La memoria teatral II

09.04.2019 15:49

Por Fausto J. Alfonso

 

En sus tercera y cuarta semanas, el XVII Encuentro de Teatro por la Memoria “Abrir huellas” albergó propuestas mendocinas vinculadas al teatro, la danza-teatro y el unipersonal, pero también montajes provenientes de Chile y Colombia, más una co-producción con España. Una marca diferencial fue la proyección del film Matar a Lencinas, que convocó a una muy buena cantidad de espectadores. Algunos de esos momentos se reseñan a continuación.

 

Maricón. Con sencillez y creatividad, Mario Dante Quevedo y Federico Castro encaran y ganan una batalla contra el prejuicio. Sus armas son la danza, el teatro, la música y la plástica, fundidas en un espectáculo que quiere derribar etiquetas e instalar significados. Sin victimizarse ni panfletear, sobrevuelan la escena como aves libres. Pero con los pies bien en tierra construyen momentos donde la inocencia de la desnudez, la seducción de un maquillaje, las charlas cotidianas y las encrucijadas (mandatos) culturales hablan con claridad sobre lo complejo que es ser como se desea o, simplemente, como se es. Ciertamente, el espectáculo no va a fondo con todas sus ideas ni pretende agotar el tema. Favio Serenisky acompaña bien con la música en vivo e interviene con modestia desde lo actoral. En un momento revela el verdadero atuendo que esconde bajo su ropaje, pero luego la acción se retrotrae, pudorosamente, en un claro ejemplo de esas ideas a medias. Los mejores pasajes están en lo coreográfico y en un bello final que se extiende como un lienzo. Un lienzo que será tan abstracto o figurativo como cada espectador quiera.

 

Cabe en un pez. La obra de Fernando Mancuso (estrenada hace años con Jorge Leal y Jorge Tixeira, homenajeados en esta ocasión) convoca en su segunda versión al propio autor y director en la piel de un maestro rural que, haciendo turismo, termina en el interior de una ballena. Allí “vive”, desde hace treinta años, un ex combatiente de Malvinas (Francisco Molina), quien confunde al recién llegado con un inglés. El desequilibrio emocional, el tiempo detenido y la locura de la guerra es el trípode sobre el que se para esta propuesta que parte desde un absurdo para adentrarse luego en lo grotesco (un grotesco “chauvinista”, según los propios involucrados). El cara a cara del dúo resulta atrapante por lo bien balanceado que se muestran el disparate y la emotividad, tanto en el texto como en la puesta. Las referencias históricas mechadas con alusiones a lo cotidiano (desde situaciones hasta productos comerciales) nos permiten reflexionar sobre el carácter perecedero de ciertas ideas, la desvirtuación de los hechos, el concepto del heroísmo y, muy a tono con el encuentro y envolviéndolo todo, la memoria. La acción y el humor permanentes, en el marco de una escenografía reducida a casi nada, marcan a fuego a Cabe en un pez. Hay una estupenda actuación de Molina, que aprovecha para demostrar habilidades varias. Además, su labor se potencia gracias a la experiencia de Mancuso, quien da pies por demás eficaces para el lucimiento del soldado Calixto. Lo que se dice, un director generoso.

 

Más que dos. El elenco colombiano Aescena poetiza la desgracia de haber perdido prematuramente la inocencia y le escapa con habilidad a lo que podría haber sido -dado el tema- puro realismo o puro documento. Dos combatientes de las FARC nos cuentan lo que fue una elección y se convirtió en cautiverio. Dos caras de algo que, desde afuera, resultan igualmente impactantes. Un díptico color ocre tan cálido como desgarrador, producto de las imágenes delicadas y crueles que construyen con sus hábiles cuerpos Sireth Colorado y Sebastián Mostacilla. Si bien la puesta de Camilo Capote tiene algunas recaídas en su ritmo, la buena elección musical y los enérgicos movimientos coreográficos compensan aquello y garantizan la intensidad del drama. Más que dos es teatro antibélico, pero también una radiografía de las contradicciones y convicciones humanas. Su base está en relatos reales de ex combatientes de las FARC y, según el director, es un “homenaje a los que tomaron la decisión de dejar las armas y reentrar a la ciudad”. Misión cumplida.

 

Historias desde el alma de la memoria. Hay un joven que es pájaro, Agustín. Otro, el Pichi, que siempre va un paso más adelante. Un tipo que vive en un tanque de agua. Uno más que remonta un barrilete. Libros enterrados vaya a saber uno dónde. Un negro que es blanco. Poetas que se llenan y se vacían. Todas realidades. Todas ficciones. Lo literal y lo metafórico se cambian de silla todo el tiempo en este espectáculo pulcro y conmovedor, que arranca y termina con sonidos ancestrales, de esos con acento milcayac, que brotan de la habilidad de Nora Castellanos. Sergio Martínez, ya asentado desde hace tiempo en la narración oral, se asocia al músico Rubén Giménez (a su guitarra traviesa, a su voz fulminante) para hacer un ejercicio de memoria donde lo biográfico cabe en lo universal y viceversa. Las historias y canciones se alternan siguiendo un tiempo criterioso. Todo en su justa medida, como para que el espectador disfrute, paladee. Como en su justa medida es el tono amigable del actor, que emociona sin golpes bajos y desliza un mensaje esperanzador sin caer por ello en la ingenuidad. Hay homenajes varios a figuras conocidas de la cultura mendocina y a otros tantos, anónimos y no, que hicieron lo suyo para alimentar la memoria de todos.

 

Matar a Lencinas. El grupo Tanta traición arrancó en el teatro con su visión sobre el asesinato de Carlos W. Lencinas, y luego se animó a la versión fílmica. De ésta, lo más fuerte está en escaparle a la pretensión documental y en ensayar su propia mirada ficcional sobre los hechos. Lo más flojo es su incoherencia técnica-estética, producto de la alternancia de gente en casi todos los rubros. Muchas manos en un plato. Luces (sobre todo), actuación, atmósfera, carecen de una congruencia de estilo. La música anticipa un suspenso que no siempre las imágenes confirman, mientras los planos cortos y la cámara negra ayudan a resolver/disimular las limitaciones presupuestarias. La trama anuda traición, entuertos, corrupción, internas, machismo, amor y diversidad sexual. Todo eso a lo que nuestra fraudulenta política, de ayer, hoy y siempre, nos ha acostumbrado. Aderezado aquí con toques de superstición y fantasmagoría, que hacia el final derivan en una escena “bergmaniana” (ver para creer). Línea aparte para los efectos especiales: sin palabras. No se puede negar que la historia -y ésta hecha guión- tiene su atractivo, pero la realización y varias actuaciones son las que terminan por Matar a Lencinas.

 

 

Otras propuestas. También se presentaron durante estas tercera y cuarta semanas del encuentro Los opas (grupo Cambalache, de Rivadavia, Mendoza), Nueva coronica (del elenco homónimo, de Santiago de Chile), Viejas pánicos (co-producción de La Libélula y Teatro de la Vida, Mendoza-Madrid), La máquina de abrazar (de La grieta líquida, Mendoza) y Huellas (de Aescena, Cali, Colombia).