La memoria teatral I

25.03.2019 00:09

Por Fausto J. Alfonso

 

El XVII Encuentro de Teatro por la Memoria “Abrir huellas” superó sus dos primeras semanas con una buena convocatoria de público y una programación latinoamericana claramente diversa en lo temático y lo estético. A continuación, una breves reflexiones sobre algunas de las propuestas.

 

Tres viejos mares. Rubén González Mayo reversiona su puesta sanjuanina del 2005, en la que también actuaba, de la mano de tres intérpretes experimentados (Li Di Marco, Chicho Vargas y Mario Ruarte), quienes no se permiten excesos de interpretación a la hora del humor y la poesía, las dos patas sobre las que se para la obra. En su aparente sencillez, el texto de Arístides Vargas esconde una potencia descomunal. Lógicamente, la memoria vertebra todo. Pero la trama se vuelve rica porque las historias personales de esos tres ancianos/mares dejan entrever la otra historia, esa que atañe a todos y sobre la cual cada uno tenemos nuestra versión; y porque revela los vaivenes de la comunicación, a base de coincidencias y diferencias. La calidez cromática, el uso apropiado de los pocos objetos escénicos (con su importante proyección simbólica) y el adecuado timing para cada escena, contribuyen a que la voz y las imágenes del poeta se vuelvan agradables a los ojos y oídos del espectador, sin perder gracia ni profundidad.

 

Lady bruja Macbeth. En una noche poco inspirada, el actor colombiano Aléxis Gómez Gómez (director del Teatro Galeón) ofreció este unipersonal dirigido por el cubano Rolando Hernández. Quien adaptó la obra de Shakespeare y concentró a la pareja protagónica y otros personajes en un solo cuerpo, en un nuevo intento de actualizar al vate inglés y arrimarlo al público contemporáneo. El resultado es una buena reunión de ideas, fundamentalmente visuales (centradas en proyecciones, máscaras, paneles, redes, etc.), con una atinada correspondencia en el plano sonoro (cargado a su vez de efectos varios). El apropiado uso del blanco, el negro y el rojo, en consonancia con lo que está ocurriendo, suma a la hora del impacto icónico. Pero toda esa carcaza no alcanza para generar un interés por lo que se dice desde el texto. Estamos ante Shakespeare. No es un dato menor. Y no por conocida, la historia debe dejar de ser disfrutada como si se tratase de la primera vez. Eso no ocurre y depositar toda la responsabilidad en un actor -en este puntualísimo caso- es desacertado y muy ambicioso. Aunque bueno, el tema central de Macbeth es la ambición. Visto así…

 

Caja de sueños. En la misma línea del unipersonal, pero con una propuesta y resultados muy diferentes, el actor, dramaturgo y director Javier Valencia ofreció este sentido espectáculo acerca del ser actor y el ser humano. Carismático, el peruano Valencia entabla una rápida comunicación con su público, fingiendo ser un técnico teatral al que han dejado solo y asumiendo un espectáculo que toma la forma de una confesión. Todo es artilugio. Todo es una mentira tan profunda que llega a tocarse con la verdad. Un actor que no sabe actuar pero que actúa como si supiera. Una obra frustrada que concluye en una gran obra. O una no obra que termina siendo. La marginalidad, la guerra, el arte y el olvido toman cuerpo en personajes entrañables, a los que Valencia dota, con pocos cosas, de un perfil y una sensibilidad. De estructura abierta, Caja de sueños rota personajes, lo que permite volver a verla con otras criaturas evocadas por este técnico-actor que confiesa “lo difícil que es ser uno mismo frente al público”. Y que se vale de temas populares (El mundo o El día de mi entierro, por ejemplo) para complementar la poética del texto y la imagen.

 

Hembra. Con Federico Castro en la dirección, la Compañía Tres Puntos aborda la cuestión de género desde una perspectiva nada panfletaria. Sensibilidad, buen gusto y compromiso imperan en todos los rubros. Hembra alterna poesía y humor y hace girar los cuerpos sobre una inquietante banda sonora que ni bien arranca sobreimprime una versión de La Bohemia (femenina, lógicamente) a una base tecno. Luego vendrán otros clásicos versionados en modo delikatessen: La vieja molienda, Garota de Ipanema, La llorona… y más. Mientras Daniela Colomer y Alicia Gabrielli generan atmósferas sutiles y sensuales, Romina Iniesta y Sara Spoliansky -muy graciosas- se sacan chispas y desnucan al machismo haciéndose las políglotas. Las cuatro juntas se asocian para danzar a lo hembra o para despuntar el vicio de la charla en un banco de plaza. La poesía de la Parra se cuela en la atmósfera. Clásicos románticos como El amor acaba embrujan el aire. El mismo aire que mece frágiles pétalos multicolores. Sombras y movimientos eróticos, aguerridos o desgarrados se implican en un espacio abstracto y una luz puntual o itinerante. Castro es consciente con los tiempos y registros que merece cada tramo y hace de esta apuesta algo redondo y, claro, recomendable. Es justo apuntar que las cuatro mujeres están bárbaras, pero también decir que Spoliansky la descose.

 

La farsa de los ausentes. Oda al reciclaje, a la improvisación, al “lo atamo con alambre, lo atamo” y sinfonía a los parches de todo tipo. Juan Comotti pone en escena una situación planteada en cuatro momentos, con una fluidez que los cortes entre una y otra se sienten como fundidos. En esa bacanal con rastros de Ferreri, Arrabal y Buñuel, todo vale. El César insiste en que él es quien sostiene la realidad y recrimina a la comunidad que tiene en sus puños el no ser más que “actores que no han sabido sostener su papel”. La farsa… dispara contra todo y todos, desde la impune autoridad del bufón. Una veintena de marginales, oprimidos y desencajados, llevan el estigma de la tragedia greco-romana. Se arrastran sin avanzar en un tiempo sin tiempo. La despiadada diversión que propone la obra de Pompeyo Audivert se inspira en El desierto entra en la ciudad, pieza póstuma de Roberto Arlt. El grupo de freaks sin identidad encontró un homogéneo elenco que los represente. No obstante, se destacan Santiago Frazzetta (el César), Karim Pabst (el poeta), Diana Moyano (su perra Laica Minelli es impagable; un gran trabajo de búsqueda y composición, desde el ángulo que se mire), Andrea Cortez (una desopilante Inés), Juanjo Cinquemani (y su revulsivo cura beodo) y Victoria García Galiano, como el andrógino niño muerto, devenido dormido, santo, mesías, oráculo, canillita, marioneta del poder… Y otra vez el reciclaje.

 

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También, en estas dos primeras semanas del encuentro, se pudo ver Alfonsina y su mar, del elenco Peripecias (San Martín, Mendoza), Contrainteligencia, del Grupo Teatro Galeón (Colombia) y Nina y Tamia (tejen luz), del grupo Pan y Arte Teatro (Bs. As.).

Ahora, el encuentro avanza hacia su tercer tramo con Los opas, del grupo Cambalache (Rivadavia, Mendoza); Nueva coronica, del elenco homónimo (Santiago de Chile); Viejas pánico, co-producción de La Libélula y Teatro de la Vida (Mendoza-Madrid) y Maricón, propuesta actuada y dirigida por Mario Dante Quevedo y Federico Castro.