El ciber-fatalismo de un futuro presente
Por Fausto J. Alfonso
Una mujer se retuerce, lucha con sí misma. Parece haber perdido el control. Pronto sabremos que no es una mujer convencional. Es un cyborg. ¿O se dirá una cyborg? Y que el control perdido no depende tanto de sí como de un ausente de la escena: su técnico en mantenimiento. Algo así como su propio control, pero remoto y en manos ajenas.
No quedan amuletos apunta a un futuro en el que el paisaje no es otro que el de la deshumanización. En algún punto el espectáculo se queda corto: lo que expresa está pasando, matices más o menos, desde hace rato. De hecho, ya en 2004 se reconoció al artista hispano-irlandés Neil Harbisson como el primer cyborg.
Lo importante es que el espectáculo que Fabián Castellani dirige con no poco sentido de lo extraño, refiere a ese futuro-hoy desde recursos mínimos explotados al máximo, y de modo atractivo. A saber: una actriz, Celeste Álvarez, habitualmente potente (y aquí también) que hace trompos por el escenario y que se encoge, despliega o rueda sobre una cama desnuda que adopta perfiles varios, menos aquél para el que fue concebida. La actriz está entrenada para estos menesteres y suda una energía que equivale al 60% del valor del espectáculo. Un adecuado vestuario ceñido (diseñado con cuidado por Victoria Fornoni), que enfunda a la cyborg en el consabido plateado futurista y le otorga cierto aspecto de gimnasta vigorosa, pero a la que le parpadea la batería. Una pantalla donde un selecto grupo de imágenes –precisamente editadas por Pao Alonso- construyen una posible extensión de la vida, publicidades de sofisticados tratamientos mediante, o elaboran una parodia hiperrealista con esos bebés de juguete que desde una vidriera parecieran asombrarnos hasta el espanto. Y unas pocas cosas más, como diría Leonardo Favio.
Mientras no se desfasa, mientras no se sale de fase, la chipca (no olvidemos que la chica tiene un chip) en cuestión, intenta restablecer una comunicación íntima con alguien, trata de poner al día y en común nada menos que los recuerdos. Se trata de un alguien a quien, como nos pasa con el burócrata tecnológico, no vemos. La invisibilidad de esos seres le permite al espectador potenciar su imaginación y especular varias cosas, al tiempo que se apiada de la atribulada criatura cyborg. Hay interferencias que preanuncian lo que viene y lágrimas que reclaman el pasado. Fatalismo.
En su minimalismo, el espectáculo es vistoso, genera curiosidad y también convoca a la angustia frente el reseteo permanente al que hoy –no mañana- se está sometiendo a la humanidad, individual y colectivamente. Enfrentados a tramposas pantallas, espejados en un brillante mar calmo, pero que el paso del tiempo vuelve perturbador, nosotros, los cyborgs en potencia, sentados en butacas teatrales, intentamos reflexionar antes de que sea tarde.
El contrapunto retro-futurista, donde un teléfono fijo celebra la parte vintage, y la compulsión de ella por escribir lo deseable en una pizarra, en “anotar para fijar”, aporta más inquietud a esta atmósfera enrarecida, en la que te pueden borrar a distancia las esperanzas plasmadas con fibrón.
No quedan amuletos no es un llamado de alerta. Es el aquí y ahora, pixelado con las viejas técnicas de la teatralidad. Las que nos permiten tomarnos poco menos de una hora para desperezarnos y pensar. Mientras, en la pantalla, imágenes de la vida real de los involucrados en el espectáculo se alternan con otras hechas para la ocasión. ¿Qué quedará de todo eso? ¿Y dónde, en todo caso? Por lo pronto, ver el espectáculo, antes que un dedo aplaste el delete.
Ficha:
No quedan amuletos, adaptación del texto epistolar de Vera Jereb. Dirección: Fabián Castellani. Elenco: Bajo la Arena Teatro. Intérprete: Celeste Álvarez. Video escena: Pao Alonso. Vestuario: Victoria Fornoni. Escenografía: Felipe Curadelli. Maquillaje: Franco Carletti. Sala: Cajamarca (España 1767, Mendoza). Función del 19-10-2025.