Acertadas revelaciones desde una engañosa sitcom

25.04.2018 19:17

Por Fausto J. Alfonso 

Foto: Pablo Tello

 

El eje temático que transita Arístides Vargas es la memoria (cero novedad). Y desde lo estético, una poesía tan densa como despojada, tan surreal como cotidiana, que dan ganas de ser mecidos por ella indefinidamente (novedad cero). Frente a estas certezas, ¿qué de nuevo podemos esperar? Más aún tras el aluvión de puestas que -sobre su obra- hemos presenciado en Mendoza durante los últimos veinte años. Bueno, justamente, esperamos una nueva puesta que sea una puesta nueva: el rito de marcar la diferencia y de leer, a la manera de uno, lo que tan bien escribió otro.

Por eso, ir hacia Vargas siempre es una aventura que en buena medida está garantizada. Pero que puede malograr –o no- el puestista. Gustavo Cano, en este caso, promueve una mirada muy distinta a lo que, al menos por estos lares, venimos viendo sobre el dramaturgo cordobés-puntano-mendocino-ecuatoriano. Marca una diferencia, abriendo una puerta alternativa, sobre todo para quien desconoce (aún) el universo vargueano. Una atractiva puerta.

Foto de señoritas y esclusas, la obra, explota un filón archiconocido: mujeres adultas que recuerdan su etapa de estudiantes de secundaria. Un planteo al que el teatro comercial le ha sacado jugo, con resultados dispares, aunque siempre trabajando sobre personajes que son estereotipos y situaciones que son clisés. En manos de Vargas la cosa cambia, obviamente. Porque esos estereotipos no se agotan en afectaciones gestuales, modos de andar y decir y vestuario y maquillaje apropiados. Eso está, claro. Pero además, detrás de eso hay seres complejos que sufren transformaciones (y que sufren literalmente) sin salirse de las coordenadas del rol (la superada, la intelectual, la tonta, etcétera). He aquí entonces una diferencia: en tanto el teatro comercial haría un duelo de carcazas, Vargas y ahora Cano proponen involucrarse a fondo, meterse en la vida interior de esos estereotipos.

De este modo, las situaciones también abandonan la categoría del clisé para formar un entramado de alegría, dolor, rencores y algunos buenos recuerdos, a los que se les suma una buena dosis de misterio, tanto por lo ambiguo de ciertos datos dichos y de ciertas imágenes proyectadas, como por la presencia de un personaje masculino que es algo así como una cruza de vigía con censor, aunque siempre atildado y atento, luchando en silencio para que todo permanezca en la hoy híper citada “zona de confort”, proveyendo de pizza para calmar la angustia oral.

Pero lo más interesante del caso, es que la frondosa poesía de Arístides aparece intacta en una puesta engañosamente superficial y a todas luces vinculable con las sitcoms. El propio autor da pie para el asunto cuando en su texto original convierte las acotaciones tradicionales en textos para los personajes. Son ellos los que nos dicen qué piensan, cómo se sienten e incluso qué van a hacer a continuación (ejemplo: “Me levanto y hago un movimiento un tanto estúpido, sé en lo que puede terminar la conversación”). La ficción ya viene rota y el director aprovecha esa ruptura (rotura) de origen para reforzarla con atinadas canciones y coreografías, que mezclan lo festivo, con lo sentimental y lo irónico; y con pasos de comedia pura, algunos trabajados desde la profundidad de campo.

Lejos de caer en la parodia absoluta, Cano frena siempre a tiempo y vuelve hacia el registro anterior, donde manda lo oscuro, lo secreto y los juegos de palabras nada inocentes.

Si bien las actuaciones son muy buenas y parejas y la conexión entre todos goza de ritmo y precisión, es casi inevitable destacar el afinadísimo trabajo de Diana Moyano. Su tonta/ingenua divierte y conmueve con una batería de recursos de voz, gestos y movimientos, haciendo de su presencia algo que suma aun cuando no intervenga de modo directo en una escena.

El dispositivo escénico evoca cierta pretensión de gusto, que en realidad es puro kitsch. La presencia de un mozo etiquetado para una simple reunión de amigas refuerza esa presunción de importancia con la que la dueña de casa se maneja, se viste y habla. El uso ininterrumpido del proyector (que merece una revisión de la planta lumínica para que se luzca de modo más contrastante lo proyectado) es eficaz en cuanto a la sintonía que establece con la acción en vivo.

Foto de señoritas y esclusas es una propuesta que entretiene sin sacrificar calidad. Nos hace reflexionar, qué duda cabe, sobre aquello que en nuestro oscuro interior nos compromete o nos duele. Nos obliga a subir el nivel de nuestra propia esclusa interior. Nos obliga a sacar a flote eso que nos traba. Las fotos, ese pasado que es presente congelado, pueden ayudarnos. Los sueños, también. En ambos casos se trata de revelaciones.

 

Ficha:

Foto de señoritas y esclusas. Autor: Arístides Vargas. Elenco: V.E.S. Teatro.  Intérpretes: Guadalupe Rodríguez Catón, Diana Moyano, Paola Ortíz, Gustavo Adolfo Ramírez y Noelia Videla. Con la participación de Bea Millán. Fotografía: Pablo Tello. Coreografías: Federico Castro. Escenografía y proyección: Maimará Bracamonte. Vestuario: Guadalupe Rodríguez Catón. Diseño lumínico y edición: Fernanda González. Diseño sonoro y dirección: Gustavo Cano. Sala: Enkosala Gladys Ravalle (Alte. Brown 755, Godoy Cruz, Mendoza). Función del 21-04-18.