La feliz iniciativa de I LOVE MZ
Por Fausto J. Alfonso
I LOVE MZ. EDICION NEW YORK. FESTIVAL DE TEATRO. El Grupo Alasur Teatro, con Ivana Catanese a la cabeza, y Crack Ensamble Teatral, con Rubén Scatareggi como punta de lanza, tuvieron la feliz idea de tentar al poder cultural para aunar esfuerzos y concretar este curioso festival. Que, no obstante, merecía más difusión y, consecuentemente, más público. Pero así son las cosas en esta Mendoza de la incoherencia espectacular.
Lo trascendente es que iniciativas como ésta le suman aire a la escena local, la actualizan, la dinamizan, la sacan de la monotonía. No es raro que la raíz sea independiente, más allá de que el Estado haga lo que, en definitiva, tiene que hacer obligatoriamente y sin chistar.
El caso es que I LOVE MZ se instaló por cuatro días en el Le Parc, con tres apuestas locales y dos del invitado especial: el elenco neoyorquino WaxFactory. Cuyos integrantes, además, brindaron un seminario de improvisación performática.
Los montajes visitantes fueron #aspellforfainting y Fortress of solitude. En tanto, Mendoza marcó presencia con Quietud (Alasur), Woyzeck, (Pájaro Negro) y Ensueñocoma (Crack). A continuación, algunas reflexiones sobre estas dos últimas.
Las sombras de la desgracia
Georg Büchner tenía demasiados problemas y muy poco tiempo como para ponerse a pensar cuál sería la puesta en escena apropiada para su Woyzeck, a tal punto que no pudo terminar ni la obra misma. Pero es muy probable que haya estado de acuerdo que los ingredientes absurdos y expresionistas de la historia (cuando no se hablaba de absurdo ni de expresionismo, claro) hubiesen encontrado un buen correlato en el teatro de sombras.
Longo y su equipo aprovechan las ventajas de esta técnica para ilustrar el desencantado devenir del soldado Francisco Woyzeck, cargando siempre tanta pena, tanta sumisión y, para colmo, la ventaja de poder pensar.
Tres lienzos dispares en formato y tamaño son los cuadros en los que se anima la historia, emparentándose de ese modo con el planteo fragmentario del cómic (estética que por otro lado aparece explícitamente en la propuesta durante un breve pasaje). La continuidad en el paso de uno a otro espacio no siempre es prolija, pero no deja de sorprender por la creativa e irónica relación que se establece entre las dimensiones, tanto de los ambientes como de los personajes.
Justamente, la ventaja que tiene el teatro de sombras –aquí más que nunca- es la de poder jugar al extremo con las connotaciones gráficas del poder (medidas, distorsiones, claroscuros), lo que suma tenebrosidad e irrealismo al mismo tiempo. Además, la estructura absolutamente maleable del Woyzeck de Büchner permite experimentar y jugar todo el tiempo con el orden de las escenas y a partir de preciosos diseños de fondo y efectos que van de lo bucólico a lo escalofriante con apenas un golpe de color o un fuera de foco.
En ese sentido, la apuesta (que ya lleva casi tres años de exitoso trajín) es más que elogiable y afianza en el ámbito mendocino una práctica descuidada, subestimada o desconocida. Recordemos que Pájaro Negro Compañía de Luces y Sombras es la única agrupación local dedicada al teatro de sombras y una de las pocas en el país.
Desde el punto de vista del ideario de la obra, y tal vez desde la dramaturgia misma, no se abren en esta puesta nuevos caminos o interrogantes respecto de esta creación ya legitimada, aunque siempre abierta. Pero es suficiente lo expuesto para despertar curiosidad e incomodidad en el espectador.
Son muy buenas las actuaciones de Mauricio Funes (a cargo de Andrés y el médico) y, sobre todo, Gustavo Cano (multiplicado en el capitán, un impagable presentador de circo y un judío comerciante).
Woyzeck. Autor: Georg Büchner. Compañía Pájaro Negro de Luces y Sombras. Intérpretes: Gustavo Cano, Mau Funes, Longo, Agustina Tornello, Vanina Corazza, Diego Quiroga. Voz en off: Valeria Rivas. Diseño escénico: Eugenia Susel. Diseño de luces y sonoro: Longo. Realización de escenografía: M. Funes, E. Susel, Longo. Operación de sonido: Wally Sánchez Diseño gráfico: Valeria Señorans. Asistencia de escenario: Wally Sánchez. Dirección: Longo.
Noni noni disfuncional
En 20 años, que no es poco, no es poco (tampoco) lo que Crack Ensamble Teatral ha hecho. Sin estridencias y con contundencia adquirió un peso al que más de uno le gustaría, al menos, aproximarse. Es cierto que Crack tiene características que lo hacen único y, por tanto, también lo aíslan. La más marcada es, obvio, su media producción en idioma inglés. Pero hay otras más… mundanas. Como su recurrencia a diluir lo poético en lo bizarro, y viceversa. Ensueñocoma, último tramo de la trilogía Diosas, va por ahí.
En este nuevo cóctel del desquicio social contemporáneo, Rubén Scatareggi -siempre autor y director- escarba hasta donde se puede en la mente de una mujer suspendida por un coma no del todo explicado, y en los buitres que la rodean, cada cual más extravagante. Encerrada en sí misma, cada tanto la diosa se abre para tirar uno que otro dato sobre su pasado. Pasado bastante jodido, ya que fluctúa entre lo fashion y lo opresivo de un modo tal que es casi inevitable que le termine estallando el cerebro.
Mezcla de mujer sin cabeza descolocada tras ambiguo acontecimiento, familia disfuncional propia del teatro porteño de los 2000 y teatro absurdo de los ’60, Ensueñocoma justifica su actualidad al descargar hacia el espectador problemáticas de especulación, frustración y abusos varios que hoy nos abruman por lo cotidianas e irresolubles. La irreverencia propia del autor, tanto en el lenguaje verbal y visual, le añade el necesario plus de humor, que también oscila entre lo incómodo y lo distendido.
El planteo escenográfico, recubierto todo por un velo sobre el que cada tanto se plasman proyecciones, habla también de un coma colectivo. Nada está demasiado claro. Todo es brumoso, aunque a solo uno se le adjudique la enfermedad. Una bañera de las sólidas y una araña de estilo que pende sobre aquélla son los únicos objetos que marcan permanencia y hablan claramente de una pertenencia de clase. Lo demás va y viene, en un trajín acelerado por el paco que consume la sirvienta, la energía de una hija demandante en minitriciclo, la histeria de una madre, la lascivia de un padre, la aparatosidad de un esposo y el reproche de un ser abortado. Hay mucho de todo y, por momentos, hay demasiado.
Con Ensueñocoma, Crack confirma y reafirma su historia. No se arrima a picos sutiles (como en El viaje) no abreva en la visceralidad (como en Karnal) ni toca fondo (curiosamente en un buen sentido, como en Doble moral), pero enrostra unas cuantas cosas con las que cada tanto no viene mal reencontrarse. En todo caso, esta propuesta también es una coma, una pausa en la ya copiosa producción del grupo.
Las actuaciones no son tan interesantes como los personajes. O al menos no tan atractivas como éstos. Pero por sobre el conjunto se destaca Silvia Barbagelatta, quien, haciendo de padre… ¡mamita! ¡Es de temer!
Ficha:
Ensueñocoma. Autor: Rubén Scattareggi. Elenco: Crack Ensamble Teatral. Intérpretes: Eliana Schneiter, Ileana Spano, Vriginia Bernad, Fernando Soto, Silvia Barbagelata, Heidi Riveros y Mariana Fernández. Asistencia de dirección: Mirna Lucero. Vestuario: Inna Anastasia Oganesian. Realizador de video: José Montero. Teatro aéreo y coreografías: H. Riveros, M. Fernández e I. Spano. Música original: Martín Spano. Fotografía: Silvana Díaz. Escenografía: Rodolfo Carmona. Texto de sinopsis: M. Soledad Vecchiarelli. Colaboración con el texto: Elena Lepez. Producción: Crack. Dirección: Rubén Scatareggi.