Fin de fiesta con un atractivo y peculiar Lorca

22.09.2023 11:36

Por Fausto J Alfonso

 

37° FIESTA NACIONAL DEL TEATRO - LA RIOJA / CATAMARCA 2023. Sede La Rioja, 21-09. Las dos últimas jornadas de este evento organizado por el Instituto Nacional del Teatro, de ocho días de duración y desarrollado por primera vez en simultáneo en dos provincias, sumó en su programación oficial destinada a La Rioja, obras de Chaco, Misiones, Jujuy y Santa Fe, además de propuestas invitadas. Entre éstas, la ya célebre El Bumbún (ver nota aparte), del recordado Manuel Chiesa, en versión de la Comedia de la Provincia de La Rioja, con dirección de César Torres.

Salsipuedes, la apuesta del Elenco Juvenil Galatea, de Chaco, dejó sabor a poco, a partir de la sensación de estar frente a un trabajo con características de taller, soportado por el indisimulable entusiasmo de los muy noveles actores y actrices de esa provincia norteña. El texto, de Hemilce Isnardo, está considerado ya un clásico de la región, con varias puestas precedentes, e indaga en cómo impactó el proceso militar de los 70/80 en la juventud de entonces, centrándose en un grupo de amigos. El miedo y la duda dan lugar a alianzas y traiciones; el amor –lo íntimo, lo privado- sufre las consecuencias de lo público; y la tragedia se apodera de todo. Los personajes no dejan de ser estereotipos en el marco de una puesta que mezcla absurdo y realismo sin demasiado criterio y que apela a acciones innecesarias mientras juega con una escenografía más incómoda que funcional.

Desde Misiones llegó Clowndestinos A.C., primera parte de lo que se anticipa como una trilogía. Interpretada por Víctor Vildoza y Diego Raga, con dirección de Gastón Caballero, la obra confirmó algunas constantes de esta fiesta: la técnica del clown (como lo anticipa su título), la recurrencia al público para que participe, la apelación al uso de dispositivos celulares y la exaltación de un mensaje políticamente correcto, en este caso referido a la preservación del planeta y el reciclaje de la basura. Orientado a todo público, el espectáculo se apoya en el perfecto vínculo entre los actores, a partir de una anécdota bastante elemental, a la que le intentan sacar el jugo con el juego físico y algunos condimentos visualmente atractivos, como los momentos de teatro de sombras. La obra, que en algún punto se vuelve tan festiva como una animación de cumpleaños infantil (y ahí se cae), cierra con aquel comunicado en el que el presi nos sugiere quedarnos encerrados ante la llegada del Covid. Con lo que cabe preguntarse si, la segunda parte de la trilogía, contemplará la fiestita con Fabiola, Dylan y demás allegados. Estaremos atentos.

Otro dueto de actores fue protagonista de La Compañía Americana de Danza en gira a China. Un espectáculo jujeño, propuesto por el grupo La vida es una barca, construido a base de sensibilidad y humor, mucho ritmo e interpretaciones carismáticas. Escrito y dirigido por Sergio Mercurio, se lucen Juan Villegas y Luis Sánchez, como dos emigrados hacia Río Grande, deseosos de dejar un pasado limitante. El destino los cruzará para que cristalicen a dúo una pasión compartida: la danza. Entre apuntes delirantes y reflexiones conmovedoras, la amistad entre el quequense y el maimareño se irá consolidando pese a lo contrapuesto de sus perfiles. Y, en ese devenir, se irán revelando aspectos del pasado de ambos que hablan sobre la vocación, la amistad, los mandatos familiares y la discriminación. El escenario, absolutamente despojado, les permite a Tito y Fermín, ir ganando confianza, espacio. Les permite ir abriéndose, imponiendo sus movimientos con vistas a una gira que se presume inolvidable y a la consolidación de sus sueños. Muy buena propuesta.

Y hablando de muy buenas propuestas, quien nos tiene acostumbrados a éstas, dentro y fuera de su provincia, es el santafesino Edgardo Dib (Edipo y yo, Las hijas de Bernarda, Calígula, Medea va, El hilo azul, entre muchas más), que llegó hasta La Rioja con su peculiar versión de Bodas de sangre y un elenco concertado de buenos actores que, en su mayoría, son sus intérpretes habituales. La puesta, que cerró la fiesta en su versión riojana, no defraudó, estuvo a la altura de aquellos antecedentes, pero intrigó a más de uno con su singular adaptación (días previos vimos otra muy buena versión de Bodas… adaptada al conurbano bonaerense, también bastante peculiar).

Como sea, todo se puede reducir a una opción estética del teatrista, quien está en todo su derecho. Lo importante, y aquí cierto, es que el resultado final sea atrapante y coherente. La intriga en cuestión (y lo que, en definitiva, se convierte en atractivo) es que como espectadores nos sentimos inmersos en una atmósfera propia de Tennessee Williams (lo visual, la tensión, la música, la estética en general) alimentada por una conocida historia lorquiana, que a su vez recurre intertextualmente a otra (Doña Rosita, la soltera). Nos da la sensación de estar en Nueva Orleans, o en algún sitio similar, con algo o mucho de calor y no poco fatalismo. Se siente en el ambiente el peso de una frustración generalizada, de las deudas no saldadas y de la necesidad de alcohol.

Todo esto, tal vez esto no debiera sorprendernos tanto, considerando que el director admira al autor de Un tranvía llamado deseo y que en algún momento le dedicó un espectáculo llamado Casi Tennessee. Lo que cuenta es que, desde el minuto uno, estas Bodas de sangre nos sumergen en la poesía lorquiana y no nos sueltan la mano hasta el final, en un trayecto bien iluminado (técnica y alegóricamente) que nos permite conocer las desgracias profundas de cinco seres en los que anidan, según el caso, el resentimiento, lo reprimido y la venganza. Las cuestiones de clase y los prejuicios, propios de la obra original, también se evidencian, tanto en escenas dolorosas como en otras provistas de un humor espeso. La tragedia se cuece todo el tiempo, aportando cada vez más datos, en una puesta donde todo está regulado y en la que cada objeto va cobrando sentido a medida que avanza. El ambiente central, una taberna que pareciera de ruta, se transforma en un punto de cruce permanente, pero también puede contener otro espacio, como esa lejana casa donde la novia recibe a sus futuros novio y suegra.

Las palabras de Lorca encuentran en el “realismo de Williams” (o de su supuesto) el socio adecuado, pero son los intérpretes los que, bien guiados por Dib, llevan a buen puerto esa unión lírica-naturalista: Luchi Gaido, Sergio Abbate, Rubén Von Der Thüsen, Raúl Kreig y Daniela Romano. Sobre todo, estos últimos dos, quienes tienen la difícil tarea de metaforizar los contenidos del drama y al mismo tiempo relacionarse concretamente con el resto de las criaturas. Kreig, de mirada pícara y movimientos sutiles, es un tabernero a su vez Luna y Madre, que aporta hondura e ironía, según el momento y el personaje que habite. Y que establece una complicidad importante y no menos sarcástica con la mesera de Romano, que a su vez es la Muerte y la prima de la novia (además de cantar muy bien a capella). Uno y otro forman parte de un conjunto que se va hundiendo en un clima cada vez más desesperado. Pero la poesía siempre emerge, aun en la muerte y aunque se apague el último blues en el tocadiscos de esa nublada taberna. Excelente broche para una fiesta que merece seguir siéndola.