La gran actriz que exorciza el domingo

13.08.2025 21:55

Por Fausto J. Alfonso

 

El día domingo tiene mala prensa. Se dice que a eso de las 19, más o menos, el susodicho termina siendo poseído por una extraña fuerza que doblega a los humanos, los empuja a la depresión, los sumerge en un doloroso ejercicio de introspección y de confesión hacia sus entrañas. Igualmente, hay formas -alternativas a la de un sacerdote exorcista- que permiten combatir al poseso, e incluso sacar partido de él, dar vuelta la trama del bajón, pasarla bien con otros, mientras se piensa colectivamente y se disfruta. Por ahí va Las plantas.

Una mujer joven, evidentemente en crisis, que solo viste un remerón con la inscripción HELP! y permanece descalza todo el tiempo, picotea papitas, toma mate, se riega por dentro con algo de alcohol y por fuera con algo de agua. Se nutre de la misma agua con la que riega a sus confidentes, las plantas, seres sintientes y fieles, aunque a su juicio también escondan algo de monstruosidad al no tener ojos. Con ellas comparte sus penas, sus frustraciones; también recuerdos lindos o aventuras pícaras. Con ellas y con nosotros, que de a poco, la vamos comprendiendo, nos vamos apiadando y, quien más quien menos, en algunos aspectos, identificando.

Este trabajo confesional, que dista enormemente de ser un monólogo convencional, encuentra en Andrea Cortez -sin dudas, una de nuestras mejores actrices- a una intérprete que se apropia de modo sensible y visceral de un texto agridulce, con una poética donde la naturaleza tiene un alto protagonismo y gran proyección metafórica. Pero tanto ella como el texto evitan los extremos, el golpe bajo, el apunte sensiblero, dándole verosimilitud a la situación y un grado de confidencialidad tal, como si cada uno de los espectadores estuviese a solas con ella, escuchándola con atención. Se trata de un hiperrealismo sin subrayados de ninguna especie.

La actriz hace un trabajo fino con los parlamentos, algunos de los cuales la obligan a volver sobre sus dichos para sorprenderse y reírse, o para indignarse. Se plantea preguntas que encierran una y otra vez, como en un juego de muñecas rusas, nuevos interrogantes. Se asombra cuando detecta que situaciones pasadas, incluso de cuando era niña, responden a una realidad distinta de la que creía. Y todo, con la gracia y el desencanto de quien filosofa domésticamente, desde un sentido común que ha decantado con el paso del tiempo. Un transcurrir del tiempo que ahora permite valorar gustos antes despreciados, como el pistacho, y aceptar con argumentos lo incomprendido en su momento.

Ese discurso tiene un correlato físico perfecto, ya que Cortez así como se despacha con confesiones íntimas, con desenfado, de modo desestructurado, deja traslucir un evidente vacío emocional que hace que su cuerpo se pliegue sobre sí mismo para encontrarse y esconderse al mismo tiempo. Esa dualidad de mujer superada/vulnerable se traduce en un movimiento no muy distinto al de una planta que a punto de marchitarse se recupera, una y otra vez, aunque la estabilidad siempre se muestre incierta.

La acción transcurre en un living pequeño, pero con una profundidad de campo interesante, a la que el director Agustín Daguerre ha decidido sacarle provecho sin abusar. Del mismo modo que lo ha hecho con el fuera de campo, del que deducimos el baño, la cocina, el dormitorio al que se va por una escalera que sí vemos… El espacio del Centro Navarro se transforma en un sitio íntimo y amable, que facilita la conexión con el espectáculo y con el personaje, de quien (creeríamos) nunca se dice el nombre, aunque se rumorea que se trata de Alicia.

En ese ámbito, donde la pena y la soledad se hacen evidentes, la presunta Alicia navega por las aguas de lo etéreo, de lo inasible, pero también por las tormentosas corrientes de esas que le piden al cuerpo un sexo sin compromiso o deglutir frutillas sin piedad, luego de reconocer la belleza propia de esa fruta. Las leyes de la naturaleza atraviesan sus pensamientos y su organismo a lo largo de esta confesión calibrada con un ritmo por demás cuidado, que integra a todos los componentes del lenguaje escénico. Y que tiene en la música, en un momento crucial, a una co-protagonista vital. Aliada, a su vez, al otro gran tema sobre el que se reflexiona: la libertad.

Esto ocurre cuando la otra vez presunta Alicia se asocia a Nina Simone y a su I wish I knew how it would feel to be free (Me gustaría saber cómo se sentiría ser libre). Una escena con mucha garra, donde un piano vertical aporta el rincón escenográfico adecuado. Y mientras eso (y todo) pasa, un Maneki-neko -que justamente está sobre el piano- mueve su bracito, añadiendo un toque kitsch a este domingo de confesiones. Un día al que el teatro le saca provecho mediante una actriz que, de paso, lo exorciza.

 

Ficha:

Las plantas (La carne, el semen y las razones por las que tengo que levantarme mañana), de Pablo Messiez. Dirección: Agustín Daguerre. Intérprete: Andrea Cortez. Asistencia: Susana Rodas. Diseño lumínico: María Vilchez Aruani. Fotografía: Vera Jereb. Producción: Centro Navarro Mendoza. Sala: Centro Navarro, Rioja 553, Mendoza. Función del domingo 10/08/2025.