El hoyo que se cava a sí mismo
Por Fausto J. Alfonso
El hoyo es una película que se entierra sola. Como sus personajes, desciende a los infiernos que ella misma supo crear y de donde, finalmente, no puede escapar. Porque la ópera prima del español Galder Gaztelú-Urrutia -hay que reconocerlo- arranca con una idea-fuerza arrolladora. Y con dos actores que en pocos minutos demuestran lo bien escogidos que están. Pero, pasada la media hora, todo se vuelve arbitrario y discutible (en el marco de la lógica de la película) y lo grotesco, en el sentido más básico de la expresión, termina comiéndose las buenas intenciones. Que sobre el final habría que replantearse si alguna vez las hubo.
Y hablando de comer, por ahí pasa en parte el asunto. La trama nos mete en una prisión del futuro, donde hay dos reclusos por nivel (y cientos de niveles) y un hueco en el centro del espacio que, cada tanto, se cubre con una plataforma de comida. A medida que la plataforma desciende de nivel, cada vez hay menos comida. Se da a entender que el contenido de la plataforma está calculado para que alcance a todos. Pero, se sabe, siempre los que están más arriba no dejan nada a los de más abajo. Son unos angurrientos que, ante la incertidumbre y la posibilidad de descender de nivel, se comen todo. Con este esquema, la película ya cumple con su crítica social y su punto de vista moral. No se sabe qué hace que los “internos” vayan cambiando de nivel y algunos otros detalles. Mucho menos, cómo y quiénes decidieron semejante arquitectura y por qué. Sí, da un poco de interés al asunto el hecho de que algunos estén por decisión propia y no por un asesinato o alguna otra falta grave.
Pareciera que. en el fondo, los malos que no vemos quieren que los presos se reinserten en la sociedad instruyéndolos en la “solidaridad espontánea”: comer solo lo que se necesita y el resto dejarlo para los demás. Son malos no tan malos, que experimentan y piensan a futuro. Pero una cosa así no funciona en la realidad y no tendría por qué funcionar en una película. Por eso no funciona. El que está más arriba siempre comerá como un chancho y se defecará literalmente (hay escenas gráficas en tal sentido) en el de abajo. Hasta que él mismo descienda para oficiar de inodoro.
Lo que sí funciona -para los amantes del género- es la sucesión de escenas gore, de atrocidades que se cometen en nombre del mal, pero también del bien. Suicidios, ejecuciones, canibalismo, decapitaciones y otras delicadezas se entrelazan a un ritmo cada vez mayor. Pero, y volviendo a la idea inicial, ese descontrol desmerece por completo algo que se perfilaba muy bien, con diálogos atractivos, condimentos del absurdo y una inquietante atmósfera sonora y lumínica poblando el espacio. Un espacio tan rígido y esquemático que termina siendo la cárcel del film y que traslada esas características a la estructura narrativa de la película, que tiene un final muy, pero muy forzado con tal de que el cubo mágico resulte perfectamente armado.
Con el paso de los minutos, nos enteramos que el hoyo se llama en realidad Centro Vertical de Autogestión. En Argentina, un nombre así nos puede sonar a “ente regulador de algo”. Aunque aquí estamos ante la autorregulación.
En definitiva, en El hoyo si querés hacer justicia con vos mismo y los demás, tenés que ser muy vivo, evitar que no te gane el amiguismo y sacrificar algunos inocentes. En una cruzada con esas características se mete el protagonista blanco Goreng (un Quijote que lee al Quijote, bien interpretado por Iván Massagué), acompañado por el negro Baharat (Emilio Buale). Van por todo, sin medir los daños colaterales, dejando el tendal y tratando de cumplir con un “mensaje” que sobre el final se nos revela sensiblero a más no decir. Casi ridículo, patético. Lo mismo no conviene contarlo.
En el nivel cero de esta peculiar cárcel (que amenaza con congelarte o chamuscarte si te guardás un poco de comida para más adelante) está la cocina. ¿Por qué tanto esmero en la presentación y decoración de los manjares? ¿Ah? ¿Ah? Impacta toda esa finura, aunque lo mismo parece una escena de un Greenaway que se quedó sin presupuesto.
Mención aparte para Zorion Eguileor, el actor bilbaíno que encarna a Trimagasi con un nivel de cinismo y un modo de reflexión que se acerca mucho al del individualista de hoy. En medio del excéntrico planteo, no deja de ser un personaje bastante realista. Excelente lo suyo.
Ficha:
El hoyo (España, 2019, 94’). Dirección: Galder Gaztelú-Urrutia. Guión: David Desola y Pedro Rivero. Música: Aránzazu Calleja. Fotografía: Jon D. Domínguez. Intérpretes: Iván Massagué Zorion Eguileor, Emilio Buale, Antonia San Juan, Alexandra Masangkay y Eric Goode.