Jessica Torrijos: hacer reír contra todos los prejuicios
La frase se estandarizó, se repitió cientos de veces, hasta el hartazgo, y se tradujo en otros tantos títulos impresos: “El humor tiene cara de mujer”. Lo que era ya un lugar común se vestía de novedad cada vez que la entrevistada era una dama cuyo objetivo era hacer reír a la gente. Porque ser gracioso, lo que se dice gracioso, era privativo de los hombres. Niní Marshall era un accidente histórico (¿o acaso un travesti?).
Jessica Torrijos seguramente padeció la frase en cuestión, alguna vez, algún día. Por eso si esta entrevista pretendía conservar algo de decoro, lo menos que se podía hacer era evitar la remanida línea. Titular de cualquier modo, menos de ése. Los tiempos han cambiado y la actriz que ingresó al humor casi por casualidad e hizo de él un sólido oficio, hoy forma parte de todo un universo femenino que abreva en la observación, la picardía y el sarcasmo. Féminas que comparten la profesión con los hombres y que, en sus chistes, se burlan de ellos como éstos lo hicieron con ellas por décadas.
Chilena (de Santiago) de nacimiento y mendocina por adopción, cruzó la cordillera con el objetivo de estudiar teatro. Ingresó a la UNCuyo. Se recibió primero de profesora en Arte Dramático y más tarde de licenciada en Dramaturgia. De cara al público sus inicios fueron bastante peculiares, a juzgar por los registros de las puestas. De entrada, integró un elenco del Arzobispado para montar la obra Proceso a Jesús. E inmediatamente después, protagonizó el que quizás sea el primer desnudo integral del teatro mendocino en Mata a tu prójimo como a ti mismo, del chileno-argentino Jorge Díaz y con dirección de Walter Neira. Todo un contrapunto que sin dudas remite a aquello de que una verdadera actriz puede (y/o debe) asumir todo tipo de roles.
“En Mata a tu prójimo… el elenco no tenía nombre –cuenta-. Le tuvimos que poner uno para un festival. Nos sentamos a discutir. Lo que hacíamos era como un teatro under. Alguien dijo somos mujeres, otros son gays… Yo dije, como chiste, sí… viceversa somos todos. A Walter le encantó y quedó”. Y quedó por más de dos décadas, al tiempo que el grupo se transformó en un hito del teatro mendocino de los ’90.
Por aquel entonces, Jessica era la novia de un peluquero cuyo local estaba sobre calle Gutiérrez. Fue a él a quien tuvo que convencer para que el piso de arriba de la peluquería (donde funcionaba un gimnasio) se transformara en la primera sala Viceversa.
- ¿Cuánto tiempo estuviste en Viceversa?
- Como cuatro o cinco años.
- ¿Mata a tu prójimo… fue tu primera obra?
- Ahí yo cursaba segundo año de la Escuela de Teatro. Pero cuando estaba en primero, me llama Laura Bagnato para hacer una obra para el Arzobispado. Me dio un papel que me costó muchísimo y fue la primera vez que me subí al teatro Independencia. Yo era bien chilena para hablar y tuve que aprender a hablar en neutro. Hacía de una judía que tenía un monólogo muy largo. Hicimos como 20 o 30 funciones.
- ¿Por qué elegiste Mendoza para estudiar teatro?
- Salí a los 17 de la escuela y estuve casi dos años estudiando Artes Plásticas, en Santiago. Cuando era chica era súper tímida. Pero todos mis profesores me decían “tenés que estudiar teatro, tenés que estudiar teatro”. En esa época estaba muy mala la cosa con los militares en Chile. Creo que fue la época más terrible. Mucho cierre de facultades, toque de queda, alarma, atentados… Las escuelas de Arte estaban en el foco de eso, cada dos semanas se cerraba la facultad, o estábamos adentro y nos llevaban presos, los estudiantes cortábamos las calles… Era una pelea constante. Unos compañeros vinieron a un encuentro de arte en Mendoza y me llevaron una solicitud. Me dijeron: “podés estudiar gratis en Mendoza”. Fui al Consulado y había una beca para Mendoza y dos para Tucumán. Vi el mapa. Mendoza me quedaba más cerca de mi mamá. Postulé a la beca y me la gané. Llegué en enero del ’87. El mismo año en que vino el Papa y no pasó a Chile.
- ¿Cómo fue tu relación con la Universidad? ¿Son gratos los recuerdos?
- Divertidos recuerdos y maestros muy buenos. Yo tuve buenos maestros. El maestro de actuación tiene que haberla vivido de verdad. Tuve a Maximino Moyano de profesor. Esos viejos que la habían luchado, que te decían “no, m’hijita, si esto no es joda, esto es la vida en el arte de verdad”. Eran otros tiempos. Ya estoy hablando como vieja. Pero sí. Eran otros tiempos. Había gente muy creativa, muy loca, libre, hacíamos muchas cosas… Estábamos en la Escuela de Teatro chiquita, frente al Casino. Montamos una sala de teatro arriba, un ambiente fantástico, lindo…
- ¿El tema del humor surge durante el mismo cursado?
- Nooooo… Después. Nunca me imaginé que iba a ser humorista, sinceramente. Soy una mina súper amarga. De verdad. Cuando hacía teatro con Walter Neira hacía los papeles más dramáticos. Me encantaba. Y hacía Lorca… Nunca me planteé lo del humor. No veía cosas de humor, tampoco. Fue como loco, porque a mí me llamó una vez Laureano Manson, que estaba haciendo una obra con Walter Herrera y Aldo Del Balzo. Una obra como de teatro negro, una cosa así como medio extraña. La fui a ver. Tenía algunas cositas de humor. Un día Aldo decide irse a España y Laureano me dice: “Jessica, no quiero suspender la obra. Quiero que hagas el papel de Aldo”. Bueno. Lo hice porque soy actriz y por la continuidad que generaba el espacio. Después, Laureano me escribió un unipersonal, Amores dolores. Ahí empecé a descubrir la historia de la improvisación. Hasta ahí yo era muy académica. Después hicimos otra obra, Yo te doy yo también, que era una sátira donde hacía de una animadora de televisión. Una obra bien loca porque era una animadora que tomaba cocaína, que le cortaban el brazo, y ella seguía y seguía. Laureano era súper estricto con el texto. Un día me harté y me fui hacia el público. Me puse a improvisar y la gente se moría a carcajadas. Y ahí me vino el pensamiento –porque yo mientras actúo, pienso-: ¿y si yo escribiera una obra? Ahí empecé a escribirlas.
- Y a poner en práctica tu Licenciatura en Dramaturgia...
- No, eso lo hice después. Entonces… escribí una obra, Mentiras, y se la llevé a Laura Bagnato, que todavía es mi amiga, y le dije: “leé esto”. Al otro día me dice: “Está buenísimo. ¿De quién es?” Yo la escribí. “¡Jessica, hacela!!!!”, me dijo.
Así fue como Mentiras comenzó una cadena de espectáculos con textos propios –siete hasta hoy- que transformaron a Torrijos en una referente. La lógica insinuaba que sus inicios en un terreno casi siempre exclusivo de los hombres no iban a ser fáciles ni felices. Se las estaba buscando. Porque a su condición de mujer y extranjera (“chilena”, subraya) le sumaba la de humorista. Harto demasiado para los prejuiciosos, po. “Por suerte empecé en La Reserva –explica-, El público de boliche es el más difícil. Si no le gusta te dice de todo. No es teatrero. Va gente que paga la entrada y ni siquiera sabe lo que va a ver. Además, cuesta más entrar en los hombres. No les convence mucho la historia. Se empiezan a mirar… un rato largo. Hasta que se ríen. Allí es como que me dicen: “ya me convenciste, sos una caradura total”.
Desde el pintor que se contentaba mirándole las piernas hasta que se convenció que también lo podía hacer reír, hasta la pareja de sociólogos que no sonrió jamás shockeada por la agudeza con que trabajaba los arquetipos (acá cabría otro lugar común: “el humor es cosa seria”), Jessica fue sumando y diversificando público y espacios: del boliche al café y del café al teatro, sin sacrificar estilo ni contenidos y desenmascarando el caretaje mendocino, que no es poco. Dicho sea de paso, en el reciente –y primer- Festival de Humor organizado por el INT en Mendoza fue, sin dudas, uno de los platos fuertes. “Por primera vez me llamaron para un festival y por primera vez muchos de mis colegas me vieron”.
- ¿Cuándo te sentiste definitivamente incorporada al espectáculo local?
- Nunca me he sentido parte del espectáculo local.
- Bue…
- Yo lo que tengo ahora es una trayectoria y no se puede no reconocer que mi nombre está. Pero sentirme parte del “grupo actores” de acá de Mendoza, no. A la gente de teatro no le gusta el café-concert. Hay un prejuicio con el género. Y una eterna discusión. Me dicen que hago teatro comercial. ¿Qué es teatro comercial? Parto de la base de que yo soy actriz, titulada. ¿Cuando dicen comercial se refieren a que yo vivo de esto? ¿Y a vos como actor no te gustaría vivir de esto? “Y sí, pero no se puede… uno no tiene la suerte de llenar como llenás vos..” No, pará, pará, les digo. No es suerte. Si tengo una obra que le gusta tanto al vicegobernador como al tipo que tiene una gomería en Las Heras y va con la familia… eso es hacer teatro, para mí. Descubrí que desde mi forma puedo decir las mismas cosas que con el teatro llamado no comercial, hacer una crítica social y llegar a la gente.
- El prejuicio también pasa por el lugar en donde se hace y no solo por el contenido o la forma del espectáculo.
- A mí me gustaría más hacerlo en el teatro, pero no tengo continuidad, y los actores de café-concert trabajamos todo el año. Es un problema porque nadie me va a dar todo el año un teatro.
- Hoy muchos actores trabajan en esos lugares que antes cuestionaban.
- Sí. Los mismos que me decían que lo mío era teatro comercial. Claro… si te ponés a pensar, decís: “me encantaría quedar en un elenco y hacer Yerma, por ejemplo, con toda la producción que corresponde”. Pero hay que ser realista. Soy una mujer separada, que vivo con mi hijo, que no tengo ayuda de nadie… Soy dueña de casa, plancho, lavo, cocino, hago la comida. Entonces, ¿cuánto puede estar un elenco con Yerma y cuánto puedo ganar? El problema es ése. Yo vivo de esto.
Para Jessica el público mendocino no se aventura a ver algo sin una recomendación previa. Para Jessica la noche mendocina tiene de todo, desde lo más “pulcro” a lo más “oscuro”. Para Jessica la rubia tarada ha aprendido a reírse de sí misma y verse reflejada en un escenario. Para Jessica la experiencia de haber trabajado en un boliche gay (e improvisar quince minutos después de los strippers) la introdujo, sin saber ni querer, en el stand-up.
- Para Jessica: ¿por qué hay tantos “stand-upistas” en Mendoza?
- Creo que por moda. Moda que llegó a Buenos Aires y luego de rebote acá. Pero es muy difícil.
- ¿Qué es lo difícil?
- Primero tenés que tener una luz para estar solo arriba de un escenario. Después, poder reírte de vos mismo. El stand-up bueno es aquel donde podés sacar lo tuyo. Sos vos, no un personaje. Te presentás y decís: “tengo este problema”. Trabajar a partir de la verdad, que es lo que les digo a mis alumnos. No hay otra cosa. No se puede sacar de Internet nada. Es la naturalidad absoluta. Nada de cuarta pared. Es como pararse en medio de una fiesta con amigos y empezar a hablar. Buena pronunciación, rapidez… A los teatreros clásicos les cuesta mucho hacer stand-up.
- ¿Quién te gusta de los mendocinos que hacen stand-up?
- Adrián Sorrentino. Se ha liberado en el hablar, ha llegado a una madurez y ha logrado eso de reírse de sí mismo.
Por estos días, Jessica Torrijos presenta Humor y más… (sábados a la medianoche en Juan Sebastián Bar, Arístides 757). Una suerte de compilado de los últimos quince años. Un compilado no sólo de títulos y temas, sino de “maduración artística”, aclara. Desde aquellas primeras mentiras hasta el momento de su separación, y luego… de su liberación. “Liberación… entre comillas, ja, ja, ja!!!”.
Fausto J. Alfonso