Hugo Kogan: “El teatro no es un pasatiempo ni una bohemia”
Por Fausto J. Alfonso
“Yo soy un actor. Detrás de un actor hay una persona, alguien que piensa, tiene ideología y un porqué hace lo que hace. No concibo el arte si no tiene un contenido político, ideológico, humano. No lo concibo. Hay gente que le gusta subirse al escenario, ganar plata y bueno… está bien. No me parece mal. Pero a mí me gusta subir al escenario para decir algo. Para que la gente se conmueva conmigo”, dice Hugo Kogan y sin querer queriendo instala una autodefinición.
Por estos días, el actor y director está en plena temporada con dos obras: la famosa Potestad, de Eduardo Pavlovsky; y Solo los giles mueren de amor, de César Brie. Esta última, “una obra muy bella, muy poética, que aparte la dirige otro mendocino, Víctor Iturralde”.
Quienes lo conocen saben de su empuje. No para. Crea y proyecta todo el tiempo. Por eso, su agenda siempre tiene casilleros cubiertos con mucha antelación. Parte de esos casilleros, anualmente, los ocupa el Festival Iberoamericano de Teatro “Cumbre de las Américas”. Un evento que él pergeñó y que desde hace quince años motoriza de modo unipersonal.
Esa cita de carácter internacional es en Mar del Plata, porque hasta allí, hace 41 años (que se cumplieron el 1 de enero pasado), el mendocino Hugo llegó por unos días, sin imaginarse que sería el lugar inspirador de sus ideas y afianzador de su elección de vida: el teatro. “Estoy agradecido, maravillado. Y si volviera a nacer, a pesar de todo, volvería a hacer exactamente lo mismo. El teatro me ha brindado todo”, asegura en un momento de una intensa charla de una hora en el ya mítico El Cafetal, de calle Necochea. Son las 18 de una tardecita caldeada.
18-18.15: El exilio, el reinicio.
- ¿Qué hacés un 26 de diciembre en Mendoza, con todo el calor del mundo, pudiendo estar en Mar del Plata echado en la playa? ¿Hay mucho que te sigue atando a la provincia?
- Bueno, claro. Elijo esta fecha porque para mí es muy especial. Me reencuentro con mis amigos y paso una de las fiestas en familia. Mañana ya me voy y el 3 de enero empiezo temporada en Mar del Plata, jueves y viernes, todo enero y febrero. Es cierto, son unos días de mucho calor. Pero es totalmente soportable gracias al calor humano de mis amigos de toda la vida y de mi familia.
- ¿Gran parte de tu familia se quedó acá?
- Sí, la mayoría está acá, salvo una parte muy chica que está en Estados Unidos.
- ¿Hubo algún hecho puntual que te llevó hasta Mar del Plata o fue una acumulación de episodios?
- En el ‘74, en el TNT[1] nos pusieron una bomba[2]. Me fui exiliado a Uruguay. Estuve un tiempo ahí, guardado, escondido. Después volví a Mendoza, pero seguía escondido porque la cosa se había puesto muy fea, muy dura. Sabía de la desaparición de muchos compañeros, como Rubén Bravo, y el exilio de otros, como el Flaco Suárez, Arístides Vargas... Hasta que un 1 de enero del ‘78, en una reunión de amigos, uno de ellos, el Chicho Marín, en aquel momento marido de Liliana Moreno, me dice que vayamos a Mar del Plata a visitar a Carlitos. Carlitos era Carlos Owens, que ya estaba viviendo allá. No, le digo, estás loco. Insistió. Y a las seis de la mañana, en su auto, cargamos ropa, porque el vendía ropa, y a la noche ya estábamos allá. La idea era vender esa ropa, visitar a Carlitos y volvernos. Después de un tiempo, el Chicho y su esposa deciden volverse, porque tenían sus hijos acá, y yo me quedé un poco más para cobrar algunas cosas. Y así me fui quedando. Después, Owens, que había comprado un hotel, me pidió que le diera una mano. Ya llevo 41 años. Pero nunca tuve como objetivo irme a vivir a Mar del Plata. Jamás.
- ¿Owens también habrá servido de nexo en lo teatral, no sólo en lo hotelero?
- Sí, pero al principio no hacíamos nada. Teníamos miedo. A él no solo le habían puesto una bomba en el teatro, sino también en su casa. Estuvo preso, tiene una cuñada desaparecida. Fue muy bravo lo suyo. No quería hacer nada. Decía que nos iban a cagar a tiros. Después me hizo un contacto, porque trabajaba en el diario El Atlántico… Hice algunas cosas con actores marplatenses. Me fui metiendo. Soy un tipo de mucho empuje. Me metí en la delegación de Actores a trabajar como dirigente y bueno… fundamos el ITEM, Instituto Teatral Marplatense. Más o menos para el ‘80 u ‘81, empezamos a producir obras nuestras. En el ‘87 formé un grupo de teatro que se llamó La granada. Hicimos la obra La granada en homenaje a Rodolfo Walsh y después quedó como nombre del grupo. En la delegación de Actores empezamos a trabajar en la redacción de la ley 24.800. Conocí a Lito Cruz cuando era director de la Dirección Nacional de Teatro y Danza, que después pasó a ser el INT. Trabajamos en la ley hasta que se promulgó. Antes había sido vetada por Menem. Después, con Duhalde presidente y Coscia como secretario de Cultura sale la ley. Se hacen los concursos de representantes provinciales y me presento por Buenos Aires. Gano ese cargo y empezamos a reglamentar la ley, con la que en muchas cosas no estoy de acuerdo.
- ¿Por ejemplo?
- Imaginate que la provincia de Buenos Aires integra la Región Centro, donde se concentra casi el 80% de la actividad teatral de todo el país, pero el dinero es el mismo que para las otras regiones. Está bien, es la ley y hay que respetarla, pero me dijeron que en la reglamentación se podía hacer algo distinto. Incluso, no estaba de acuerdo en cómo se renuevan los cargos. A mí no me parecía correcto que un tipo después de estar cuatro años como representante provincial pudiera renovar por cuatro más, después irse como QTN[3], que son dos años, después volver a ser representante provincial o jurado. Eso no me gustaba.
- Ese es un mal que se repite en todos los ámbitos institucionales oficiales.
- Yo dije, irónicamente, que con esta reglamentación algunos iban a terminar dirigiendo en el octavo piso, en el asilo de los actores.
- En la Casa del Teatro.
- Claro. Porque viste que… ¿no sé si has leído la historia?, hay tipos que están desde el principio, desde hace veinte años. Eso no sirve. Las cosas cambian. Van mutando algunas y surgiendo otras. Hay que darle espacio a los más jóvenes. Tenemos que dejarles lugar. Si se equivocan, que se equivoquen. Es una forma de aprender. Entonces, yo me desvinculé del INT. Un poco me tiraron las orejas, porque querían que siguiera, pero tenía otros planes en mi cabeza. Quería viajar. Cosa que hice. Me dediqué a viajar por el mundo. Conocí tres continentes: África, América y Europa. Incluso con un gran actor mendocino y gran amigo, Jorge Fornés, hemos estado recorriendo España, Alemania, Francia, Colombia, Chile… Quería hacer eso, conocer otras realidades, qué se hace en otros países y mostrar un poco lo que nosotros hacemos aquí. Que es un poco el objetivo del festival que yo organizo. Intercambiar y armar redes. Pero desde lo independiente, no desde lo oficial, porque ahí me parece que siempre se equivocan. No sé por qué causa, teniendo todo el dinero del mundo y toda la infraestructura. Siempre hay recelos y un montón de cosas que no funcionan, lamentablemente.
A la derecha, recibiendo el José María Vilches.
18.15-18.30: El festival, el asador.
- Contame entonces del festival. ¿Cómo surge? ¿Cuánto lleva?
- Allá por el 2005, en Mar del Plata se hace la cumbre de presidentes americanos. El secretario de Cultura de la Municipalidad me pide hacer algo teatral porque la Cancillería quería hacer eventos artísticos. Presenté un proyecto que tenía en carpeta. Que incluso lo había presentado acá en Mendoza al que era ministro de Cultura en aquel momento, Marcelo Lacerna. Originariamente se llamaba Cumbre del Aconcagua. Allá le puse Cumbre de las Américas y desde ese 2005 hasta la fecha no paré. Cuando empecé, fantaseé con que me iban a apoyar económicamente las instituciones oficiales, cosa que no fue así. Por eso lo fui achicando, por cuestiones económicas. Al principio tenía todas las disciplinas de las artes escénicas. Teatro para adultos, niños, teatro-danza, títeres, callejero… todo. En el segundo festival llegue a tener 48 compañías. Una locura. Hoy reúne entre 20 y 30 propuestas.
- ¿En el achique lo fuiste orientando hacia algún lado?
- No, no. No soy partidario de una temática en especial. Soy bastante amplio. Puedo llevar al turco Aldo El Jatib, de Rosario, un teatro muy hermético, de imágenes, físico, como también La casa de Bernarda Alba, por decirte algo realmente opuesto. O al teatro de la Universidad de San Martín, con una hermosa versión de La vida es sueño, con títeres gigantes. Sí, tengo que cumplir con algunos requisitos. Por ejemplo, como mínimo debe haber cuatro compañías extranjeras. Colombia, Chile, España siempre mandan muchísimo material. De Argentina cuarenta o cincuenta propuestas. Mendoza mandará unas diez, Córdoba también…
- El festival siempre tiene un toque mendocino.
- Sí, por supuesto. También siempre trato de llevar algo de acá por una cuestión de afecto, obviamente. Han estado Los establos de su majestad, Tiempos de paz, Entre alfileres… Hace poco Lisándropo, dirigida por Comotti. También ha ido Alejandro Conte, entre otros.
- ¿Cuántas salas compromete el festival?
- Tengo las dos salas municipales y dos salas independientes: la Bancaria y Liberarte. En un radio pequeño. A la gente no le cuesta mucho desplazarse. Y a mí, lo que me gratifica es promover, estimular y crear nuevas redes y circuitos teatrales. Estando en España, actuando, detrás de mí venía un elenco uruguayo que había estado en mi festival. Me ha pasado de estar en Venezuela pisándome los talones con otra compañía. O en Colombia o Chile. En los Temporales teatrales[4] que se hacen en el sur de Chile, en Puerto Montt, yo era el embajador. Porque con el director, Mauricio de la Parra, nos hicimos muy amigos en Venezuela hace muchos años. Me nombró embajador turístico. Cuando él falleció, dejé de serlo. Allí iba todos los años, con o sin obra.
- ¿Supongo que tendrás un equipo, aunque sea ínfimo, que te ayude?
- No, me hago cargo de todo, porque he tenido más problemas que soluciones. Ya tengo un sistema muy aceitado. Hago un cronograma y las compañías tienen que cumplirlo. Lo cumplen a rajatablas. Les hago llenar una ficha con todos los requerimientos y les mandó un detalle con la técnica que tiene cada sala. La hago corta, pero clara. La verdad que es mucho más fácil de lo que uno cree. Eso sí, cada sala tiene su equipo de gente. Ahí no me meto. Pero lo demás lo hago todo yo, hasta el asado de cierre.
- ¿Maestro asador también?
- Me encanta.
Cuando fue premiado en Venezuela.
18.30-18.45: Los orígenes, los viajes.
- ¿Cómo llegás al teatro?
- Siempre me he preguntado por qué me dediqué al teatro. Después te digo por qué me arrimé. Pero es muy loco. Me empezó a picar el tema del teatro cuando iba a ver títeres en la Plaza Pedro del Castillo y al Gabriela Mistral. Con mi mamá, con mi papá, que iban a tomar mate. Vivía en Beltrán, entre Montecaseros e Ituzaingo, en la Cuarta. A la vuelta vivía David Blanco. Pero yo era muy deportista cuando joven. Jugaba en Independiente Rivadavia al fútbol, de arquero. Jugaba bien, en una categoría muy superior a la edad que tenía. A la vez me dedicaba al básquet. Iba al Centro Cultural Israelita, en la calle Maipú. También pintaba muy bien como jugador. Owens daba un taller de teatro ahí. A la salida de un entrenamiento, iba con mis compañeros y Carlitos nos dice: “Chicos, ¿no quieren pasar a un taller de teatro? Necesito hombres, son todas mujeres”. Entramos. Yo no tenía ni idea lo que era el teatro. Me hace hacer una improvisación y ahí me flechó. Mi director técnico de básquet me quería matar y al fútbol lo había dejado un poco antes porque no me gustaba el trato humano que había. Después me metí en la Escuela de Teatro. Primero no me aceptaron. Había un cupo de 30. No pasé el ingreso. Hablé con todo el mundo. Insistí. Hasta que me dejaron entrar como oyente. Al final, ¿quién fue el único de esa camada que terminó la carrera? Acá lo tenés. Estoy agradecido, maravillado y si volviera a nacer, a pesar de todo, volvería a hacer exactamente lo mismo. El teatro me ha brindado todo.
- ¿Vivís íntegramente del teatro?
- Mirá, yo trabajé en publicidad muchos años como creativo y hago algunas cosas free lance, a pedido. Pero fundamentalmente trabajo en teatro, sobre todo afuera del país. Pero es todo un laburo. Viajar no es fácil.
- A propósito de viajes. Has abordado muchos autores que son muy diferentes entre sí, pero muy argentinos o muy representativos de lo argentino: Walsh, Fontanarrosa, Pavlovsky, Monti… ¿Cómo son recibidos fuera del país?
- Te cuento. Por ejemplo, Potestad. La estrené ya hace como doce o trece años. Todos los años me invitaban a un festival iberoamericano en España. Un año me vuelven a invitar y me pagaban 2.000 euros una función, alojamiento, comida, etcétera. No me podía perder esa oportunidad, pero ya había llevado todas mis obras. Y yo andaba muy caliente con Potestad. Siempre la tenía ahí, pero no me animaba a hacerla porque el personaje es la antítesis del actor. Soy totalmente distinto. Siempre le tuve miedo. Incluso, cuando la vi hecha por Eduardo Pavlovsky, hablé con él y le dije que me encantaba esta obra. “Hacela, hacela, hacela”, me decía.
- Acá también la hizo un ex compañero tuyo.
- Sí, sí, sí. Maximino. La vi. Con Elsa Cortopassi. El tema fue que llevé Potestad. La empecé a ensayar con una mujer y hete aquí que ella falta a un ensayo y le digo al chico que la dirigía conmigo, Roque Basualdo, que la probáramos sin ella. Yo me la iba a imaginar. Me di cuenta que potenciaba mucho mi trabajo como actor. Tita es un personaje que físicamente está en la obra, pero que casi no tiene texto. Me encantó que estuviera en mi cabeza. Empezaba a buscar a Tita por la platea, por ejemplo, y a mí eso me enriquecía enormemente. El tema es que la estrené en España y tenía un miedo terrible. ¿Qué va a pensar la gente de esto? Me tiré a la pileta. Fue fantástico. Porque Argentina tiene algo especial, que son las Abuelas y Madres de Plaza de Mayo, la ética opuesta al golpe militar. Los del golpe nunca se imaginaron que iba a surgir un movimiento así. Es conocido en todo el mundo y es lo primero sobre lo que te preguntan. Yo les explicaba que ese era un trabajo que tenía que ver con el secuestro de niños durante la dictadura… Fue realmente maravilloso. Después, me invitan a Santiago de Compostela, la sociedad de autores, a un ciclo para chicos de la secundaria sobre teatro argentino. Querían Potestad, para que conocieran nuestra realidad. Otra experiencia maravillosa.
- ¿Y cuando te ha tocado enfrentar a un público que no era de habla hispana?
- En un festival muy importante de Canadá, antes que me tocara actuar, fui a ver varias obras y todas tenían traducción simultánea en francés, inglés y español. A mí me molestaba mucho eso. Tenías que estar mirando el cartel y la obra. Pedí una sala chica y sin traducción. La hice en español. Al otro día, se hacía una devolución. Voy llegando, estaba lleno. Había impactado mucho el laburo. Un jurado de Suiza me pidió el texto. Gané el premio al mejor actor protagónico, compitiendo con un brasilero y un francés, además de una mención especial del jurado y otra del público. También he ganado premios en Brasil trabajando en español. Algo gracioso porque una obra la empecé a actuar en portugués, pero me trabucaba mucho y la seguí en español.
En Canadá, con otro galardón.
18.45-19: Los establos, las desilusiones.
- Fuiste parte de Los establos de su majestad[5] y estuviste como espectador en la nueva versión. ¿Cómo viviste cada momento?
- Es muy meritorio lo de Vilma Rúpolo. Esto de hacerle un homenaje al TNT. A mí me duele mucho, me dolió y creo que me seguirá doliendo que nunca haya habido un reconocimiento del estado mendocino para con el TNT. El TNT tiene una historia maravillosa en el sentido creativo, por un lado, y de objetivos claros, como teatro independiente, por el otro. Los directores del TNT, el flaco Moyano y Carlos Owens, eran dos personas maravillosas. Tuve la suerte de conocer a Atahualpa del Cioppo, el director del teatro El Galpón, de Uruguay. En el ´85, él me decía que no hay que formar sólo buenos actores. Primero hay que formar buenas personas. Si hacemos eso, quizás después formemos buenos actores. Y si formamos las dos cosas vamos a formar grandes artistas. Eso me quedó muy grabado y creo que, con el TNT, en esos momentos, íbamos por ahí. Vivíamos como en comunidad, de manera espontánea, nos sentíamos bien, como hermanos. Éramos creativos porque Owens nos decía que teníamos que leer mucho y comentar entre nosotros lo que leíamos. Nos obligaba a ir a las exposiciones de pintura, a los conciertos… Sin darnos cuenta nos estábamos formando como personas, compartiendo el poco pan y vino que teníamos. Creo que hacíamos un buen teatro, grandes obras, aparte de las muestras y los ciclos de cine que organizaba Jorge Gómez. Entonces, de pronto, que una actriz y profesora como Vilma haya tenido esa iniciativa personal e independiente de hacernos un homenaje me pareció maravilloso. No quiero entrar a comparar lo que hicimos en el ‘73 con lo que hizo ella. Son cosas diferentes.
- Faltaría entonces el homenaje oficial.
- Antes de que se hiciera el Julio Le Parc, hablé con alguien de cultura, que no lo menciono porque no tiene sentido, y le propuse que una de las salas se llamara TNT. Incluso le propuse que conseguiría algo de dinero para colaborar. No tuve respuesta. El anteaño se hizo acá la Fiesta Nacional del Teatro y propuse al representante de la provincia de Mendoza hacerle un homenaje al TNT. Me dijo que sí, que íbamos a hacer una piedra fundamental en San Juan 927, que esto y lo otro. Me pidió una carta. La hice. Le dije que le iba a conseguir artistas que pasaron por el TNT, como César Isella, que es muy amigo mío. Etcétera. ¿Vos te enteraste de algo? Cero. Estas cosas duelen.
- ¿Te ha desilusionado el teatro en algún otro aspecto?
- Mirá, yo vengo a Mendoza y veo todo lo que puedo. Me parece que el teatro mendocino es muy desordenado. El nivel teatral mendocino que he visto últimamente deja mucho que desear comparado con aquel teatro. ¡Qué se yo! Acá, cuando estaba Cristóbal Arnold, Rafael Rodríguez, La Montaña, se hacían obras de la puta madre. Sin olvidarme del Elenco Universitario. Yo estudiaba en la Universidad en el ‘67 más o menos y tuve la suerte de trabajar en dos obras como alumno. En La Alondra, dirigido por Jorge Petraglia y con Juan José Bertonasco, en Nuestro pueblo. Era trabajar con actores profesionales, Luisa Gámez, la Otero, Ibis de Cepparo, Talfitti, Ricolfe, Parlanti… bueno.
- Es una visión nostalgiosa del teatro.
- Bueno, sí, sí, obviamente. Vengo a Mendoza y me gustaría ver algo de eso. Cada vez que vengo veo mucho. Pero ojo, acá hay muy buenos actores. Pero a veces, por innovar, las propuestas pierden esencia. Me gustó, por ejemplo, la versión que hizo Daniel Posada de Tiempos de paz, con Kemelmajer y Torres. Me gusta mucho el teatro de texto, pero por eso no despotrico contra la creación colectiva ni nada por el estilo. Me parece que el autor es muy importante en la creación de un espectáculo. Pero veo mucho desorden, no hay continuidad. Las obras empiezan a crecer después de la décima función. Hay que articular entre las salas oficiales y las privadas. Ahora me han dicho que Billy Romero se va a hacer cargo de los nuevos Quintanilla, Mendoza y Gabriela Mistral, tres teatros con perfiles bien distintos, que me parece hay que aprovechar para esto. También hay un tema que está en discusión y es que el actor mendocino se queja, pero yo los veo muy separados, sin objetivos en común. En Mar del Plata, por ejemplo, las salas independientes están nucleadas en una asociación y hacen publicidad en conjunto. Es más, a veces va más gente a esas salas que a las oficiales. Porque tienen un objetivo en común: que la gente los vaya a ver. Acá no veo eso. Me parece que cada uno hace la suya.
- También hay una distancia generacional muy marcada. A los jóvenes no les interesa lo que hacen los mayores y viceversa.
- Por eso te digo. A nosotros, Owens nos obligaba a ver todo, incluso lo más horrible. Y después nos preguntaba. Un lindo ejercicio. Pero que entre los actores no nos veamos es muy feo. Todo es muy loco, porque yo siempre digo que el Estado está poniendo una guita anualmente para qué. ¿Para formar chicos que vayan a hacer malabarismos en las esquinas? Eso es muy loco. Cuando cualquier actor que sale de la Universidad, vos decís, ¡mierda, qué actorazo! En Buenos Aires, los pibes que salen del IUNA son unos actorazos. Son muy buenos. Tienen otra impronta. Por eso siempre están por arriba, y esto lo digo con dolor también, porque yo soy del interior, Mar del Plata es el interior. Están por arriba porque laburan con mucho profesionalismo. He ido a ver obras acá, dos horas antes porque soy amigo de los muchachos y bueno… están chupando ginebra. Que no está mal que chupen ginebra, ¡pero tomá después de la función! Te estás subiendo arriba de un escenario. Eso me desilusiona de la gente. Digo, ¡la puta madre! Porque aparte, en estos momentos, los jóvenes tienen posibilidades que nosotros no teníamos. Ahora podés pedir una ayuda al INT para la producción de una obra, para viajar, para mantener tu sala. ¡Qué se yo! Nosotros somos de otra formación, adictos al trabajo. Creo en el trabajo y en ese famoso slogan que dice 10% de inspiración y 90% de transpiración. El teatro es una cosa seria, no un pasatiempo ni una bohemia. A mí las puertas del mundo no me las abrió nadie. Me las fui abriendo yo con laburo, laburo y laburo. Cuando mirás para atrás decís: ¿y todo esto hice yo?
[1] Taller Nuestro Teatro. Prestigioso elenco teatral mendocino de los ’70, integrado por Carlos Owens, Maximino Moyano, Elina Alba, Jorge Fornés, Guillermo Carrasco, Hugo Vargas, entre otros.
[2] El 23 de setiembre de 1974, el Comando Anticomunista Mendoza, brazo local de la triple AAA, destruyó de un bombazo la sala del TNT.
[3] Representantes del Quehacer Teatral Nacional.
[4] Los Temporales Teatrales Internacionales de Puerto Montt (Chile) se realizan en julio de cada año desde 1990.
[5] Obra de Fernando Lorenzo y Alberto Rodríguez (h) estrenada por el TNT en 1973. En 2009, la directora Vilma Rúpolo realizó una nueva puesta, que a su vez llevaba intrínsecamente un homenaje al TNT.