Música en libertad

05.09.2025 17:16

Por Fausto J. Alfonso

 

Se sabe: el poeta es un jugador. Peculiar, pero jugador al fin. A diferencia del convencional, no necesita -es más, detesta- las reglas. A cambio de éstas, reclama, o se apropia de, libertad. En síntesis, su labor consiste en jugar con las palabras en libertad. Si además ha sido agraciado con talento, bueno…, qué decir. Rubén Valle, poeta prolífico y respetado, cuadra en este perfil; y su último libro se acopla a la idea de la libertad creadora ya desde su título: Fri.

Pero claro, no todo es tan obvio. El artista, ante la ausencia de límites, se desafía (si no, ¿para qué está?), construye su propio cerco creativo. Que aquí conlleva la esencia del jazz. Por eso, a lo largo de más de una treintena de poemas, Valle exhibe una musicalidad libre, abierta, acorde con los géneros (literario y musical), pero también una animosidad que nos permite gozar de imágenes paradojales, paisajes imposibles, personajes encubiertos en la neblina de la improvisación, homenajes que dejan entrever sus afinidades sin posar de militante cultural, y hasta desencuentros cara a cara.

Hay algo de humor, absurdo y siempre fugaz. Todo es tan profundo como momentáneo. Una buena estrategia como para tener que volver sobre las líneas. La música, a través de la poesía, y ésta, propulsada por la música que el poeta ha degustado, proponen otra forma de naturaleza. Más urbana, para suerte de algunos, infiltrada por ese jazz que obliga –sutilmente- a que lo cotidiano se vuelva extraño, para bien. Como a Valle se le hace fácil tanto bailar como escribir sobre música, al lector también se le allana el camino hacia las interpretaciones y las asociaciones, y se libera de su pudor. Verdad de Perogrullo, de eso trata la literatura en general: que los disparadores nos hagan trabajar la cabeza.

En Fri, y a diferencia de aquel asesino de quienes no escuchan jazz (recuperado en el poema Jessica y el hachador), el autor resucita nuestros oídos adormecidos por tanto cachivache musical y poetrastos de cotillón. Sus anzuelos, pequeños caracteres ordenados con libertad, terminan por refrendar lo que dicen en, por ejemplo, La música hace: “llevarnos a un espacio/ donde nadie es lo que cree ser”. Aun a riesgo de quedar “como un letraherido más” (Media vida).

Da gusto ir descubriendo la galería de famosos que Valle recupera en su trajín libertario (dicho esto en el mejor sentido posible, amigos). De entrada, encontrarse con una magistral cita de apertura de John Cage es para entusiasmarse. Luego, sobreviene la búsqueda de los tesoros, en cada verso, en cada poema. Pero como el autor también es periodista, y además tiene conciencia de ello (algo cada vez más inusual), remata su poemario con una serie de notas-glosario que nos ilustran como para lucirnos algunas horas más tarde, frente a un puñado de amigos, posiblemente en un bar al estilo del de Murakami.

Las palabras posliminares de Sergio Morán confirman la valía de Fri, que engrosa la colección El Desaguadero, dirigida por Hernán Schillagi y Fernando G. Toledo, de Libros de Piedra Infinita. La delicadeza puesta en el diseño del volumen (Romina Arrarás) amplía el disfrute de estos juegos de palabras en los que manda la libertad.

Por momentos, quien suscribe estuvo a punto de caer en la frivolidad de compartir los títulos de sus poemas favoritos. Ya bastante con el título de esta reseña. Sí, comparto los de un amigo, que me pidió por favor: Fri, Imantado, Llego tarde, Sue Jam, El chicle de Nina, Weaver of dreams, Desbalance y Todo lo dicho.