Gustavo “Tuti” Núñez: Los insólitos destinos de un titiritero universal

12.02.2017 18:59

Por Fausto J. Alfonso

 

Gustavo Núñez se baja de un taxi frente al bar del Hotel España, en pleno centro santafesino. El clima es bastante benévolo pese a que estamos en pleno noviembre. “Tuti” llega como veinte minutos tarde a la entrevista porque se quedó colgado, construyendo un muñeco. Como siempre, con los primeros materiales que se le cruzaron por delante. Indemniza al periodista con dos objetos clave: una nariz de gomaespuma y una moneda tailandesa. La primera lo define como el payaso que es desde pequeño. Es casi una tarjeta personal, aunque también extiende una, de formato circular y adhesiva. La segunda, la moneda, se relaciona con su paso por el Harmony World Puppets Carnival, que en el 2014 se realizó en Bangkok y de donde se trajo el premio al Mejor Espectáculo Infantil por su propuesta Pedro del Castillo. En una de las caras de la moneda se ve a Bhumibol Adulyadej, el hombre que reinó en Tailandia durante 70 años (de los 18 a los 88), que murió el pasado octubre y con el que “Tuti” compartió foto en la portada del diario más popular de aquel país. Así como lo leen.

Claro, no puede ser menos que curioso alguien que trabajó en televisión con Karina Rabollini, cuando ésta estaba lejísimo de ser primera dama bonaerense. Que nació en Córdoba, se formó como actor en Mendoza y se volvió popular en Santa Fe. Que se ha presentado con sus títeres donde a uno se le pueda ocurrir. Que en 2015 ganó el premio al Mejor Actor en el World Puppet Carnival celebrado en Kuching, Malasia. Que también tuvo experiencias en Indonesia y Dubai. Que vivió una rara incursión por Brunei. Y que a mediados de 2017 cerrará un círculo perfecto: conducirá en Los Angeles un show en homenaje a esos muñecos que lo obnubilaban las tardes de sábado de su infancia: nada menos que Los Muppets. El sueño del pibe, que dicen. “Cuando me lo propusieron, me hice el sota, me fui a la habitación y me largué a llorar”, cuenta.

Nació en el ’72. Criado en el campo cordobés, mantiene arraigadas expresiones como “al cuete”, “me cacho” y otras. Entrenó el oído con los magazines del Negro Álvarez que ponía su padre. Y agradece haber nacido por esos pagos. Sabe que a la hora del humor corre con ventaja. Esa diferencia la sumó a su curiosidad y empecinamiento y le permitió hacer de sí un self-made man. O, dicho en criollo, un laburante con méritos exclusivamente propios. Al menos eso dicen todos los que lo conocen. Porque el “Tuti” es todo un personaje y toda una personalidad en Santa Fe. Por donde pasa, saluda y es saludado. La espontaneidad es de ida y vuelta. Nada de protocolo ni de obligación. Nada de falsedad.

  • ¿Cómo te definís hoy, año 2016?
  • Soy yo. Me encontré. Estoy con la tranquilidad de que no necesito máscara ni nada para ser lo que soy. Cuando hago funciones, más que ponerme la nariz… y a veces ni eso. Claro que encuentro la excusa, a través de la nariz, para decir todo lo que siento. Pero también lo digo cuando no la tengo. Ámenme u ódienme. Es sacar lo que tengo adentro y decirlo. Lo que uno piensa. Algunos lo piensan, yo lo digo. Vengo a ser la voz de los pensamientos de otros. Y como artista me defino como clown-titiritero.
  • ¿Cómo llegaste hasta acá?
  • Sufriendo una transformación. Pasé de hacer mímica a hacer teatro. En paralelo, siempre me gustó la construcción de títeres, pero no me animaba. También me pasaba con la escenografía y la utilería. Empecé a pintarme la cara, pero después vi que la pintura aleja mucho. Me gusta terminar la obra y darle besos a los chicos, y se me quieren besar que me besen. Siempre me chocó la cosa del pintado, de no saber quién está debajo. Le tenía miedo a Papá Noel y a todos los disfrazados.
  • ¿También a los payasos?
  • Mucho miedo. Yo trato de desmitificar al payaso malo. Mi payaso es malo para el que no le gusta lo que digo. Pero para los niños no soy malo.
  • ¿De chico te llevaban a espectáculos infantiles? ¿Te gustaba como salida?
  • Vivía en medio del campo. Iba al cine. Pero mi hermana iba antes. Si la película “daba” como para chicos, me llevaba. Mi hermana me lleva diez años. También iba mucho con mis viejos. Incluso a películas que no eran para niños. Uno me tapaba las orejas y el otro los ojos. Me sentía un Woody Allen. Teatro vi mucho con mi viejo, que le gustaba la Comedia Cordobesa. Siempre humor. La Papa de Hortensia, ese tipo de obras. También El Conventillo de la Paloma, San Vicente Superstar, Eran cinco hermanos y ella no era muy  santa… obra que me quedó grabada a fuego. Era muy lindo. Hasta hoy me acuerdo de todo eso. Veía todo muy real, más allá de si actuaban bien o mal, no sé. Me encantaba. Eso fue lo más cercano que estuve al teatro en esa época.
  • ¿Y cuándo empezaste vos?
  • A los siete. Tenía una hora bache antes de entrar al cole. En vez de ponerme a jugar a la mancha, me anoté en teatro en una escuela que era como un centro cultural. Nunca me voy a olvidar. En esa época había un intendente que le decían cólico renal, porque el hermano tenía canteras y lo único que hacían eran arcadas con piedras. Mi viejo construía muebles, arañas… Trabajaba en una empresa de colectivos y a la salida se dedicaba a eso, más que nada para los parientes, los amigos. Pero otra onda mi viejo. No era odioso, pero tenía esa cabeza de antes. Un día estaba en el galpón, apretando la morsa, y le dije que se venía la muestra de teatro. Si no rompió lo que estaba apretando fue de casualidad. Tengo su imagen. Tiró la cabeza para atrás y dijo “¿teatro?”, ya como diciendo mi hijo va a salir para el otro lado. Esas cosas de antes…
  • ¿Cuándo te vio trabajar profesionalmente?
  • Yo vivía en Mendoza y fui a Córdoba con Colón al 500. Era el que más se reía del público y más sacaba fotos. Después vino a Santa Fe a un espectáculo para niños. Vino a casa y me dijo: “qué lindo, una casa con mucho patio… ¿Pagás mucho de alquiler?” No, papi. Esta casa la hice yo, le dije. Se sentó en el patio, me abrazó y me dijo: “te saliste con la tuya. Podés vivir de lo que te gusta”. Un hermoso reencuentro. Siempre fui caprichoso, yo quería vivir de esto y nunca me faltó el laburo. Siempre busqué callecitas paralelas, pero cercanas al teatro. Hacer disfraces, o construir algo, o los curros del shopping…
  • ¿Por qué te instalaste en Mendoza siendo que Córdoba tiene una tradición teatral importante?
  • En esa época hacer teatro en Córdoba era muy frustrante. Aparte, mis viejos se habían separado. Yo estaba con uno, con otro, con uno, con otro, uno en la ciudad, el otro en el campo. Me puse a laburar en una estación de servicio, de la misma empresa en la que trabajaba mi viejo. En esa época no existía la explotación infantil, ahora sí. Los niños no tenían derechos, ahora sí. Laburé dos años, junté la plata y me fui a Mendoza. Yo era amigo de Oscar Salas, el humorista. Él conocía al flaco Suárez. Siempre me hablaba de Mendoza, de lo lindo que era, del teatro de allá… Me fui. Tenía 16 años. Mis viejos firmaron todos los papeles para que me hiciera cargo de todo lo mío. Primero alquilé una pieza en el barrio Cementista. Al año fue mi vieja y me alquiló una casa. A los cuatro años ella se instaló en Mendoza.
  • ¿No te reprochó que te vinieses a Santa Fe después de hacerla ir a Mendoza?
  • No, qué se yo… Es que ella también buscaba encontrar su camino, después de separada. Y allá vive todavía, con mi abuela.
  • ¿Qué fue lo primero que hiciste en Mendoza?
  • Anotarme para terminar la secundaria. Verano del ’89. Después me anoté para un taller con el Flaco, allí en Lavalle 174. A la mañana laburaba en una fábrica de cerámica en Las Heras, de allí corría a pegarme un baño para ir a la escuela y de allí al teatro. Nunca falté a un ensayo. Un jueves pasé por un kiosco y compré un chicle Bazooka. En el horóscopo me decía que iba a tener un día muy especial y que iba a hacer lo que me gustaba. Una cosa así, medio pavota. A la noche el Flaco me llama y me dice que dos actores se iban y había que cubrirlos. “¿Te animás a sumarte al grupo?” Mi sueño era ése. Ser parte de un grupo de teatro independiente. Por entonces vivía en Dorrego y en vez de tomarme el trole, me fui saltando y cantando a casa. No lo podía creer.

Heredó el “Tuti” de otro actor mendocino, también Gustavo: el “Tuti” Azar. Fue después de que lo reemplazara como en siete obras distintas. De aquella etapa mendocina junto a El Taller son las puestas de La Caperucita, La Cenicienta, Hansel y Gretel, La Conquista, Ubú Rey, entre otras. En Ubú Rey hacía un falso enano. Actuaba toda la obra arrodillado. Para sorpresa de todos, al final se paraba. En esa obra se animó además a usar por primera vez un títere. Ante las reiteradas inasistencias de un actor, le propuso al director suplantarlo por un muñeco. Y así fue.

Cuando El Taller pierde su sala, “Tuti” comienza a trabajar con el grupo Cajamarca, en puestas como El pirata mala pata y La boda, entre otras. Aprovechando las mañanas semi-libres se puso a escribir el guión de Colón al 500, el que sería su primer trabajo en solitario. “Un día viendo qué música iba a poner, cambié toda la obra y a los dos días estrené. No usé nada del texto que había escrito durante tres o cuatro meses. De allí en más fue como una metodología (en voz baja lo vamos a decir) el no ensayar más. Armaba las obras con los muñecos, que era una forma de ensayar, y largaba. Los que sufrían eran los técnicos. He hecho transpirar a varios”, confiesa. “Colón al 500 me permitió muchas funciones y viajes. La hice mucho. Viajé a Chile, Brasil, Uruguay, acá a Santa  Fe…”

  • ¿Esa visita fue determinante para que te instalaras acá?
  • Me gustó Santa Fe porque tenía esa cosa del río. En Mendoza extrañaba mucho el río de Córdoba. Acá encontraba esa onda, la vegetación, la idea de juntarse a comer un asado de modo “aformal”, como le digo yo, una onda ciudad-pueblo… Siempre que venía a los festivales de teatro popular me quedaba como diez días más haciendo funciones para escuelas. También iba mucho a Posadas y me gustaba. Pero me decidí por Santa Fe.
  • ¿Cuando llegaste acá tuviste algún maestro como Suárez?
  • No. Vine desde Buenos Aires con mis títeres y me instalé. Conocía mucho al Mono Venturini, que me invitaba a los festivales de teatro popular de acá. Pero me dediqué a golpear puertas de escuelas. Era verano del ’95.
  • Santa Fe te terminó dando mucho más que trabajo.
  • Siiiiiiii… Algunas que otras novias he tenido. Casi todas con hijos, porque yo estaba buscando, desde el inconciente, un hijo. Esto es ya para analizar con psicólogo. Siempre me fascinó el mundo infantil. Voy a ser un viejo pavote y voy a estar seguramente haciéndole chistes a los niños. Ahora mi hijo tiene 16 años. En esa búsqueda nunca me casé, siempre me junté, viví unos años, hice la casa, tuve un hijo y ahí cambió mi historia. Cuando uno tiene un hijo sabe qué poner en la balanza del amor. Sabe que por un hijo entrega todo, es el amor extremo. A los tres meses mi hijo ya andaba conmigo, con los títeres. Cargaba el baby seat, los pañales y a él. Después me separé. Ahora llevo nueve años con Selma, una mina de oro, que no tiene problemas en arremangarse y pelear por vos en lo que sea. Y muy buena actriz y directora.
  • ¿Qué debe tener un espectáculo infantil para que sea eficaz y sincero?
  • Primero, respetar al público adulto y hablarle a los niños como personas y no como tontos ni en chiquitito, porque los padres no le hablan todo el tiempo en chiquitito. Escuchar a los chicos. Si tenés que parar la función porque uno te tiene que decir algo, la parás dos segundos. La experiencia y el oficio te hace que puedas volver a la obra. Yo tenía muchas trabas con el hecho de hacer títeres, de salir con los muñecos y que me vieran a mí. Pero no. Enfocan en el títere, yo les puedo ver las caras a ellos y ponerme del lado del espectador siendo que soy el titiritero.
  • ¿Tenías referentes del mundo de los títeres cuando empezaste?
  • No. Cuando era chico, los sábados a la tarde se paraba el mundo para ver El Show de los Muppets y Plaza Sésamo. Para mí eso era los títeres. No había un titiritero. Incluso no era tanto la historia, sino el atrás. ¿Cómo harán para mover un ojo, una oreja? Eso me llevaba a la construcción, a probar. Siempre fui un autodidacta y muy curioso, de preguntar. Le preguntaba cosas a Beto Di Césare, a Ezequiel Yazar de La Banda Espuma, al negro Daniel Díaz, un genio a nivel construcción. Yo me divierto mucho construyendo. Aparte, cuando me siento cómodo con una técnica, ya estoy investigando otra.
  • ¿Y no tenés problema en revelar los secretos de esas construcciones?
  • Para nada. Ni a los niños ni a los compañeros. Mientras más lo sepan, mejor, para aggiornar el camino. Que no pasen treinta años para que alguien sepa cómo hacer algo. Ahora sé qué mecanismos necesito para tal o cual títere, o para muñecos de amigos que hacen magia o ventriloquía. Me acuerdo que al campo, a un bolichón, siempre caía algún humorista raro, de peña, con muñeco de ventriloquía. Yo no entendía los chistes, miraba eso como una cosa rara y pensaba en cómo estaba construido.
  • ¿Qué temáticas no son parte del mundo de los títeres?
  • Yo hago chistes para captar la atención de los adultos. Odio que el grande esté esperando que termine la obra para irse con el pibe. El grande es partícipe de esto y mientras más enganchado esté es maravilloso, porque es el que va a llevar a los chicos a ver teatro. Nunca he dicho una mala palabra en mi vida, me parece un recurso innecesario. Por ahí, el ser cordobés me ha llevado a usar otros recursos que uno lleva en la sangre.
  • ¿Es decir que el ser cordobés te hizo correr con ventaja?
  • Creo que sí. Hay cosas que vienen en uno. Mi viejo contaba chistes todo el tiempo. Obvio, laburaba en una empresa de colectivos y todos eran mecánicos, que viven de los chistes y los apodos. En los asados le decían “¡flaco, comé!”, porque estaba todo el tiempo con los chistes. Escuchaba al Negro Alvarez todo el día,  los casetes, los magazines… Todo eso te queda también. El Sapo Cativa…

El 2007 no sólo lo tendrá como animador de un show-homenaje a Los Muppets en Los Ángeles, sino que supondrá su retorno a Tailandia. En febrero, el festival Harmony lo tendrá nuevamente como protagonista.

  • ¿Alguna vez pensaste que los títeres te iban a llevar lugares tan exóticos?
  • Nunca pensé en viajar. Vivir de esto ya era un sueño. Me pueden criticar un montón de cosas, pero siempre fui un laburante, constante. Me da lo mismo ir al Teatro Municipal y actuar ante 800 personas o en un cumple ante siete pibes.
  • ¿Cómo te contactan para tu primer festival en Tailandia?
  • Fue muy loco. Me manda una solicitud por Facebook un tipo que siempre salía en las fotos con las piramides de Egipto, o lugares así, de fondo. Pensé que vendía turismo. Se llamaba Rod Petrovik. La cosa es que ese tipo hacía un festival grandilocuente, con 500 y pico de grupos. Me invitó primero a Indonesia, en el 2013. Justo no era un momento para irme. Se me estaban abriendo algunas puertas. Era lejos. Me parecía mucha plata. Al otro año me invita a Tailandia. Le agradezco de nuevo. Hasta que me manda una nota y me dice que se la presente a todos los amigos que me rodean. Yo nunca había pedido plata. Con los problemas que tiene la gente, ir a pedir plata para viajar a un gobernador, a un intendente, me parecía absurdo. “Vas a ser el único que va a representar a la Argentina”, me pone. Me sentí un deportista. Empecé a mandar notas. Cuando me cruzaba con alguien le decía “voy a viajar representando…” “Llamame, pasá por mi oficina…”, me contestaban. Desde entonces, fue tener en la cabeza a Bangkok todo el día. Había que juntar mucha plata, porque había que llevar también un técnico. Junté toda la plata y cuando ya tuve los pasajes en la mano le dije a mi mujer: “Selma, ¿querés ser mi técnica?” Fue también como una luna de miel.
  • Tailandia no es cualquier lugar. Hay toda una tradición con las sombras, las marionetas…
  • Todo es milenario. Empezás a ver otras cosas. Hay titiriteros que usan pañuelos en la cabeza. De acuerdo con el color es la categoría a la que pertenecen. Hay facultades de títeres, no curros de escuela. Hay espectáculos que son como óperas, de tres o cuatro horas, donde te cuentan una batalla importante de la historia de Tailandia, por ejemplo. Un país deslumbrante, de cuento. Fuimos a visitar al rey, yo vestido de payaso, con mi bolsito de Santa Fe y una cerámica de regalo. Un palacio majestuoso. Una persona ponía las ofrendas ante un cuadro. Era una cosa como ir a misa. En un momento saco el regalo, cuándo lo ve quien me recibía, me hace una reverencia y abre una puerta grande para que pase. Me temblaban las gambas como si fuese a rendir ante toda la academia de Harvard. No sabía cómo entrar. Nunca había estado ante un rey. Lo único que sabía decir era cómo le va en tailandés. Se lo dije. Estaba en una gran cama, con mucha gente a los costados. Me agarra la mano, me hace una reverencia y sonríe. Ahí sacan un foto. Terminé en la tapa del diario nacional de Tailandia con el rey. Después volvimos a salir Selma y yo en la tapa con un dragón y la bandera argentina. Cuando iba a comprar algo a algún lugar, la gente se quería sacar fotos conmigo porque había estado con el rey. La gente del hotel me hacía ofrendas, flores, frutas, por haber estado con el rey. Una sensación muy fuerte.
  • ¿En qué otros lugares estuviste?
  • Dubai, país machista si los hay. Hice dos funciones. Primero tenés que firmar un papel que dice que no podés tocar a las mujeres, por la religión, esto y lo otro. En las funciones, ponen adelante a todos los nenes, y atrás a las nenas. Si pasás en una función por al lado de una nena y le tocás la cabeza, en ese caso no hay problema. Pero con un nene sí, porque lo tratás de inferior. Siempre las mujeres van atrás, bien sumisas. No me gustó, un choque. El año pasado fui a Malasia, muy respetuosos, pero muy serios. Yo rompí el hielo yendo de payaso. Ahí no hay payasos, nadie usa nariz, se les cae, tienen la nariz ancha.
  • ¿Qué pasó en Brunei?
  • Brunei es un sultanato. Cuando voy a la segunda función en Malasia, había una limousine blanca en la puerta. Pensé que era de un embajador o algo así. En la función había un tipo con túnica, viendo. Cuando termino viene y me dice: “te felicito, muchacho”. Así… bien che pibe. Resultó ser el cuidador de los caballos del sultán de Brunei. Vivía hace treinta años ahí. Estaba con los hijos y nietos del sultán. Me presenta al sultán y a su mujer. Me saludan y me preguntan qué tenía que hacer mañana y dónde paraba. Al día siguiente me pasan a buscar para ir a Brunei. Yo sentadito atrás de la limousine, pensando “espero que me traigan de vuelta”. Una cosa de cuento. Todo Brunei trabaja para el sultán. Venden la palma, extraen combustible de ella. Es un lugar muy rico. Exporta a tres países electricidad, petróleo. Un paisaje muy parecido a Brasil. Después me enteré que en la época de la Pangea Brasil estaba unido a Brunei. Llego a un palacio todo dorado. ¡Asíííííí los ojos! Tuve que apagar el teléfono, que era mi herramienta para el inglés. Me saludan los nenes. Un palacio muy lujoso, pocos muebles, muchas alfombras. Comían con la mano. El sultán de traje amarillo. Vamos a pasear por los jardines, a ver los caballos. Si había alguien trabajando se arrodillaba cuando pasaba el rey. Recorrimos un autódromo de Fórmula 1, construido especialmente para su cumpleaños. Les pagó a los corredores e invitó a sus amigos a ver la carrera. Lo primero que me preguntó fue por la religión. Le dije que no tenía, que estaba buscando. Entonces me dice si quería festejar su próximo cumpleaños, organizándole un festival de títeres. Me ofrecía 12 mil dólares y 5 mil para cada grupo que fuera. ¡Imaginate! Una charla muy amena. Me preguntaba por Piazzolla, hablábamos de caballos… Hasta que me llevaron de vuelta. Eran unos 200 kms. En Malasia le comento a mis colegas y pregunto quién me quiere acompañar. Pagaban todo, hasta los pasajes. Cuando vuelvo acá y me interiorizo un poco, me entero que ahí se prohibía festejar la Navidad, que hubo caso de muertes por festejar, que hubo atentados… Ya no me gustó mucho. En mayo se comunicaron conmigo, les agradecí y les dije que no podía. Les hice el traspaso a los otros titiriteros. Pero muchos no quisieron porque eran muy católicos y se ofendieron.

Cuando los ’90 estaban por promediar; es decir, poco antes de instalarse en Santa Fe, “Tuti” tuvo su bautismo televisivo en Buenos Aires. Fue en un programa conducido por Eduardo Husni, Leo Rosenwasser y Karina Rabollini. Creemos que ni él recuerda que se llamaba Pin Ball.

  • ¿Cómo fue esa experiencia?
  • Rara. Un me cacho en la gente, me cacho en todo. Hay gente que está haciendo cola toda una vida para llegar ahí. Yo hago para no ir nunca más. Puede ser lindo como forma de llegar al público, pero es un mundo falso. Yo todos los días me arremangaba. El programa empezaba a las ocho. Yo llegaba a las siete, con ropa negra, que era lo único que me pedían. Me habían hecho un castillo y venía Eduardo, Leo o la Karina. Siempre agarraba de amigo al que estaba y hablábamos de los que no estaban. El primer día que llegué me entero que el jefe de piso era el que había llevado a Clemente a la tele. Me dio consejos: cara de póker (no pongas cara de asombro porque acá se aprovechan de eso), si tenés ideas no le cuentes a nadie y cuando venga un productor le decís que cobrás por actores, categoría tanto. En ese entonces era como los bolos. Te pagaban por minuto al aire y palabra dicha. La casa que tiene mi vieja en Mendoza la pagué con seis meses de laburo, mientras la pateaba para que fueran diez monos más al teatro. Eso fue fuerte. Pero era eso. Venía Leo y me decía “cuando yo digo esto vos decí aquello”, así él podía meter un chiste. A mí me gusta improvisar. El vago no venía de ese palo. La única persona simple era Karina Rabollini, re buena onda, me acercaba a la casa de mi tía... Fueron casi dos años, podría haber seguido, pero agarré la agenda y me vine a Santa Fe. Era la época de Cha Cha Cha. Caía el gordo Casero al estudio disfrazado de vieja. Yo no me daba cuenta de la dimensión de eso. Ahora, cuando veo Cha Cha Cha, me digo cómo no me hice amigo de esa rama, que era más cercana a lo mío, más cercano al teatro. Quizás todavía estaría allí...