La vigencia de un humor necesario
Por Fausto J. Alfonso
A veces, como ser social, uno quisiese que un espectáculo, por más bondades que ofrezca, perdiese vigencia. Es decir, que sus observaciones críticas oliesen a naftalina porque el mundo, las relaciones, ¡en fin!, el ser humano, cambiaron tanto para bien que ya no hace falta espejar en escena ciertas cuestiones. Pero, valga la paradoja o contradicción (escoja lo que prefiera), a veces, siempre como ser social, uno quisiera que ese mismo espectáculo, no bajase de cartel. ¿Por qué? Por sus valores artísticos, su honestidad brutal y algo siempre impagable cuando está soportado desde la observación aguda y el trabajo a conciencia: su humor. “Remedio infalible”, decía aquella revistita que leíamos de chicos para definir esa mecha que suele calar -en casi todos los temas- mucho más hondo que el drama solemne o la denuncia impostada.
El planteo paradojal/contradictorio viene a cuento de Sudá América, el unipersonal que José Kemelmajer estrenó ¡en 2009! y que hoy, desde las tablas de Casa Teatro, luce chispeante, lozano, divertido. Lamentablemente y felizmente. Porque América, la parte del continente que suda, claro está, sigue haciendo honor a sus gotas gordas. Entonces, el artista, no puede menos que sostener su ejercicio. Y su tarea se transforma en una práctica que nos ayuda a mantenernos despiertos, que aviva nuestra autocrítica, que nos hace reír, enternecer e indignar frente a una misma viñeta o personaje, que nos recuerda que somos un híbrido entre lo que hemos podido ser y lo que nos han dejado ser, como individualidades y como pueblo. Y que nos alerta que nuestro pintoresquismo está bueno en tanto seamos conscientes de que hay gente que solo quiere meternos cosas en la cabeza mientras nos saca otras del bolsillo.
Kemelmajer es uno de los pocos actores mendocinos que ha profundizado en el unipersonal hasta transformarlo en una marca autoral. También el que ha logrado entrar en las contradicciones profundas de los arquetipos que presenta, superando el estereotipo, aunque sin perder jamás el humor. Esto se ve claramente en Sudá América, cuya galería de criaturas incluye un chileno, un brasilero, un cubano, un mexicano y un ¿inimputable? argentino. En cada uno de ellos, encontramos mucho de aquella dualidad de la que somos fruto los americanos que sudamos, y otro tanto de los condicionamientos externos que nos impiden superarnos, vivir mejor, sin traicionar nuestra esencia. Esto es: el consumismo, la corrupción, la libertad condicionada, la xenofobia y la picardía criolla que hace rato dejó de ser pícara.
El carisma del intérprete no solo es clave para la construcción de esas maquetas con contenido, sino también para los puentes entre un retrato y otro, los comentarios al margen y la interrelación no guionada con el espectador. Esa habilidad sostiene durante casi una hora y media el interés por esta (de algún modo) road movie por un continente tan folclórico como globalizado. Un viaje donde las caracterizaciones y los discursos no reparan en prudencias mojigatas. En pocas palabras: las cosas terminan dándose a entender por su nombre. Por supuesto que prima el ingenio, la creatividad. Pero el artista también opta por levantar la alfombra y mostrar el cinismo y la hipocresía que igualmente caracteriza a los sudados, en vez de limitarse solo a dibujar el costado amable de cada tipo.
Como músico que también es, el actor concibe -y consigue- un espectáculo eficaz en términos rítmicos y regula muletillas y frases hechas para administrar su ida y vuelta con el público. Al final (¡esas cosas del ser humano!) uno se ve tentado a elegir qué personaje le gustó más. Pero la homogeneidad -en términos cualitativos- de las caracterizaciones y de los textos echa por tierra esa tarea. Mejor así. No hay que andar discriminando. “¡¡¡Cheeeeeeeeeee!!!”, diría sin remordimientos un argentino garca, parafraseando para mal a Pepitito Marrone. Y esto último lo entenderá quien vio o vaya a ver el espectáculo. Mientras, a seguir sudando.
Ficha:
Sudá América. Unipersonal interpretado por José Kemelmajer. Textos. J.K. y José Manuel López. Escenografía: Eleonora Sánchez. Sonidos y luces: Santiago Silva y Belén Oviedo. Asistencia de producción: Yamile Roldán. Asistencia de comunicación: Caro Domínguez. Puesta en escena y dirección: José Kemelmajer. Sala: Casa Teatro, Aguado 241, Mendoza.