La Pampa tiene el Teatro
Por Fausto J. Alfonso
SANTA ROSA, LA PAMPA. Por estos días, la fisonomía de la capital pampeana luce distinta. Al viento, que actúa por espasmos, y al calor que se le suben los humos, se suman inusuales visitantes. Éstos suelen coincidir en sus remeras y barbijos, bajo el sello 35 FNT. Son muchos, que buscan reencontrarse con otros tantos conocidos y hacer migas con nuevos por conocer. Porque de eso se tratan las fiestas nacionales del teatro: artistas que se integran entre sí, pero que además buscan ampliar su base de espectadores en un sitio -en este caso La Pampa- que no los suele tener como protagonistas.
De algún modo, la Fiesta Nacional del Teatro son dos fiestas. La del encuentro y la del reencuentro. Y esta edición, la 35, carga además con las ansias acumuladas y los abrazos postergados (no es casual que uno de los escenarios se llame Predio del Abrazo), que en ese sentido la vuelven única, especial.
Como siempre, y ya de frente a los espectáculos, la fiesta sirve para asombrarse, indignarse, entretenerse, aburrirse. Para informarse. Para discutir y opinar. Para detectar tendencias, virtudes y carencias de provincias o regiones. Estéticas dominantes y preocupaciones teóricas de todas las provincias argentinas, presentes en el lugar con las obras seleccionadas en cada Fiesta Provincial del Teatro.
Claro que, las lecturas deben hacerse con prudencia, considerando siempre los recortes con los que se trabaja. No siempre lo mejor de una provincia pasó por su respectiva fiesta y no siempre lo que un jurado evaluó se traduce fidedignamente en otro momento y escenario y bajo otras condiciones técnicas. A lo que hay que sumar, en esta edición, el hecho de que el parate pandémico haya disuelto grupos o levantado espectáculos, de modo que algunas provincias hayan tenido que apelar -para ser representadas- a espectáculos que en la evaluación primera hayan quedado en terceros o cuartos puestos.
Con todo, el abanico no deja de ser atractivo. La diversidad siempre está. Y la incertidumbre también. Uno llega hasta la Fiesta Nacional del Teatro sin saber muy bien del todo con qué se va a encontrar, pero seguro de que la paleta será amplia. Y en esa amplitud, esta cobertura -que abarcó los primeros cinco de un total de ocho días que dura el festejo completo- detectó algunos espectáculos que merecen un subrayado especial.
Tal es el caso de La niña que fue Cyrano (Córdoba), exquisita aproximación al amor infanto-juvenil y de cómo el azar o el equívoco pueden llevar hacia aventuras impensadas y apasionantes. Con dramaturgia y dirección de Guillermo Baldo (además co-realizador junto a Agostina Barborini de la estupenda escenografía), la puesta rezuma buen gusto, delicadeza y una nostalgia soportable, cuyas notas agridulces se compensan con una mirada general esperanzadora de la vida. El barrio de la infancia (levantado con ingenio y por completo a pequeña escala y en cartón) revela todo un mundo, sólido y con personalidad, pero que se resquebraja frente a cada mudanza. Frente a cada partida, que implica nada menos que una (gran) pérdida afectiva.
La dedicación que evidencia todo el espectáculo deja entrever el esfuerzo colectivo; en escena, el encanto, el aroma a cuento envolvente, se debe a la gracia y espontaneidad con que Chili Peralta Vissani y Luisina Lipchak encarnan sus niñas-púberes en una relación tan bien pensada que elude cualquier obviedad. Simplemente, partiendo de la estrategia de las cartas que Cyrano utilizó para llegar a su amor (de allí el título de la obra). Peralta Vissani domina los altibajos propios de una edad difícil y se multiplica en otros personajes que impactaron en su vida. Lipchak invade el espacio de simpatía, buen timming, canto y música. Rubro este último del cual es responsable junto a Franco Dall’Amore.
La niña que fue Cyrano es un espectáculo donde el humor, el amor, la música y la aventura no se pierden pisada. Ideal para todo público, acepta varias lecturas, siempre desde la fluidez, sin necesidad de forzarlas.
Otra delicatessen de esta 35 edición resultó ser Juan Moreira, una leyenda popular (La Plata, Buenos Aires). La conocida historia del gaucho, con sus cuotas de heroísmo, injusticia, corrupción, segregación y romanticismo, conserva su vigor e interés en esta versión para marionetas de manipulación directa, apta para mayores de 12. Claro que lo atractivo pasa por cómo están confeccionadas esas marionetas y cómo sus manipuladores las trabajan, logrando momentos de acción, humor y destrezas camperas, gracias a ingeniosos micro-mecanismos de articulación (imperdible el perro del rancho). La escena simula la típica arena del circo y oficia de presentador Pepino el 88. Todo -la música, las luces- está previsto para transportarnos a otra época y meternos en una aventura tierra adentro. El eficaz elenco integrado por Néstor Garay, Joaquín Merones, Federico Braude, Lucía Pérez Martins y Claudio Rodrigo, dirigido por el último, lo consigue holgadamente. Y después, invitan a la trastienda, para que conozcamos de cerca a los personajes.
En el terreno del teatro-danza, Misterio (Santa Fe) atrapa desde su idea original y un humor irónico, que tienen su origen en la obra Magnética fe (2018). La propuesta de Silvina Grinberg toma el pelo a los lugares comunes del teatro y específicamente a las rutinas de ensayos (o a su falta). Es el mundo de las excusas, los imprevistos, las superposiciones horarias. También el mundo de la sobre-exigencia y el fracaso. Un adolescente arriba en su bici para contarnos cómo un grupo se va evaporando misteriosamente y alguien, en su testarudez, quiere seguir sosteniendo el proyecto. Lo interesante es la interacción de este personaje narrador con los dos supervivientes del grupo, integrándose por momentos a la fallida obra/fallidos ensayos. El espíritu lúdico está presente todo el tiempo. Lo sardónico atraviesa el texto y lo paródico alcanza al abc de los movimientos del teatro-danza. Juan Berrón, Pablo Vallejo, y en especial Ciro Berrón, alimentan simpáticamente este misterio con música original de Estaban Coutaz.
Enigmática, intrigante, El río en mí (CABA) nos enfrenta a cuatro personajes acosados por sus propios dolores y secretos, cuando no rencores. Que además, parecen envueltos en una lucha desigual contra la naturaleza y sus propias leyendas. Las relaciones entre las criaturas se van revelando de a poco, y trascienden, con mucha sutileza, lo personal. Así, la obra también suma resonancias sociales, tal vez políticas y seguramente ecológicas, sin vociferar nada. Dejando que todo fluya como un río y que éste ruja cuando deba rugir. En el marco de un realismo extrañado, en un tiempo que parece detenido en algún paraje litoraleño (una elogiada escenografía original no fue parte de esta puesta en La Pampa), Claudio Da Passano, Mercedes Docampo, Malena Figó y Elena Petraglia se lucen hilando el juego de intrigas. La atmósfera, de a poco, se vuelve onírica; y la trama, también de a poco, sorprende. Pero las resoluciones quedan a cargo del público, que se va con la sensación de haber visto algo importante. Y resulta que lo es.
Un punto fuerte de esta 35° Fiesta Nacional del Teatro fueron las salas, que en general se adecuaron a los protocolos, y se mostraron en buen estado edilicio, de limpieza y confortabilidad. Desde el legendario Teatro Español (1908) hasta el reciente Teatro TKQ (tan reciente como que inauguró para la fiesta), pasando por el Auditorio Juan Carlos Bustriazo Ortiz (CMC/Centro Municipal de Cultura), el Complejo Cultural El Molino, el Centro Cultural Municipal MEDASUR (Megaespacio de Arte del Sur), la sala ATTP (Asociación de Trabajadores del Teatro Pampeano) y la Casa de la Historia y la Cultura del Bicentenario. También hubo funciones de extensión en las localidades de General Pico, Toay, Uriburu, Telén, Victorica, General Acha y 25 de Mayo.
A los espacios cerrados se sumó el Predio del Abrazo, pegado a la vieja estación del ferrocarril, donde se desarrollaron decenas de actividades especiales. Allí se montaron los subespacios Carpa de Circo “La Argentina”, Carpa Foro, Carpa Streaming, Escenario del Convite y Carrumante de Títeres. Hacia la tarde-noche el paisaje estalla de color, luces, música y gente. Los food-trucks y heladerías ambulantes hacen su agosto en octubre y Santa Rosa goza del costado más popular, y más familiar, de la fiesta.
Pero más allá de los espacios en sí, y volviendo a las propuestas escénicas, se sabe que no siempre el lugar es el adecuado para la obra. Por eso, y como ejemplos, las características de El Molino (hermoso espacio recuperado del viejo Molino Werner) no eran las apropiadas para la puesta de La Moribunda (Tucumán), ni las propias del Teatro Español eran las adecuadas para En ámbar, fantomática de objetos (Córdoba). La obra de Urdapilleta se vio perjudicada en el aspecto sonoro y mucho texto se perdió en el éter, más allá de que la puesta en general transportó a una época y una estética que hoy lucen débiles, lo que hace que el espectáculo termine valiendo más como un homenaje involuntario que como otra cosa. El elenco cordobés, en tanto, merecía un espacio más acotado e íntimo, donde las luces puntuales se destacaran y mostraran con precisión la ingeniería (y la relación) de objetos, que por momentos no quedaba clara.
Otras propuestas que pasaron por la fiesta fueron: La mujer puerca (La Pampa), correcta versión de la conocida obra de Santiago Loza; Batir de alas (Chaco), con gran actuación de Quimey Castillo Oviedo; Rodajas de mí (San Luis), con otra destacada actuación femenina, Sylvina Tapie, para un texto standard de Fontanarrosa que ella se encarga de hacerlo importante; Proyecto Medea (Formosa), monótono reclamo a tres voces sobre el maltrato patriarcal; y El banquete de los sobrevivientes (Catamarca), pretenciosa intelectualización del Banquete de Platón, con recursos metateatrales, varios minutos de más y guiños posmo de los que no escapa ni Michael Nyman.
También han estado: Vibra (Neuquén), de y dirigida por Lorena Rosales, con un crescendo coreográfico interesante que trenza cuerpos en un atractivo juego; Ella (Santiago del Estero), de y por Mariana Gorrieri, quien se apoya en poemas de Pizarnik y en música académica, pero no convence desde su puesta reiterativa y una relación poco convincente con los objetos; El hombre cóndor (Jujuy), con una magnífica performance del actor Iván Santos Vega, para un relato que cruza lo experimental y lo antropológico, mitología, documentos y poemas; y El fin de la trompeta (La Rioja), confuso ensayo performático con grandes méritos desde lo visual (ecos de los tableaux vivants de Ulrich Seidl y de las estampas psiquiátricas de Majewski) y una magnética diversidad de cuerpos, bajo la dirección de Federico Tello.
En la grilla oficial, Mendoza estuvo representada por Telémaco SubEuropa, de Marco Antonio de la Parra, con dirección de Laura Volpe y Paula San Martín; y Un hueco, de Juan Pablo Gómez y dirección de Agustín Daguerre. Por fuera de esa grilla, el elenco La Banda Espuma (títeres), en calidad de invitado, se despachó con varias funciones -en y por fuera de Santa Rosa- de Los clásicos del rock nacional y Bom Borom Bom Bom, ambas dirigidas por Ezequiel Yasar. También hubo un momento para recordar a David “El Negro” Blanco, con la proyección del episodio que se le dedicó en el ciclo Homenaje en entrevistas, ideado por Francisco Suárez. Por su parte, el director Víctor Arrojo se sumó a la mesa “Una mirada al futuro de nuestra actividad”, junto a otros referentes de distintas provincias e instituciones y Gustavo Uano, director ejecutivo del INT, mendocino también.
Clases magistrales, foros de debate, funciones por streaming, proyección de videos, varietés, presentaciones de libros, mesa de hacedoras teatrales, bandas de música, ensayos abiertos y hasta la presentación de Micaela del Río (campeona nacional de malambo femenino) hacen de esta fiesta del reencuentro, una fiesta completa. De la que no estuvieron ausentes próceres de la escena contemporánea como Pompeyo Audivert o Mauricio Kartun, ni espectáculos que están dando mucho que hablar en lugares como Córdoba (como La puta mejor embalsamada, de David Metral y dirección de Julieta Daga) o Buenos Aires (como Beya Durmiente-Dj Beya, de Gabriel Cabezón Cámara, con Carla Crespo, o Porno brujas, con María Onetto dirigida por Leticia Mazur).
Mientras estas líneas se escriben, la fiesta sigue, hasta completar la presencia de alrededor de 50 elencos y más de 200 funciones. En 1995, La Pampa fue sede de la 10° fiesta. A 26 años de aquéllo, la historia continúa. Ahora con barbijo y alcohol en gel.