Emoción en el museo y un mito en versión atrevida

30.09.2019 10:40

Por Fausto J. Alfonso

 

SANTA FE. XV ARGENTINO DE ARTES ESCÉNICAS. Capítulo II. Llegó el segundo día del Argentino y con él, lo prometido: el desborde emocional. Una persona muy querida tuvo su merecido homenaje. Periodista, crítico teatral, licenciado en Letras, santafecino ilustre, anfitrión sin diplomar… Roberto Schneider, obvio. Sin embargo, el reconocimiento no fue por ninguna de esas facetas. Sino por su historia como actor, allá por los 70/80. Ese tramo de su vida, absolutamente desconocido por las nuevas generaciones, resurgió cristalizado en la muestra Atrapado por su pasado.

La iniciativa fue un cimbronazo sentimental para él y todos los que se reunieron en el Museo del Teatro Municipal, que justamente Schneider contribuyó a fundar, sin sospechar que parte de su vida se exhibiría allí y él tendría que estar presente para actuar de sí mismo. El espacio estuvo -y está- presidido por el vestuario de Pepino el 88, que Roberto utilizó en el espectáculo Cómico, su obra debut. Y sobre las paredes: retratos, caricaturas, fotos, programas de mano y críticas (de Macbeth, Rocky Feler en el Lejano Oeste, Regreso a casa) que dan fe de su labor interpretativa. Obviamente, hubo discursos, lagrimeos y expresiones de afecto varias. El espíritu de la situación, se puede encontrar en el texto que Norma Elisa Cabrera escribió para leer en la ocasión.[1]

En un terreno más académico, el día incluyó una mesa de crítica teatral, compuesta por Beatriz Molinari (Córdoba), Miguel Passarini (Rosario) y Fausto J. Alfonso (Mendoza), y en la que cada uno reflexionó sobre distintos aspectos de la profesión. De la misma también participó Schneider, aunque de modo más cerebral que pasional. Bueno, tampoco tanto. Sabemos que nada de lo que hace lo hace desapasionadamente.

En lo escénico, Luisa (San Juan) abrió una seguidilla de tres. El texto de Daniel Veronese, a cargo de Lanotannegra Teatro, adquiere su epicentro de valor en la actuación de Lorena López. La actriz, en una aceitada composición, trabaja alternativamente la confesión y el reproche hacia uno y otro lado de su espacio. Gira, se transforma, asume el rol de su opuesto. Se transfigura, detiene el tiempo, finge que no mira. Vive, desde la mueca, una espera trágica, aunque esto parezca una doble cita de Pavlovsky. Junto a su directora, Natacha Saez, han captado la esencia de algo que es más una situación que una historia. Un estado que irónicamente habla de la “virtud del conformismo” y que funciona bien en términos de crítica al machismo sin panfletear, sino como un verdadero drama humano, íntimo.

El plato fuerte de la fecha (quizás de todo el festival) fue sin dudas Fausto, o la pasión según Margarita, que llegó desde Rosario, con dirección de Gustavo Guirado. Se trata de una vuelta de tuerca al mito alemán, de atrevida inspiración y pródiga en ideas. Aquí, la mujer, sea Diabla, sea Margarita, adquiere un protagonismo inédito. Administra el poder, el deseo, el dolor y el sistema de premios y castigos ante un Fausto atónito. Pero que también nos reserva unas cuantas sorpresas respecto de su historia más conocida. De entrada, la escenografía nos involucra en un inquietante mundo sacro-profano, donde lo kitsch puede irrumpir de golpe o donde las formas paródicas tuercen el poder literario del texto. Una Diabla cancherísima se codea con Boticelli o Pessoa y mete mucho más que la cola, mientras el (in) Fausto ensaya eufemismos como “balsámico jugo de uvas”, por no decir vino. Margarita, candida (¿cándida?), se prende a un derrotero sádico, lascivo, también peligrosamente infantil, para demostrar que tiene aristas de las que le pidan. Este Fausto, el de Guirado, es único en su tipo. Un delirio controlado en todos los rubros, que incluye un estupendo vestuario, originales pero discretos trucos escénicos y tres actuaciones de primera: Paula García Jurado, Anahí Gonzalez Gras y Eduardo Molinelli. Excelente.

Como cierre de la segunda jornada, se pudo presenciar Volver a Madryn, de El Cuenco Teatro (Córdoba), con dirección de Rodrigo Cuesta. Una propuesta que se ha paseado por varias provincias y festivales, de la que ya hemos podido apreciar su fórmula de thriller snob y su canchera pirotecnia de luces y sonidos. Más efecto que otra cosa. No hay mucho para rascar más allá de la bruma que envuelve a esta historia donde la amistad, la hombría y otras cuestiones por el estilo se dirimen en un clásico pueblo chico infierno grande.

                



[1] Atrapado por su pasado. Por Norma Elisa Cabrera.

 

Después de dejar el Colegio Nacional a los 13 años por problemas económicos y terminar en la nocturna. Después de perder a su mamá muy joven y aceptar el llamado de las monjas para ocupar su cargo en el hospital. Después de lavar pisos, y de pasar al teléfono de noche, y encontrar la forma de cumplir la promesa: ir a la facultad. Después de conocer al profesor Ahumada que estrenaba una obra en la Sala Moreno y le dijo: ‘Roberto, usted que es muy simpático, ¿no nos puede vender unas entraditas?’ Después de vender cientos de entradas para sorpresa de todos, y de que Antonio Germano lo invitara a integrar el grupo. Después de que él se negara, por miedo al ridículo a raíz de su secuela de parálisis infantil, y de que Antonio le asegurara que estaba equivocado. Después, Roberto Schneider debutó con Pepino el 88 y el teatro de Santa Fe nunca fue el mismo: había ingresado a sus filas uno de los hombres que le daría más fuerza e impulso a esta noble actividad, nada menos que en los últimos cuarenta años. 

Ya llegaría el diario El Litoral y conoceríamos, generación tras generación, su pluma sin ambages y a la vez barroca, su mirada delicada, su cariño, el empuje incansable para abrirle espacios a la escena donde sea. Pero primero, Roberto fue actor. En cuatro obras, con el Grupo de Actores de la Biblioteca Moreno, todas dirigidas por Antonio Germano. De 1979 a 1982. “Cómico”, “Macbeth”, “Rocky Feler en el lejano oeste”, “Regreso a casa”. 

Es fácil tentarse, imaginarlo buscando su nombre entre las líneas de la primera crítica. Los actores siempre en los últimos párrafos, escondidos en el bosque de sentido que las palabras empecinan. Aunque el nuevo paisaje que el texto nos regala sea maravilloso, en algún punto frente a la escena se sentirá insuficiente. ¿Cómo reducir a palabras lo vivo? ¿Qué podemos saber hoy del Banquo de Roberto, “doliente y tierno” según la mirada del primer crítico de nuestro crítico? ¿Pero cómo no agradecer, a la vez, a ese papel amarillo y ajado, a ese recorte guardado cuidadosamente, por soportar todo este tiempo para venir hoy a darnos testimonio?

“Del hecho teatral me conmueven los actores. El teatro sirve para que las cabezas crezcan. Creo que permite la posibilidad del crecimiento individual. Primero por cómo te conmueve el suceso teatral. Y a partir de ahí, esa historia que te contaron, pasa a ser parte de tu propia historia. Se entrelaza con tu vida.” *

Nadie mejor que él para decirlo.  

A nosotros también nos conmueve nuestro villano favorito, su historia, su vida, su trabajo. Nos movemos con él, en este tiempo y espacio que nos es dado compartir. Aprendemos. Y era hora de que conociéramos estos detalles asombrosos, estos recuerdos magníficos de su paso por las tablas. Un tesoro, un verdadero regalo. Haciéndolos presente, como en el teatro, con la misma intensidad.

 

*Roberto Schneider en la Revista “Nosotros”, 27 de febrero de 2017.