En Anagnórisis, descubrirse es todo un acto poético
Por Fausto J. Alfonso
Detectar y aceptar nuestro lado más oscuro nos puede conducir inequívocamente a un estado de iluminación. Este arranque, que huele a Bucay más que otra cosa, o en el mejor de los casos a un Jodorowsky pasado por agua, no deja de ilustrar la intención de Anagnórisis. Claro que, tras esa consigna atendible pero básica, el espectáculo rebasa originalidad, técnica y belleza y nos transporta a un escenario surreal, entre lyncheano y cocteauano, donde la mujer se pare a sí misma y desde lo carnoso se erige como un animal potente y sensible.
Típico espectáculo para despertar el debate (¿qué es y qué no?, etcétera), Anagnórisis es, por el mismo motivo, una propuesta genuina de estos tiempos. En ella, hilando fino, podemos reconocer disciplinas y estéticas de diverso origen y alcance: danza contemporánea, teatro físico, expresionismo, butoh, danza teatro, arte conceptual, body art y hasta aspectos del Movimiento de Arte Feminista de los ’60, con esa genitalidad avasallante que retrocede hacia adelante como un cangrejo erótico que intimida. También minimalismo y pa pa pa. Todo eso, en poco más de intensa media hora.
Sin embargo, la síntesis obtenida por el trío integrado por Luisa Ginevro, Sol Gorosterrazú y Santiago Borremans (los mismos de la elogiada Relato en fiel simetría) le otorga al montaje autenticidad y queda lejísimo de un catálogo de habilidades. A partir de este concepto del “reconocimiento” que supone la anagnórisis, Ginevro y Gorosterrazú crean sobre el escenario un universo compacto, de lenguaje propio, repleto de los dobleces que esconden sus cuerpos, tanto en el sentido de “doble” como en el de “doblar”. La simetría, aquí también presente, es asaltada muy cada tanto por pequeños movimientos que nacen como brotes del tronco humano buscando su lugar exacto, su reconocimiento, su propia anagnórisis, en el espacio.
Ese lugar físico es transformado todo el tiempo por las intérpretes, con la sola ayuda de sus largas faldas primero y de telones después, y una iluminación sobria que sobre el final gana en sensualidad. Es silueteado con movimientos de alcance preciso, que juegan siempre con la tensión y que crean figuras mágicas, que nos inquietan y nos llevan a indagar en el truco. Es taladrado por una desnudez agresiva pero no violenta, mientras un “zumbido ambiente” connota el descenso hacia los propios abismos. En definitiva, ese lugar físico es sometido a la voluntad de unos cuerpos (o un cuerpo) cada vez más seguros de sí mismos.
La música -original de Gabriel Oros- no se despega jamás de la acción, pero lejos de acompañar sentimentalmente la emocionalidad de las criaturas (como en la convención hollywoodense) las provee de un paisaje sonoro extraño, que refuerza la idea del misterio que llevan dentro.
Como en Persona, para seguir con las asociaciones, la simbiosis con el otro y el mirarse al espejo son actos reveladores y, en ocasiones, de dolorosa autoafirmación. Pero a diferencia de la obra de Bergman, en Anagnórisis la mudez alcanza a las dos mujeres y es solo el repertorio gestual quien podrá escandalizar a la propia conciencia y poner al descubierto la propia naturaleza.
Ficha:
Anagnórisis. Dirección e interpretación: Luisa Ginevro y Sol Gorosterrazú. Asistencia de dirección: Santiago Borremans. Iluminación: el elenco. Prensa: Fernanda Trombetta. Diseño gráfico: Rodrigo Jofré. Música original: Gabriel Oros. Sala: Nave Cultural (2). Función del 10-08-17.