Irreverencia de la nueva (y de la buena)
Por Fausto J. Alfonso
En los últimos tiempos, buena parte del cine nacional se caracterizó por buscar la complacencia del público, arrimando a él productos que, a modo de narcóticos, lo dejaran tranquilo. Es como si, de golpe, el cine se hubiese transformado en garantía del orden social y en reserva ética y moral. No creemos que sea así. En todo caso, con esos “modales”, actúa simplemente como reflejo de lo políticamente correcto, despachando “correctivos” (valga la redundancia) e impartiendo una justicia de ficción, mientras el arte vuela bajo. Y no porque abajo –en este caso- esté la verdad.
De allí que sorprende, cada tanto, cuando voces novísimas irrumpen con obras muy sencillas (es decir, de muy discreta producción), pero con una valentía que se evidencia en la elección del tema, el tono con el que se expone, su registro visual y su lenguaje oral. Obras que demuestran irreverencia y desprejuicio y que no le temen al qué dirán. Es el caso de Cuando pierde un argentino, del mendocino Gonzalo Canillas, que ganó como Mejor Ficción Provincial en el último Festival Mirada Oeste (y también se impuso en el rubro Mejor Sonido).
El film dura 15 minutos (creativos créditos incluidos), tiempo suficiente para que el director, autor también del guion, se despache con una radiografía cabal, dolorosa y desopilante de la quintaesencia del argentino promedio cuando se enfrenta a una derrota. Y qué mejor que el fútbol para graficarlo. Hacia allá va el novel cineasta, aferrándose a íconos y símbolos argentos para hacer avanzar una trama que apunta al costumbrismo, gira hacia el suspenso, contragira a lo grotesco y se confiesa con una honestidad brutal y a contrapelo de aquellas buenas maneras del cine estandarizado.
En Cuando pierde un argentino los personajes actúan desde la pasión, y llaman a las cosas por su nombre. O al menos por el nombre que les dicta la pasión. Pero, argentinos al fin, jerarquizan las cosas de un modo peculiar, dan importancia a cosas que no la tienen (y viceversa), cambian el foco de las discusiones y acomodan lo que ven a lo que quieren ver. Además, discriminan, insultan y estigmatizan. Sin que, por ello y para bien de la ficción, reciban algún castigo. Es decir: el director confía en su público. Eso no es poca cosa. Claro que, fanáticos y fundamentalistas hay en todos lados… (también entre el público).
El trabajo de cámara (Giuliana Garetto) como el fotográfico (Valentina Motta, Julieta Brandi) es sencillo, original y muy eficaz; el sonido (Diego Stabio) luce afilado en más de un sentido, con aromas celestiales, satánicos y de western, además de efectos que vuelven ágil y atractiva la narración. La dirección de arte (Agostina Concina) ha hecho con poco, mucho, y de algún modo refleja la gran capacidad de síntesis que tiene el director y que ha sabido transmitir a los colaboradores de cada rubro.
El corto lanza ironías varias que hacen a las contradicciones de los argentinos y escracha estereotipos vergonzantes sin ningún pudor. Una curiosidad: la altura del director lo llevó a reservarse un pequeño pero gran papel: el del granadero alienado por el patriotismo. Todos los personajes, sinceramente, son muy simpáticos, actuados con frescura y totalmente justificados en esa argentinidad al palo que es Cuando pierde un argentino. Hay equipo y hay potencial.
Ficha:
Cuando pierde un argentino (Argentina, 2023, 15’). Dirección y guion: Gonzalo Canillas. Producción: Julieta Caballero. Asistencia de dirección: Azul Matto. Fotografía: Valentina Motta y Julieta Brandi. Arte: Agostina Concina. Sonido: Diego Stabio. Cámara: Giuliana Garetto. Asistencia de producción: Matías Cuello. Intérpretes principales: Álvaro Maíz Moles. Brunela Coratolo, Josefina Canillas y Bruno Arias.