Lo bueno, si es bonito, dos veces bueno
Por Fausto J. Alfonso
Reivindicar la palabra bonito –o bonita, cuando cuadre- debería estar entre los planes inmediatos de todos. Como uno de los tantos términos lavados de significado, éste ha llevado a muchos a desecharlo por cursi, porque provoca pudor pronunciarlo o, llanamente, por autocensura. Sin embargo, ante lo inevitable, no hay argumento. Harta es un espectáculo, en principio, bonito. Lo es por la transparencia -literal y conceptual- de sus imágenes, el arrullo de su diseño sonoro y la calidez de su puesta lumínica, entramado que permite ser acogidos como espectadores en la intimidad de alguien, una mujer joven, que tiene cosas que contarnos de un modo amable, aunque varias de esas cosas la aprisionen o hagan estallar. Si se alcanza a entender, en esta ocasión, lo bonito tiene que ver con algo que va más allá de lo bello, algo que se asocia a lo confortable para los sentidos.
La angustia, los pensamientos oscuros, la mirada propia y ajena, son motivos de reflexión de una actriz que disfruta de serlo, y que, quizás, mientras más actúe más sea ella. También lo padece, es cierto, pero a causa de. Esta línea borrosa que separa la realidad de la ficción, la vida cotidiana del hecho escénico, se multiplica en el discurso y las acciones de Salomé Boustani, autora e intérprete de Harta, en sintonía con una puesta que juega visualmente con lo translúcido y las superposiciones, especulando con el estado brumoso del ambiente en que se mueve la mujer y los rostros varios que carga, como actriz y persona, para relacionarse a diario con un mundo de modales insensibles e insensatos.
Como espectadores nos apiadamos de sus sinsabores, de los castings absurdos por los que pasa, de sus relaciones familiares y afectivas truncas o imperfectas, pero igualmente confiamos en ese micromundo cálido que la protege: un ambiente con sus objetos queridos, con su ropa, unas que otras pastillas, una cámara y, fundamental, el texto de La Gaviota, de Chéjov, que ensaya tratando de dar con el tono apropiado. Texto que lógicamente no es uno cualquiera, sino aquel en que Nina Zarechnaya, también actriz y joven, coteja su fragilidad y la de su carrera/oficio con la de una gaviota, animal-símbolo que a su vez tiene dos acepciones, y así en un permanente juego de dualidad. En Harta, se retoma y amplía la apuesta de comparaciones, sin que el espectáculo se torne para especialistas ni que el público se quede afuera por falta de referencias.
El caso es que ese universo íntimo de nuestra actriz se luce entre enormes cortinados que aportan de modo clave a la textura confortable (bonita, sí) del espectáculo, y colores suaves entre los que el lila pálido atraviesa al resto de la paleta en búsqueda de una coherencia cromática y de personalidad.
En su rol de directora, Verónica Manzone hace mucho con lo que solo en apariencia es poco. Crea, a partir de lo dicho, un estado apropiado para la confesión y la complicidad, de modo sintético y rítmico. Pero además se apropia de ciertos recursos –la selección musical, la cámara en manos de la actriz, el juego lumínico- para ofrecer un relato sentido desde su problemática, moderno desde su plasmación, y con un intertexto si se quiere clásico (por su trascendencia, no su forma), para llegar así al corazón y al intelecto del espectador, mientras lo seduce desde la imagen.
Manzone se rodea en esta ocasión de un meritorio equipo compuesto casi en su totalidad por mujeres, que despuntan ya de modo individual en los rubros destacados (ver ficha). Viene, por otra parte, de una experiencia similar –Vidas posibles- en esta línea del biodrama o la autoficción, donde se procura potenciar la teatralidad que tienen datos y documentos reales de los implicados en el espectáculo (algo que parcialmente por estos días también se está usando en algunos espectáculos mendocinos, aun cuando no se inscriban en el biodrama, como por ejemplo No quedan amuletos).
Boustani se muestra como una actriz honda y chispeante, convincente desde lo físico, que aprovecha al máximo el sentido del humor de ciertos pasajes, sobre todo en lo que hace a las ironías sobre las audiciones y las terapias alternativas. Y, por sobre todo, transmite con honestidad el conflicto de aquello que pareciera ser el origen, el drama y la finalidad de su existir: ¿cómo ser una, cómo ser auténtica, cómo disfrutar y ser original, sin dejar de ser normal? El concepto de normalidad y su antítesis se transforman en un tópico central sobre el cual reflexionar. “Vencerse a una misma” es, entre otras estrategias, parte de la búsqueda hacia esa… ¿plenitud, se le podría llamar?
El carácter biodramático del material con el que se trabaja es importante a considerar, pero no es determinante para la eficacia o la calidad del espectáculo. Además, difícilmente un espectador común se deje tentar por chequear hasta qué punto todo lo que se ve y dice tiene un anclaje en lo real. Pero no deja de ser rico para la intriga y para desentrañar cómo se relaciona con la ficción pura (que tampoco sabremos nunca hasta dónde llega) y con la ficción de la ficción, en este caso La gaviota chejoviana.
Por otra parte, pensar en el hecho de que la propuesta se sustenta en datos reales, le permite al púbico entablar una relación intelectual, de reflexión, y hasta de identificación en algunos puntos, más genuina. Claro que, para ello, desde la dirección se tiene que generar el clima propicio de confianza, cosa que aquí ocurre, y hacer del rompimiento de la cuarta pared un recurso creíble (valga la paradoja). Caso contrario, el espectador se manejaría en el marco de las convenciones habituales.
Ver sobre el final imágenes caseras de Boustani actuando de pequeñita, como respaldando sus dichos al inicio del espectáculo, agrega una nueva capa de ficción-real y sella el atractivo recorrido de Harta. Que, como se deduce, y confiamos en ello, es una propuesta más que buena. Y como es bonita, dos veces buena.
Ficha:
Harta, de Salomé Boustani. Dirección: Verónica Manzone. Intérprete: Salomé Boustani. Asistencia de dirección: Mariela Locarno. Diseño de luces: Majo Delgado y Camila Núñez. Diseño de escenografía: Majo Delgado. Realización escenográfica: Sol Pérez. Operación técnica: Camila Núñez y Mariela Locarno. Gráfica: Damián Olivera. Dirección: Verónica Manzone. Sala: Cajamarca (España 1767, Mendoza). Función del 09-11-2025.