El notable retorno de Jane Campion
Por Fausto J. Alfonso
Valió la pena esperar algo más de 12 años desde su último estreno (Brigth star, 2009). Jane Campion ha vuelto en su mejor forma, con una minitratado visual sobre el homoerotismo y la sexualidad reprimida, la misoginia, la soledad y un machismo sobrecargado de resentimiento e impotencia. Entre otros temas que, desplegados en visión panorámica, redondean una historia de conflictos íntimos pero a cielo abierto.
Phil (Benedict Cumberbatch) y George (Jesse Plemons) Burbank son dos acaudalados vaqueros de aspecto y personalidades contrastantes. El segundo se casa con Rose (Kirsten Dunst), una viuda buena, agobiada por la rutina y la estrechez económica. Los reúne un amor… puro, por decirlo de algún modo, que detona la ira del hermano soltero. Furia alimentada además por la presencia del hijo de la mujer (Kodi Smit-McPhee), hipersensible y curioso, reservado y de mirada aguda. “Al hijo le falta un hervor”, comentan los tipos rudos entre risotadas.
A ese cuarteto -que se traduce en excelentes actuaciones- se suma la figura ausente, pero omnipresente, de un quinto nombre: el de Bronco Henry, un jinete referente de la zona, que murió ya hace unos años y que dejó a Phil marcado a fuego, cual cabeza de ganado, tanto intelectual como sentimentalmente.
Partiendo de la novela de Thomas Savage, Campion confirma, otra vez, que no le escapa al cine de género ni al de época, y que tiene el talento suficiente para no caer en los clisés de una y otra modalidad. En este western atípico, consigue momentos sobrecogedores a plena luz del día y a campo abierto, como inquietantes pasajes a cámara sigilosa -muy cercanos al film de suspenso- en el interior (casi siempre en penumbras, sombrío) del manso rancho de los Burbank.
La historia está anclada en Montana, en 1925, un poco más adelante que la mayoría de los westerns tradicionales. La línea férrea ya está muy asentada, los vaqueros alternan caballos con autos; hay pocos indios, que solo aspiran a un poco de pieles (hay una escena clave en ese sentido); y el “progreso” se hace sentir en varios detalles. Aunque todo esto choca con la fachada conservadora que sostiene en esencia Phil, a base de rudeza, ironía impostada y una “suciedad honrada”, como alguien sostiene por ahí respecto de la falta de pulcritud del ranchero. En el fondo, se trata de un tipo frustrado que sobrevive a base de rituales y fetichismo y de ejercer el poder de macho frente a otros tantos que se bañan desnudos en el río al mejor estilo Derek Jarman.
El poder del perro apela, quizás por demás, a la cuestión metafórica. Caballos, conejos, testículos, flores, monturas y otras yerbas despiertan no pocas relaciones. Pero ese exceso está ampliamente sopesado por escenas de explícito significado, en las que la directora no enmascara su posición respecto del bullyng, el patriarcado, la manipulación, el poder del dinero y la hipocresía.
Planteada en capítulos, la película suma datos todo el tiempo, sosteniendo su ritmo y su interés. Nunca de modo efectista o gratuito. Nada está violentado. Al contrario, lo sórdido y lo ambiguo van ganando terreno hacia un final que perturba y pacifica al mismo tiempo. Y que nos obliga a afinar la mirada, como Bronco Henry sí sabía hacerlo.
Como en aquel hito de la Campion, El piano (1993), en El poder del perro reaparece el instrumento en cuestión. Pero eso ya da para otro artículo, porque este termina acá.
Ficha:
El poder del perro (Australia, 2021, 128’). Dirección y guion: Jane Campion (sobre la novela de Thomas Savage). Música: Jonny Greenwood. Fotografía: Ari Wegner. Intérpretes: Benedict Cumberbatch, Jesse Plemons, Kirsten Dunst y Kodi Smit-McPhee.