Ingenioso (des)montaje en la triple frontera

22.05.2022 17:41

Por Fausto J. Alfonso

 

Con buen gusto, humor sutil e ingenio, Víctor Arrojo redondea un auténtico “espectáculo de fronteras”, disfrutable de principio a fin. Se apoya en la frescura de su elenco, en la música en vivo y en un texto que no esconde su flexibilidad. Por eso, ¿Qué pasó, qué pasó! es, sí, una propuesta teatral; pero, por sobre ello, una experiencia distinta, en la que el espectador se siente tan integrado como respetado en su rol.

No es la primera vez que el experimentado director se mete con las entretelas de la confección escénica. A la memoria, viene de inmediato la excelente Tiempo compartido. En esta ocasión, va un poco más allá. Monta y desmonta el espectáculo a un mismo tiempo y promueve que el público en algún punto defina escenas (la ruleta, el mástil) que por lúdicas o “irrealizables” desde lo material, promueven y justifican su participación.

La anécdota y el texto base parten de una investigación histórica de Mariana Garzón Roge: la visita en el ’47 de Perón y Evita en plena semana vendimial. Algo así como el summum de lo nacional y popular, sobre todo visto desde una óptica partidista. ¿Qué mayor bendición podría recaer sobre Mendoza, y en tan significativo período del año?

Usando términos periodísticos, aquella visita de tres días se para sobre el escenario entre los géneros informativo e interpretativo. Es decir, entre la crónica y la investigación. Contando y tratando de comprender. Dando datos e intentando recrearlos de algún modo. Quedar en esa (primera) frontera exime al espectáculo embanderarse ideológicamente de un modo burdo. Y eso no es un dato menor en épocas donde lo panfletario ha retomado un protagonismo importante.

La aparente intención no es exaltar las virtudes de aquella pareja-emblema. Mucho menos sugerir las zonas oscuras del dúo. Si no, mostrar lo dificultoso que significa transpolar un episodio trascendental y poco difundido de la historia mendocina, al lenguaje escénico, con todas las ventajas y limitaciones que éste supone.

El arsenal simbólico peronista está, de inicio a fin, pero nunca en modo obvio. Al contrario, Arrojo y los suyos encontraron el modo de estilizar la marchita (peronista, no vendimial) y de hacer del bombo un instrumento funcional, juguetón y teatral, por citar un par de ejemplos. Además, se evitan las caricaturas, el intento imitativo o cualquier otra aproximación a las personalidades citadas. De hecho, los actores prácticamente no dejar de ser ellos mismos a lo largo de toda la función.

Función que también se para en una (segunda) frontera. Esta vez entre el documental y la ficción, ya que se abreva en distintos materiales de archivo, a la vez que se especulan situaciones y se poetiza desde los recursos mismos del teatro: crear una alfombra roja a partir de una luz, evocar el espíritu veneciano y náutico a partir de peculiares sombreros y la proyección de su sombra o rematar el viaje con fuegos artificiales a escala sala independiente.

En ¿Qué pasó, qué pasó! cada escena dura lo justo y lo necesario. Evidentemente, las instancias temporales están por demás pautadas. Pero la espontaneidad con que todo se desarrolla, da la sensación de que fuese fruto de una improvisación llevada al cien por ciento. Por eso, el espectáculo transmite la idea de estar parado en una (tercera) frontera entre un guion de hierro y una estructura bien abierta que permite a los intérpretes estirar, abreviar, meter bocadillos o interactuar con el público cuando lo crean conveniente.

Ligado a esto último, la propuesta no sería lo que es sin la frescura y simpatía de Julieta Mancuso y Agustín Díaz. Ni bien ha comenzado la función, el público ya compró sus guiños y complicidad. Metidos en el laberinto de obstáculos que supone montar una obra de teatro, la pareja demuestra una conexión genuina entre sí, afilado manejo del ritmo, atención anclada en el escenario y la platea, corporalidad ágil y creativa, regulado margen para la improvisación y habilidad para virar del humor a zonas más dramáticas sin caer en el efectismo. Brillando además en sus roles de animadores que nunca han animado y “sensualizando”, baile mediante, un peronismo, aquí sí, de absoluta ficción.

Ambos irradian muy bien hacia el espectador aquello que se siente frente a los momentos de entusiasmo y de desánimo que acompañan a toda producción teatral. Cuál es el costo físico y psicológico de hacer un espectáculo, y los trámites y peleas que surgen en el camino y alcanzan a instituciones, familiares y sponsors. Enfundados en un vestuario más bien neutro, potencian cada momento con algunos pocos accesorios, escogidos criteriosamente. Además de varios objetos resignificados.

Así, la obra es un homenaje al ingenio del teatro independiente, que no significa lo atamo’ con alambre y sí lo resolvemos con imaginación. Claro que, la misma idea, en manos de alguien inexperto hubiese derivado en un fiasco. Habría terminado en un popurrí anárquico, activado prejuicios ideológicos, convocado al sermón y al aburrimiento, y hecho del brainstorming con el público una tormenta perfecta (entendiendo como perfecta una tormenta fatal, por si hace falta aclararlo).

Párrafo aparte para Sebastián Millán, multi-intrumentista y cantante que no solo apuntala musicalmente todo el espectáculo (aquí también la agudeza, el tacto y el buen gusto es clave), sino que despunta el vicio actuando y lo hace con la gracia que le exige el entorno. Tiene sus momentos clave, entre los que cabe la lectura de su fundado y desopilante vituperio al carrusel vendimial, al que adherimos desde estas líneas.

En ¿Qué pasó, qué pasó!, las proyecciones guardan varias sorpresas e incluyen uno que otro percance típico de “lo audiovisual en pandemia”.

Si usted espectador está parado en una (cuarta) frontera, entre el asistir y el no, sugerimos que se incline hacia lo primero. Caso contrario se perderá un buen espectáculo y se quedará con la intriga acerca de qué pasó realmente.

 

Ficha:
¿Qué pasó, qué pasó! Idea original, guion y dirección general: Víctor Arrojo. Intérpretes: Julieta Mancuso y Agustín Díaz. Investigación histórica: Mariana Garzón Roge. Dramaturgia escénica: J. Mancuso, A. Díaz y V. Arrojo. Músico en escena: Sebastián Millán. Utilería e iluminación: Lucas Queno. Edición audiovisual: Octavio Gauna. Fotografía y diseño gráfico: Pao Alonso. Producción general: Gato Azul Contenidos. Asistencia de producción y dirección: Camila Cereda. Asistencia técnica y de ensayos: Camila Vitoloni. Prensa y difusión: Argot. Operadora de video: C. Vitoloni. Operador de luces: L. Queno. Realización de objetos: L. Queno, Alejo Lepe y Emir Vanella. Asesoramiento coreográfico: A. Díaz y Guillermo del Curto. Participación especial: Verónica Manzone, Silvana Sevilla y Fernando Mancuso. Sala: Cajamarca/Espacio Marabunta (España 1767, Ciudad, Mendoza). Función del 20/05/2022.