La resiliencia es y no es cuento

04.09.2025 18:45

Por Fausto J. Alfonso

 

No ha pasado tanto desde que la palabra resiliencia era una ilustre desconocida en el habla cotidiana de los argentinos. Las prácticas psico-socio-políticas la impusieron en los últimos tiempos y, ahora, como haciendo honor al espíritu de su significado, o impulsado por él, se recupera una y otra vez, a veces sin siquiera tener relación con el contexto en el que se pronuncia. Su protagonismo tenía que llegar como título teatral en algún momento (hace nada también pasó aquí mismo con un espectáculo de danza) y así fue.

Un jovencísimo equipo conformado por Renzo Fioretti (autor y director), Camila Puente, Alexander Vilaja, Eliseo Rivero y Ulises Reinol (intérpretes) proponen con su Resiliencia indagar en el derrotero de un hombre agobiado por la rutina y/o el automatismo, las decisiones ajenas (por caso, el despido laboral) y las nuevas responsabilidades (léase, un bebé).

El grupo optó por resolver todo desde los cuerpos, apelando a un lenguaje a mitad de camino entre el teatro físico y la pantomima. Como soportes y complementos: máscaras, algo de cartelería, que a veces resuena irónica en ese entorno, y mucho más de sonidos producidos por los mismos actantes (onomatopeyas, susurros, interjecciones, etc.), que sumados a una banda sonora que apela a leitmotivs contrastantes (de acuerdo con el sube y baja emocional del protagonista) configuran un paisaje sonoro adecuado y efectivo.

Tres personajes uniformes, que pueden desde hostigar a compadecer al central, se relevan todo el tiempo en sus funciones a la vez que organizan el espacio y resignifican los pocos elementos escenográficos. El espectáculo no descubre la pólvora ni deja de ser un ejercicio teatral. A conciencia, eso sí. Tal vez “un poco mucho” que haya sido seleccionado para el Festival de Estrenos, bajo el título Resiliencia reflexiva, frente a títulos bastante más fuertes –en más de un sentido- como Retro-visor (1973-199?), por citar un ejemplo.

Su apoyo en la frescura de las actuaciones y, aunado a esto, el criterioso manejo de los tiempos de cada escena, le permiten arribar a buen puerto. Su pátina esperanzadora y la presencia de lo cotidiano positivo (donde despunta un singular perrito) lo acercan al cuento con moraleja. Quizás algo indispensable para creer que la resiliencia es posible. O sea, que puede ser cuento, pero no lo es.