Las furias de Vlasta Lah

13.08.2020 21:03

Por Fausto J. Alfonso

 

Vlasta Lah fue una directora italiana, de origen austro-húngaro, que se formó cinematográficamente en Roma y llegó a la Argentina con su marido, Catrano Catrani, también director, italiano y con estudios en la ciudad eterna. Con Las furias, Lah se convirtió en la primera cineasta argentina en filmar una película sonora. Varias décadas habían pasado desde que las pioneras Liliana Giordano, María V, de Celestini y Emilia Saleny dirigieran sus films mudos.

Vlasta había llegado a la dirección con no poca experiencia en distintos rubros ligados a la industria; y se había desempeñado tanto en films de su esposo como en trabajos de otros directores. Conocía al dedillo los entresijos del oficio y difícilmente el resultado de su ópera prima podía ser pobre. Y no lo fue. Sin embargo, como en tantos otros casos, la película fue muy subestimada por la crítica y mucho tiempo después revalorizada y comprendida en su justa dimensión.

Lo mismo pasó con su segundo film, Las modelos (1963). Se lo tildó de elemental y precario, de telenovelesco, y se desatendieron los apuntes críticos que -sin ser obvia- la directora introducía en un mundo de glamour, frivolidad y millonarios. Quizás la poca repercusión de ambos títulos hizo que la directora se replegara y volviera a las tareas de antaño, sobre todo trabajando en guión y asistencia de dirección.

Las furias -sus furias- son cuatro mujeres de tres generaciones distintas que comparten una enorme casona candidata a venirse abajo. Y una quinta, fuera de ese ámbito, pero que se articula con el lugar y el cuarteto a través de un hombre que apenas vemos de espaldas cuando comienza el film. Todas tienen una relación directa con él; y cada una de ellas, un temperamento fuerte, decidido, pero orientado a objetivos muy disímiles, y en algunos casos contrapuestos.

Juntas, las furias habitan el reino de las indirectas y los malos modos; las miradas sobradoras y las pequeñas y grandes traiciones. Un reino que se corroe y en el que se ha dejado de comprar el diario de la tarde para economizar. Un lugar donde tampoco hay plata para comprar dos camas, así el matrimonio, ya frizado, no tiene la obligación de compartir lecho. Un espacio en cuya radio resuena, irónicamente, la novela El camino hacia la felicidad.

Mezcla rara de melodrama con suspenso, la película no adhiere explícitamente a ningún género y he allí su primer atractivo. A eso se suman la partitura escrita por Astor Piazzolla, muy bien regulada en sus intervenciones, nunca invasiva ni reiterativa; y la atmósfera de decadencia y sospecha que la directora consigue en ese ámbito retratado muy cinematográficamente. Hablar de teatro filmado, como afirmaron algunos críticos, es un despropósito.

Los encuadres y angulaciones, los posicionamientos de los personajes en el campo y momentos puntualísimos (como las susodichas al acecho tras una ventana de la casa o del auto; varios donde hay picados-contrapicados entre la planta baja y el primer piso; y hasta una secuencia subjetiva) eximen al film de cualquier vinculación con el teatro filmado. Que se base en una obra teatral -de Enrique Suárez de Deza- no ha condicionado en nada la realización. Varias escenas breves, en exteriores u otros interiores ajenos a la casa (cine, restaurant, peluquería, oficina), airean también el conjunto.

La directora logra que se palpe en el ambiente cierto tono de incertidumbre, producto de un montón de cualidades que se solapan en las actitudes de esas mujeres: morbosidad, envidia, especulación, lujuria, cinismo, codicia. Debilidades humanas que encuentran un nuevo mérito en el elenco escogido: Elsa Daniel (en plan sexy, muy distinta a sus films con Torre Nilsson, es la hija); Mecha Ortiz (matriarca dura, pero afecta a los favoritismos, es la madre); Aída Luz (gozosa en su condición de obstáculo, es la esposa); Alba Mugica (frustrada, siniestra pero débil, es la hermana) y Olga Zubarry (equilibrada, razonable, pero también enemiga con chances  de ser cómplice, es la amante).

Los filosos dardos que se intercambian las cinco; el papel cuestionable y poco feliz de los personajes masculinos (a cargo de Catrano Catrani, quien aporta sus espaldas al enigmático macho de la casa; y de Guillermo Bredeston, un novio al que le paran el carro cuando está borracho y abusan de él como ocasional amante); y la estructura narrativa (trabajada como un racconto convencional, nada deslumbrante, pero totalmente sólida) hacen de Las furias un material atractivo sobre cierta burguesía que intenta mantenerse a flote a como dé lugar, incluso ensayando alianzas denigrantes, y sobre ciertas costumbres de un tiempo que parece ido, pero que en realidad se ha reciclado.

 

Ficha:

Las furias (Argentina, 1960, 85’). Dirección y guión: Vlasta Lah. Música: Astor Piazzolla. Fotografía: Julio César Lavera. Intérpretes: Mecha Ortiz, Alba Mugica, Elsa Daniel, Aída Luz, Olga Zubarry, Guillermo Bredeston y Catrano Catrani.