y la inventiva colectiva se entremezclan tratando, más que de buscar soluciones, de iluminar zonas. Aquí, donde la violencia tiene cara de macho; allá, donde los mandatos anulan toda reflexión; más allá, donde la infancia se autoprotege; un poco más allá, donde el Estado priva en vez de proveer, etcétera.

El estilo fragmentado y no narrativo del montaje, con comentaristas en “on”, brechtianos, increpantes, que violentan cualquier estructura dramática clásica, le permite al espectador relacionar y reflexionar sin dejar de disfrutar (si cabe el término) los momentos de acción pura, donde priman los roles por sobre los personajes.

Todo arranca en un escenario-cuadrilátero semi-despojado, sobre el que pende un objeto-referente (una bolsa de boxeo) y cuyo piso está cubierto de flores (cortadas, o sea, violentadas). A un costado, un micrófono, que bien puede mutar en instrumento de percusión. Lo suficiente para ambientar los rounds de una cotidianeidad sangrienta que suele rematarse con alguna toma de posición o una expresión de deseo.

La escena inicial es, como todo, un ensayo, una aproximación al llanto a partir de distintas técnicas estrictamente teatrales. El actor, Hernán Ortiz Bandes en este caso, fracasa. No descarga una lágrima. Sin embargo, su compañera Silvina Manoni sale airosa poniendo en juego la toma de conciencia frente al dato real, la frialdad de la estadística, lo que no deja de hablar del fracaso de la ficción, del fracaso creativo frente a la realidad incontrastable. Entonces, lo suyo es ¿la realidad? ¿Cuál es su creación?

Así, la propuesta se transforma en una especie de performance biodramática que, por un lado, pone a prueba las limitaciones del actor (irónicamente en momentos en que debe demostrar todo su potencial, en que debe “recibirse” como tal) y también las del espectador, cuya impotencia, falso interés o remordimiento sobre el tema a tratar queda atrapado en la incomodidad de un discurso verbal que lo arrincona: “los odio porque vienen a sentir”, les espeta a los presentes uno de los actores/dramaturgistas.

En el terreno visual, distintas proyecciones, algunas más felices y definidas que otras, intervienen cenitalmente el plano. La última, un niño apuntándonos con un revólver, provoca, y cómo, con su dimensión y nitidez y con el oportuno uso de su desplazamiento. Es la cara de la violencia posada y fotografiada. Además, la utilización de escasos y mínimos elementos (una tela para transfigurar un rostro; unas vendas elásticas, que protegen a uno e intimidan a otro) son tan gráficos como acertados.

Algunas escenas, lógicamente, se yerguen sobre otras. Tal el caso en que se revisa un tradicional “cuento blanco” para desbaratarle su violencia intrínseca, para hablar de la fatiga de los cuerpos que lo protagonizan, para insistir, también, en la fatiga de ciertas narraciones (a la larga, todo relato se fatiga y debe reconvertirse, y el teatro sabe mucho de eso), en la violencia por ser niña/mujer, por “querer querer” y ser querida, por ser linda, por ser fea…

Pam Pam… culmina con el piso sucio y las flores pisoteadas, luego de que los actores entregan más energía que convicción. Porque ésta, y en este caso específico, depende más de las personas que de los personajes. Y sin dudas, las personas hicieron lo suyo: pusieron su convicción para esta experiencia distinta. Real, pero ficticia. Ficticia, pero real.

 

Fausto J. Alfonso

Fotos: Nicolás Santangelo