Gran final gran: chejoviano y equilibrado

02.10.2019 22:47

Por Fausto J. Alfonso

 

SANTA FE. XV ARGENTINO DE ARTES ESCÉNICAS. Capítulo IV. El Argentino surgió hace tres lustros, desdoblado en dos eventos, uno dedicado a la Danza y otro al Teatro. Que al cabo de un tiempo se fusionaron bajo el rótulo de Artes Escénicas. En su ideación, puesta en marcha y mantenimiento tuvo un rol preponderante Luis “Yiyo” Novara, quien falleciera en julio de 2018. Por eso, este Argentino fue especial. Faltó su presencia inquieta, su mirada atenta y su accionar inspirado, producto de haber pasado por todos los ámbitos del teatro, desde la actuación a la gestión oficial. Pero su ausencia fue cubierta, compensada de algún modo, por los numerosos comentarios, sinceros y afectuosos, que se repitieron a lo largo de los cuatro días. De modo formal, durante el desarrollo de la grilla de actividades oficiales, como informalmente, en esas charlas de pasillo o de café, tan típicas de estos eventos.

El cuarto día del XV Argentino incluyó la presentación del libro Escritos al borde, del dramaturgo y director Julio Beltzer, incluido en la colección Itinerarios, de Editorial UNL. El acto fue en la biblioteca pública dr. José Gálvez y aportaron sus palabras Jorge Ricci y Roberto Schneider, prologuistas también de la obra. El volumen incluye seis de sus obras, en una cuidada edición. Sobre Beltzer, Ricci escribió: “Para aquellos que lo hemos conocido desde su ‘adolescencia escénica’, sabemos que el ‘maula’ ha recorrido un camino ecléctico e inesperado tanto para él como para nosotros. Supo saltar, sin lastimarse, de las vanguardias europeas a sus propios textos. Insinuarse como actor, consolidarse como autor y director y, por sobre todas las cosas, atreverse al qué dirán sin temor alguno. Como nos sucede a los que estamos metidos en esa jaula lúdica que es el teatro: algo quedó para el olvido y algo quedó para el recuerdo”.

Ya sentados en las butacas de la sala Maggi del Foro Cultural Universitario, los espectadores pudieron disfrutar de uno de los mejores trabajos de este Argentino: ¿Por qué demoró tanto? (Santa Fe), dirigido por Edgardo Dib. Acaso más que una puesta, una lección de actuación, dramaturgia y dirección. O de cómo comprender, entender hoy a Chéjov, de modo entretenido e ingenioso, sin subestimar su complejidad ni contaminar sus atmósferas.

Tomando como referencia La gaviota y experiencias personales, Dib y la actriz María Rosa Pfeiffer tejen una dramaturgia sólida. No es una mera obra que reflexiona, como tantas otras, sobre la teoría y la práctica teatral (al mismo tiempo que lo es, de modo estupendo), sino un trabajo literario de orfebrería, donde cada palabra tiene su correlato en las acciones y gestos que encarnan Pfeiffer (Nina) y el enorme Raul Kreig (Kostia).

La puesta, acotadísima a un círculo ínfimo, delimitado por un tapete y ambientado solo con una mesita de luz, encierra texturas varias a partir del meticuloso trabajo lumínico. La bruma, por momentos, envuelve a intérpretes y público, propiciando climas muy intimistas. Pero como contrapunto, el sonido, también trabajado con rigor, nos saca de clima. Literalmente afilado, corta la acción y nos devuelve a la realidad, hasta que, sin saber cómo, nos vemos envueltos nuevamente en la ficción. Que para sus intérpretes también tiene dos dimensiones: una real y una aparente.

Las cuotas de humor tienen el peso justo. El tinte farsesco que le añade Kostia suma también lo apropiado. Y el resultado final es tan bello que dan ganas de quedarse a charlar con María Rosa y Raul para que nos cuenten cómo llegaron hasta allí, y si realmente demoraron tanto.

Por su parte, Nunca nadie murió de amor excepto alguien alguna vez (Córdoba), de La Mucca Teatro, con dirección de Guillermo Baldo, no guarda demasiadas sorpresas detrás de tan ostentoso título. Más bien, de entrada las tira a todas al asador, y luego se refugia en la monotonía y la reiteración. Una mujer íntegramente quemada, vendada de pies a cabeza, y su asistente Ana, discuten, se aprecian y desprecian, hablan del afuera y el adentro (en sus distintas acepciones), y más de una vez deliran en torno del amor, la soledad, los sentimientos. Sus presencias impactan, como el humor siniestro, la voz de la Señora (similar a la de Violencia Rivas), y como la escenografía dominada por el rojo, plagada de objetos retro y kitsch, muchos ligados a un romanticismo que ya fue. Con el paso de los minutos, todo eso empieza a parecerse a una foto, bien compuesta. Original, pero sin vida dramática. La obra es un fuego en muchos sentidos, pero se consume rápido.

El cierre tuvo que llegar y en él se apostó a un espectáculo largamente probado ante público y crítica, con óptima respuesta de ambos. Hablamos de El equilibrista, la obra de Patricio Abadi, Mariano Saba y Mauricio Dayub, interpretada por este último y dirigida por el gran César Brie. Los organizadores no se equivocaron, ya que el Teatro Municipal a full aprobó y agradeció la elección. Y es que El equilibrista posee aquello que muchos persiguen y pocos alcanzan: amalgamar arte y entretenimiento, contar una historia y plantear temas, divertir y emocionar. En este caso, a partir de la memoria como eje del relato y la recreación de una familia compuesta por personajes variopintos, cuál mejor que el otro.

La simpleza y grandeza del asunto se resumen en la actuación de Dayub, una especie de matrioshka, que no se cansa de sacar seres de su interior, del mismo modo que lo hacen la escenografía y los objetos, en un apabullante despliegue creativo, muy a lo Brie. La puesta, casi circense, nos aleja por completo del tradicional concepto de unipersonal, y un marco final (que actúa como síntesis y sobre el que no conviene ahondar mucho) nos da la pauta de la dimensión de lo que acabamos de ver. Del trabajo que, en todos los rubros, conlleva El equilibrista. Final feliz para el Argentino.

 

Fotos (de arriba hacia abajo): Mauricio Dayub en El equilibrista; el recordado “Yiyo” Novara; portada de Escritos al borde, de Julio Beltzer; ¿Por qué demoró tanto?, con María Rosa Pfeiffer y Raul Kreig; y Nunca nadie murió de amor excepto alguien alguna vez.