Ivana Catanese: “Con el Suzuki sentí la violencia en la quietud”
Por Fausto J. Alfonso
Cuerpo y geografía -que en algún punto son lo mismo- podrían conformar una buena definición de Ivana Catanese. Algo así como una síntesis de esta actriz, directora, dramaturgista y gestora que intuía el carácter de pasaporte del teatro, pero desconocía hasta dónde podía llegar su propia cartografía escénica. Sus creaciones, propensas a la visceralidad física y la técnica obsesiva, han deambulado por puntos tan disímiles –y distantes entre sí- como Chile, Japón y Estados Unidos, en un ida y vuelta con la Mendoza de sus inicios. La misma Mendoza que la arrimó a la Escuela de Teatro de la UNCuyo, de donde egresó tras ponerle la garra adecuada a una de las Antígonas que dirigió el español Guillermo Heras en aquel memorable espectáculo del ’96.
“Actuar me ha gustado desde siempre, pero nunca lo vi como una profesión –confesaba por el ´97 a la revista UBU Todo Teatro-. Había estudiado cerámica. Hacía y vendía con mi hermana piezas de cerámica y estaba planeando estudiar veterinaria. Ambas queríamos hacer un curso de teatro y preguntamos en el Independencia. Allí lo conocimos al flaco Suárez, en el momento en que estábamos preguntando. Fue muy gracioso porque nos dijo: ‘Bueno, tienen suerte porque a mí me quedan dos vacantes, así que empiezan este sábado. Yo voy a estar viajando por el exterior, pero ustedes empiezan igual’. Nosotras, dos adolescentes de 17 y 19 años, dijimos ¡qué bueno que es esto, los actores viajan al exterior, excelente!”.
E Ivana viajó. Al exterior. Y mucho. Poniendo el cuerpo a los mapas teatrales, pero también a una geografía vuelta hostil por la perversión humana. “Me cuesta mucho entrar en un proyecto y que me digan ‘a vos te toca este personaje’, sin ser parte de la lectura inicial –cuenta la actriz-. Me cuesta muchísimo ir y actuar”. Pero su responsabilidad suele ganarle la pulseada a la falta de motivación. Así lo grafica lo sucedido el 11 de setiembre de 2001. Camino al primer día de ensayo de la comedia Volvió una noche, de Eduardo Rovner, dirigida por Alejandro Samek en el Teatro del Repertorio Español, en plena Nueva York, Ivana recibe un llamado de su marido pidiéndole que no vaya al centro porque “algo había explotado en una torre”. “Ni loca falto a trabajar el primer día”, se dijo. “Me subo al tren y veo a toda la gente con maletas, con sus camisas abiertas, pidiendo que no fuéramos a la ciudad. Están todos chiflados en este lugar, pensé”. Cuando llegó a su trabajo y alguien le dijo que una torre directamente había “colapsado” tomó conciencia de la magnitud del asunto.
Por estos días, está en Massachusetts. Trabaja en la traducción al inglés de Me pegan las luces, la excelente propuesta inspirada en el Hanjo de Mishima, que actualmente está en cartel en Mendoza, y cuya dramaturgia le pertenece en asociación con textos de Rubén Scattareggi. Piensa montarla por aquellos sitios con la actuación de Gillian Chadsey, la actriz estadounidense que viéramos en el Le Parc, en 2013, en las obras #aspellforfainting y Fortress of solitude y en el marco del Festival I Love MZ, gestado por la misma Catanese. A Chadsey la acompañarían dos alumnos de Kameron Steele, estadounidense también, teatrista integral, esposo de Ivana y referente en el estudio y la enseñanza del método Suzuki, una técnica que terminaría fascinando a nuestra entrevistada.
La charla transcurre a pocas horas de su nuevo vuelo a Estados Unidos. Y comienza por el lado de las curiosidades.
- Un par de datos de tu curriculum llaman bastante la atención. Uno de los primeros textos que interpretaste fue Yo, Proteo, de Gianni Venier, el actual ministro de Seguridad de Mendoza. ¿Cómo se dio esa situación?
- Fue un trabajo en el viejo café Soul de la calle San Juan. Hicimos la presentación del libro de poesía de Gianni, que se llamaba… no me acuerdo cómo se llamaba. El y yo fuimos al mismo secundario, y además era amigo de mi ex cuñado, quien fuera el novio de mi hermana Ivi. Nunca fuimos amigos en la secundaria porque él era más grande. Tiempo después nos reencontramos en un cumpleaños. “¿Así que vos sos la hermana de Ivi, la actriz?”, me dijo. Y me convocó para la presentación del libro, para hacer algo diferente a lo habitual. Tomé el libro, leí todas las poesías y me encantó Yo, Proteo. Yo aparecía todo mojada, salía del océano. Lía Rosso me hizo el vestuario y el Toro Ceccarelli la música. Fue una puestita en escena… o una performance… Debe haber sido por el ’97 o ’98.
- Otra rareza es el doblaje de Franka Potente en la película Che (2008), de Steven Soderbergh.
- ¡Sí! Fue buenísimo. Y raro. Vivía en Nueva York. Una amiga porteña me manda el dato de una audición para chicas argentinas a realizarse en NY. Se iba a hacer una selección por internet. Había que mandar grabado un texto específico. Estaba con una amiga del elenco Ala Sur (2). Mandamos a una dirección de correo como cuatro versiones del texto. No sabíamos a quién se las mandábamos. Un día mi marido estaba por hacer un viaje, nos estábamos despidiendo y ¡tink!, me entra un e-mail que dice “Congratulations, Benicio del Toro y Soderbergh te damos la bienvenida…” Para mí fue una experiencia bastante reveladora, esto del lip thinking, como le dicen ellos a copiar el movimiento de los labios del otro pero hablando en español. No le habían dicho nada a Franka Potente que iba a ser doblada. Ella ya había practicado mucho el español, pero tenía un acento muy raro. Dio la casualidad que tengo su mismo timbre de voz, entonces también me eligieron por eso. Querían alguien que fuese argentina, pero que no tuviese acento porteño, porque su personaje había vivido mucho en Bolivia, estaba con el acento cambiado.
- ¿Qué pasó cuando viste la película?
- Nunca la vi. No sé por qué. ¿Estará en Netflix? Ya han pasado ocho o nueve años de esto. Pero bueno, es la vorágine de mi vida.
Pero la vorágine de su vida no siempre fue internacional. En Mendoza, debutó como actriz en el ’90, dirigida por Suárez, en Lobo, ¿estás?, de Pacho O’Donnell. También participó en Ubú rey y La caperucita roja. Dirigió Sueños de medianoche (en el marco de los viejos Interfacultades, con el elenco Dedos de la Facultad de Diseño) y Todo por una de veinticinco (versión de ¿Quién, yo?, de Dalmiro Sáenz). En el ’92 entró a la Escuela de Teatro de la UNCuyo. En el ’95 estudió en Buenos Aires con Augusto Fernandes y en La Plata se metió en la dramaturgia del actor con Marcelo Marán. Trabajó en televisión (Locanal, Pantalón cortito, Historias del Oeste), hizo teatro-concert (Lo tengo muerto) junto a Silvia Saboini y Adrián Sorrentino y hasta protagonizó un corto sobre el sida para un concurso que organizó el programa Zoo.
Pero sería A puerta cerrada, en 1996, la obra que la consolidaría como actriz en Mendoza y que la llevaría hasta Cuba, cosechando elogios aquí y allá. Adaptada por ella y David Ponce, e interpretada por ambos y Celeste Álvarez, la creación de Jean-Paul Sartre encontró tres cuerpos destinados a lanzarse al vacío, a la locura de la convivencia, el encierro y la reiteración. Oscura y densa en el mejor de los sentidos, la puesta dirigida colectivamente cacheteó -a quien osara adormilarse en la butaca- con sus contundentes desnudos, su energía despavorida, la desesperación al alcance de la mano y la música en vivo del guitarrista Andrés “Torito” Ceccarelli.
- ¿En términos de teatro profesional, A puerta cerrada fue tu debut?
- Un mes antes había estrenado una obra que a vos no te gustó. Se llamaba Lo tengo muerto, con Silvia Saboini. Me acuerdo que el título de la nota era Se viene la nada. Era algo muy distinto.
- ¿Qué recuerdos tenés y que te moviliza hoy de A puerta cerrada, a veinte años del estreno?
- Todos los recuerdos que tengo son maravillosos. Y la hicimos tantas veces… Para mí el teatro siempre ha sido un ritual e ir al teatro es una ceremonia que está llena de rituales. Hace unos días hacía una analogía entre esa obra y Me pegan las luces, a partir de las frases “La ceremonia no ha concluído, continuemos” y “Sacate la ropa”, que son textos que se van repitiendo a medida que van pasando las obras. Si no te sacás la ropa, la ceremonia sí concluyó. Sacarse la ropa significa sacarse todos los prejuicios, las tradiciones, los hábitos, las maletas… Creo que entre aquel trabajo y este último hay muchísimas similitudes. Quizás Me pegan las luces no he podido hacerla como me hubiese gustado porque… bueno… es muy difícil disponer de la cantidad de tiempo que una obra normal necesitaría para ser ensayada. Antes, acá, los actores teníamos todo el tiempo del mundo para ensayar. Nos hacíamos ese tiempo para dedicarnos a analizar, profundizar, estar... Ahora cada vez es más difícil. Los actores tienen otros trabajos, en otras obras, dan clases, viajan...
- Pero eso también habla de que la profesión está pasando por un buen momento. ¿O no?
- Creo que no. No existe profundidad. Se toca de taquito aquí y allá y eso para mí no es el teatro. Así no cumple su rol de ceremonia. Es muy difícil entrar en una ceremonia cuando “vengo de”. Hay que estar preparado. Con Cele Alvarez y Gaby Psenda sí, ya tenemos muchos códigos en común. Con la Cele fue buenísimo reencontrarnos cuando volví y ver que hemos seguido trabajando en la misma línea.
- ¿Qué otras diferencias encontraste en el panorama mendocino respecto de como lo habías dejado?
- Vi mucha más actividad, gente, elencos… Antes era el Taller, Cajamarca, Viceversa, La Pericana y algún otro. Veo que ahora hay de todo un poco, aunque creo que está faltando un teatro físico potente. Sí hay un teatro que sigue textos y me encanta que haya muchos dramaturgos nuevos trabajando, algunos haciendo sus propias direcciones, algo que me parece maravilloso. Me desilusiona un poco cuando se copian obras de Buenos Aires, como si lo que funciona allá tuviese que funcionar acá. A veces hay cierta falta de coherencia entre lo que se promulga y lo que se hace. Todo tiene que ver con una forma de vivir, con una ideología, con una forma de ver el teatro... Somos todos anticapitalistas y de repente… Como los yanquis cuando copian a Inglaterra, porque algo funcionó en Londres. A mí eso personalmente no me atrae.
- ¿Puede decirse que luego de consolidarte como actriz profesional te transformaste en una viajera profesional?
- Después de muchos años me he dado cuenta que me encanta crear comunidades. Cuando llegué a Buenos Aires, ahí no más armé Mendoza en Buenos Aires, con la Casa de Mendoza; armé El encontronazo, con una amiga. Siempre armo festivales. En Nueva York armé Argentina en Nueva York. Siempre trato de juntar gente de distintas nacionalidades o de insertar algo que venga de otro lugar. Acá fue la experiencia de I love MZ, cuya última edición en el 2015 la organicé desde Massachusetts. La primera fue en 2013 y ahora la queremos hacer en el 2017. En enero voy a estar en Nueva York, en un encuentro con obras de todo el mundo de donde puedo seleccionar qué me interesa para traer.
- ¿Y cómo fue tu experiencia japonesa en términos de actuación?
- Tenía quince minutos de textos en japonés, en Japón, entre actores japoneses y haciendo gira por Japón. Fue muuuuy difícil. Hay palabras con diferencias mínimas de pronunciación y significado muy distinto. En el momento de proncunciarlas te preguntás ¿cuál era? He sufrido. Lo he padecido en el sentido de realmente estar vibrando, temblando antes de salir al escenario.
Ivana llegó hasta Japón a raíz de su relación con Kameron Steele, discípulo directo de Tadashi Suzuki. Pero, ¿cómo llega ella a Kameron? ¿Cómo se establece esta relación artística e íntima entre ambos?
- ¿El Seminario de Licenciatura de Las Bacantes, dirigido por Kameron en Mendoza, fue determinante para que tu carrera pegara un giro al igual que tu vida personal?
- No, en realidad yo traje a Kameron. Lo conocía de antes. Nos conocimos en el ’99 en el Festival Internacional de Buenos Aires. Él estaba haciendo una obra de Robert Wilson, Persephone, en el papel del narrador. Era súper respetuoso, súper amable. Yo trabajaba para el festival y me tocó ayudar en camarines, encargada de que no les faltara nada a los artistas. Ahí lo conocí. Nos empezamos a escribir y queríamos volver a vernos. Él me decía “¡vení a Japón! ¡vení a Nueva York!” ¿¿¿…??? El residía en Nueva York y trabajaba en Japón. Como actor, sobre todo. También viajaba por Europa, porque trabajaba con Wilson… El tema es que él se quedó una semana más después de aquel festival, y dio un taller en lo que era el IUNA. Allí fui. Me encantó, me fascinó. Encontré el centro.
- ¿Y así llega a Mendoza por una gestión tuya para el Seminario de Licenciatura?
- Finalmente, después de escribirnos y todo eso, nos juntamos. Yo no me iba a ir a Japón ni a Nueva York. Decidimos vernos en Chile, cosa que si nos llevábamos mal yo me volvía ahí nomás a Mendoza y él a NuevaYork. Estuvimos tres semanas de mochileros en Chile y la pasamos rebien. Se vino entonces una semana a Mendoza y le presenté, como alguien de teatro, no para que hiciera nada, a Vilma Rúpolo, a Liliana Bermúdez… Ese año me había ganado la beca del Fondo Nacional de las Artes, pero todavía no me la pagaban. No me iba a ir a Buenos Aires a instalarme hasta que me la pagaran. Entonces, a todo esto, le digo a mi papá, ¿me puedo ir a Nueva York a estudiar? Kameron me había recomendado una compañía que se llama City Company. Mi papá me dijo “bueno, dale”. Me iba a quedar un mes. El mes se fue extendiendo. Empecé a trabajar en una obra, El gato con botas, donde tenía poco texto y hacía algo más clownesco. Y en ese momento lo llaman de Mendoza a Kameron para que venga a trabajar. Como yo estaba trabajando allá no lo pude acompañar. Me quedé sola en Brooklyn y el se vino a dirigir Las Bacantes. En Nueva York, además, debuté en The performing garage, una famosa compañía experimental. Venía a ver lo ensayos Willem Dafoe, por ejemplo. Yo no lo podía creer. Era como estar viviendo algo raro. A veces me pasa eso de estar en situaciones con gente muy importante y no darme cuenta en el momento. Después tomo conciencia.
- ¿Y cuándo tomaste conciencia de la importancia del método Suzuki para tu trabajo?
- Siempre adapto el Suzuki y uso otras herramientas. Kameron también. Cuando me enfrenté por primera vez al Suzuki me hizo un clic interno. Algo me pasó. Pude sentir la violencia en la quietud, en mi cuerpo (Quietud, dicho sea de paso, es el título de una de sus últimas puestas). Pude sentir la violencia de estar en una obra griega. Si la gente puede ver lo que me está pasando a mí en este momento… ¡qué conexión! Lo sentía con todo el grupo que estaba trabajando. Por eso también decidí irme a Nueva York. Entrenaba con Kameron y con la City Company. En el 2000 hicimos una obra inspirada en el Hanjo. Como verás, vengo desde hace rato con Hanjo. Una actriz mexicana hacía la pintora, yo la musa y Kameron el hombre, personaje que después hizo otro actor. Nos fuimos a México, hicimos una residencia de seis meses en la Universidad de Guadalajara. Pero en esos seis meses no solo hicimos la obra, sino que entrenábamos mucho y fuimos encontrando herramientas para sostener el método en América. Si no, es muy japonés. Por ejemplo, el uso de la voz en Japón es distinto, entonces la respiración es distinta. Tenemos un ejercicio que se llama de los ocho estados emocionales, además trabajamos mucho con el humor… Lo que el entrenamiento hace es llevarte a otros estados, que muy pocas veces tenés en la vida cotidiana. Solo los tenés en el momento de un nacimiento, o de parir, o de un dolor muy grande. O si te apuntan con un arma en el supermercado, como me pasó a mi hace relativamente poco. Con entrenamiento se puede llegar a esos estados, pero al servicio de la obra. Y cambiás la perspectiva de la gente, que está mirando una obra, trabajando con la cabeza y de repente los podés llevar a otra situación con el físico. Una conexión más visceral con el público. Eso lo he sentido muchas veces, trabajando con Kameron o viéndolo a él, desde afuera o desde adentro.
Ivana dice que una de las veces que más fuerte vivió esa conexión fue haciendo la danza de las geishas, el nihon buyo. Aunque igual, o hasta en mayor intensidad, le pasó presenciándola. “La última clase, la profe que tenía me llevó a la casa de su mamá. Era una maestra viejita de nihon buyo. La señora me regaló una performance, que era la que yo estaba ensayando. Casi me muero. Me transporté a un parque, rodeada de los cerezos en flor. Es impresionante el manejo que tienen de eso tan visceral con el público. No pasa siempre, pero es hacia donde uno quiere ir, es lo que uno pretende”. Y hacia allá va Ivana Catanese, a la búsqueda de esa energía, con su cuerpo, con su geografía.
Notas:
(1) Ivana Catanese. Actriz múltiple. En: revista UBU Todo Teatro, junio, 1998, Mendoza. Por Isabel Martín.
(2) South wing, formada por Kameron Steele en 2003, con la idea de darle un nuevo enfoque al Suzuki, junto a su esposa Ivana, la actriz mexicana Inés Somellera y el actor estadounidense Nathan Guisinger.