El buen fruto de una sociedad impensada
Por Fausto J. Alfonso
En ocasiones, la simple suma de bondades no llega a garantizar una bondad mayor. En el ámbito teatral eso suele suceder con más frecuencia de lo que se cree. Pero no es éste el caso, donde autor/director e intérprete cruzan sus fortalezas con una absoluta espontaneidad. Ambos ofrecen un destilado de sus habilidades y, sin abrumarnos, nos entretienen con buenas artes y nos hacen pensar acerca de la condición de la mujer desde varias perspectivas.
En Ellas no hablaron se reúnen -por vez primera- Daniel Fermani y Pinty Saba. Lo que a priori se lee como una dupla impensada, puede refutarse con un poco de memoria. El mismo director recurrió a Elsa Cortopassi para su Yocasta es una mujer irascible y los resultados le dieron la razón. Aquí, vuelve a acertar, aunque fue la actriz quien tuvo la iniciativa de corporizar una serie de textos dispersos que el también autor de Argentina Infierno 7 había elaborado sobre mujeres que la mitología griega nos legó como para que reflexionáramos un poco. O como para que le diéramos las voces que les correspondían. De esto último, obviamente, se encargó Fermani con el texto y Saba, ahora, desde la actuación.
El interés del director por los personajes femeninos en el contexto de una sociedad que los agobia viene de lejos. Basta con recordar su excelente Tridimensional Magdalena. Para Ellas no hablaron convocó a cinco mujeres tan diferentes como iguales: Cirse, Ismena, Fedra, Eurídice y Penélope. Los textos son breves y contundentes. Alcanzan un par de trazos sutiles que presentan y contextualizan a los personajes (desde ellas mismas) para ahondar luego en sus conflictos internos.
Éstos siempre son imponentes y desgarradores. Las atraviesan dolorosamente, ya sea por el lado de la soledad, de sus orígenes mal vistos, de la espera, de la bronca o de la impotencia. Las sombras de la culpa, el amor trágico y el ser testigos de un mundo en perpetua guerra alimentan sus estados emocionales y permiten, en esta catarsis que el autor provoca, que explote toda la reserva de humanidad, inteligencia y valor contenidos en esas siluetas prejuzgadas y condenadas a un rincón de la historia.
Todo esto, pasado por el cuerpo y la voz de Pinty Saba, adquiere los matices correspondientes para distanciar el asunto de una tentadora solemnidad o de la pancarta feminista sin más. El peso de su presencia y la convicción de su discurso está en concordancia con la hondura de las palabras. Pero en su interpretación, inyecta dosis de ligereza y humor que aleja a esa galería de mujeres de lo que podría haber sido una aburrida proyección de íconos petrificados. La actriz les saca el jugo a los tiempos pre-establecidos para cada fémina. Parte de una construcción exterior, muy bien vestida para cada ocasión, para llegar a la esencia de cada una desde un distintivo trabajo de voz y una corporalidad juguetona, plegada en la pesadumbre o afiebrada, según venga al caso.
Cirse, una bruja que es más de hacer que de decir, tiene aquí la ocasión para confesar su impotencia frente a un Ulises, guerrero eterno, que descansa a sus pies. Pero también para celebrar su instinto de mujer, que le permite descubrir claves que ni con su gran poder mágico podría.
Ismena, fruto del incesto, coloquial y fresca, con un toque disparatado, pone en jaque al silencio divino, reta a las sombras del palacio, transparenta la corrupción. Baja lo abstracto a lo terrenal. Resulta una princesa que se las trae, y que va a los bifes, a las cosas por su nombre.
Con Fedra, la inmensa Fedra, emerge también la Pinty Saba más potente y en este punto el espectáculo llega a su momento más interesante. La hermana de Ariadna ingresa a escena con unas sugestivas cuerdas colgando de su cuello y hace estallar toda una energía contenida. Lo que sigue es una confesión feroz que nos lleva a la conclusión de que la venganza está destinada a los dioses.
Y de lo extrovertido viramos hacia lo introvertido: Eurídice padece la lejanía, la separación y la condena, en la penumbra, en un estado larval y con una voz sepulcral, trabajada especialmente al borde de la distorsión. Una imagen difusa y arrinconada que logra transmitir una gran tristeza y desolación. El inframundo, en definitiva.
Penélope, para finalizar, vuelve sobre Ulises y sobre la soledad, así como arrancó Cirse, transformando el recorrido en algo cíclico. Pero lo hace de un modo desestructurado, que le permite masturbarse mientras dispara simpáticas reflexiones, pero para nada inocentes. La actriz deja que la ironía se apodere de ella, quien decide por una vez no destejer lo que tejió, especular con la llegada de un amante y bailar al son de la popular Quizás, quizás, quizás (parte de una cuidada selección musical que incluye Toda una vida y otras delicadezas).
En Ellas no hablaron bastan un par de elementos escenográficos para apoyar la acción. No hay artilugios que distraigan y las luces están trabajadas con la discreción o exposición que exige cada caso. La presencia física y el poder de la palabra confluyen en perfecta armonía. Todo está pensado para beneficio de cinco mujeres que necesitan decir lo suyo. Cirse, Ismena, Fedra, Eurídice y Penélope no desaprovechan la oportunidad. Y seguramente irán por más.
Ficha:
Ellas no hablaron. Autor y director: Daniel Fermani. Interpretación: Pinty Saba. Luces: Felipe Curadelli. Sonido: Fede Valdivia. Asistente de escena: Laura Segreti. Asesoramiento en vestuario: Victoria Fornoni. Asesoramiento en sonido: Leo Martínez. Fotografía fija: María José Navarro Sardá. Prensa: Laura Portillo. Diseño gráfico: Carla Guglielmeti. Sala: Las Sillas, Chile 1754, Ciudad, Mendoza. Función del 30-06-2022.