Muchacha de 20, que sabe bailar
Por Fausto J. Alfonso
Que un festival cumpla veinte años no es poca cosa. Más si apuesta a la fusión y la experimentación. Y más, si el escenario es la Mendoza de la inconstancia, ésa de construir un año para derribar al otro.
El Festival de Danza de Nuevas Tendencias ya hace rato que sorteó los momentos de demolición, para seguir construyendo a partir de aquellos cimientos endebles del ’96. Hoy, mayorcito, esgrime solidez y vitalidad, nada de pereza y la voluntad intacta por proponer al público espectáculos que no salgan de cierta zona de riesgo. A veces mejores, a veces peores, pero siempre al acecho de nuestra capacidad de sorpresa.
El segundo y último fin de semana de esta XX edición (27 y 28 de setiembre) reunió propuestas de Mendoza, Tucumán, Chile, Rosario y Colombia. Recorrido I, creación en solitario de Lisandro Gómez Fraser (Mza.), propuso el desplazamiento físico como la búsqueda de un lugar en el mundo, aunque sea el territorio interior quien, en última instancia, definirá dónde se está mejor.
Trabajo abierto, con un moderado y acertado toque de ironía, permite que Gómez Fraser cree momentos de recogimiento con movimientos pequeños y significativos, y algún juego con la luz, que no siempre alumbra el camino, e incluso a veces hay que sofocar. Un llamado por celular funciona de anticlímax, de molestia cotidiana. Una voz de mujer activa los recuerdos, recupera al personaje del sueño hacia la realidad, pero finalmente lleva a una nueva introspección. La búsqueda como permanencia. Interesante.
No tanto fue lo de Vera/Luz Teatro Danza (Mza.), bajo la dirección de Lucía López Méndez. Su performance Otro tú –vista la semana anterior como intervención urbana- no termina de cerrar en sala. A su mensaje ecologista, demasiado explícito y un tanto demagógico, le falta aire; y las coreografías se sostienen más por la energía de sus intérpretes que por la originalidad del planteo. Lo dramático tampoco ayuda demasiado.
Los chilenos de la Compañía Cuerpo en Vuelo (foto superior) sí motivaron al espectador a fuerza de vibración, resistencia, destreza y calidez. Seis mujeres conviven en una dimensión espacio-tiempo que bien puede ser un sueño o directamente un mundo paralelo. Las restricciones de ese mundo –que la luz grafica como un estrecho cuadrilátero- libera y oprime a un mismo tiempo las emociones de esos seres. Los cuerpos trabajan desde la limitación del espacio, buscan ganarlo, lo disputan, lo comparten, lo pierden.
La coreografía de Carolina Bravo juega con el fuera de campo y, por instantes, apela a la autoparodia y a un humor que deriva del murmullo incomprensible y del personaje frente a una sorpresa que no vemos. Hay un contrapunto vital entre el afuera y el adentro, también marcado por una selección musical que va de lo minimalista a lo romántico para mostrar el pasaje entre los movimientos reiterados y la libertad absoluta de los cuerpos. Dirigida por Vivian Romo Jara, Del otro lado de la noche (tal el nombre de la apuesta) confirma que hay otro mundo y que también puede ser tan bello como taciturno.
Con el deseo como eje temático, La Rendija (Tucumán) apeló a una cosmología del amor: Sobre el deseo. Como planetas, los cuerpos se alinean y desalinean, buscan la compatibilidad, la protección, la caricia. A veces funciona y otras no, pero siempre hay una sensualidad crujiente, como el colchón de hojas por el que ruedan los físicos en su derrotero. Las distintas texturas del placer se evocan desde la música (Devendra Banhart, Benjamin Biolay, Javiera Mena y otros), en un trabajo en general prolijo que pone varias de sus fichas al contacto de los cuerpos y se apoya en un video que despierta analogías.
El ya mítico Grupo Laboratorio de Teatro El Rayo Misterioso (de Rosario y desde siempre con dirección de Aldo El-Jatib) se hizo presente con Macchina Napoli (foto central), uno de sus celebrados trabajos. En él, indaga en el conflicto existencial del desarraigo, tomando a una familia italiana prototípica que lidia con situaciones recurrentes, provenientes tanto de la agresión externa (la guerra a la cabeza, claro) como de los más enquistados modos culturales (el machismo, por citar uno).
El preciso entrenamiento de los actores permite no solo su lucimiento, sino el de las múltiples posibilidades del dispositivo escénico: un asombroso pack de pertrechos, reaprovechable hasta el infinito. La comicidad y la tragedia se fortalecen con la repetición hasta lograr un registro general marcado por el grotesco. Un grotesco experimental, que deviene de las sensaciones, de las imágenes, más que de una historia de narrativa convencional.
El muy buen trabajo actoral juega con lo caricaturesco, pero no desmerece la emoción genuina ni la labor de una búsqueda física que requiere de gran destreza y una relación cronométrica con los objetos. Hablado en italiano, el espectáculo toca de ese idioma sus cuerdas trágicas, ideales para la sobreactuación, sus modismos populares ya globalizados, sus giros pícaros y groseros. Y si por momentos el coro suena desaforado, como un tano desencajado en cualquier conventillo porteño, es que, justamente estamos ante Macchina Napoli y no ante una postal de Ginebra.
Para el cierre del festival la Compañía Tercer Piso Danza (foto inferior), de Colombia, propuso una obra de pura atmósfera, donde la música y la iluminación generaron el marco adecuado para desandar las emociones más diversas. En Simultáneo, la danza contemporánea, en estado puro, fue guiada por un grupo de bailarines que crearon líneas y desplazamientos inquietantes, desde movimientos precisos, en algunos casos sublimes.
La ausencia de cualquier otro elemento sobre el escenario permitió disfrutar al máximo de estos cuerpos entrenados, dotados de gracia y que se entregan al placer, pero que pronto pueden ser asaltados por el azar, por la casualidad trágica que los lleva hacia otro destino, oscuro, donde no hay amor ni protección. Lo intimista, el juego amoroso donde dos se funden; la lucha y la persecución hasta desfallecer; la búsqueda y la soledad; todo, actúa en simultaneidad, como se suceden nuestros días más allá de la escena, seguramente con menos poesía, y a veces hasta con menos conciencia. Coreografiada y dirigida por Alejandra Cuéllar Hilarión, Simultáneo fue un cierre ideal para estas dos décadas en danza, obligadas a ser siempre nuevas.