Otro Argentino que se las trajo
Por Fausto J. Alfonso
SANTA FE. XV ARGENTINO DE ARTES ESCÉNICAS. Capítulo I. “Somos una universidad de territorio, no de ciudad”, dice el rector Enrique Mammarella, y así, marca la cancha. “Democracia, más conocimiento, más cultura”, define más adelante como concepto de Universidad. Estamos en el XV Argentino de Artes Escénicas, y más precisamente, en un momento importante. Porque el rector dice lo que dice durante el acto donde la gran Cristina Banegas es distinguida como Huésped de Honor. Diploma, flores, todo lo que se estila para el momento, y la palabra de ella, que está sorprendida, “maravillada” (dice) con la situación.
Es el primer día del evento. Arranca emotivo, aunque el desborde de sentimientos se hará notar aún más al día siguiente. Banegas echa mano al Manifiesto del Tiempo que acuñó con otras mujeres de la cultura y recuerda que el arte “está para impedir la estructura de la maquinaria”, que está para desarmar y “volver a armar”, “volver a andar”. El santafecino Jorge Ricci oficia de partenaire de la actriz, directora y otras tantas cosas. Alentada por él, ella repasa su trayectoria, desde que a los diez la poesía la sedujo; desde que, más adelante, guionaba para su padre el programa infantil Chiripitifláuticos. Desde que era titiritera, algo a lo que quiere volver. Desde que no era famosa, conocida. Dice que ahora está con una miniserie y que recién termina un film dirigido por Claudia Llosa. Todo en un modo amable, afable. Más adelante, reivindica el Olimpo de artistas vinculados al criollismo y otros “modelos maravillosos”. La Merello, la Marshall, el Del Carril…
Una buena forma de arrancar el Argentino. Que, y volviendo a Mammarella, ha demandado “un trabajo logístico y de mucho tiempo”. Dato nada menor: la UNL, la Universidad Nacional del Litoral, cumple 100 años; y es la cuarta universidad pública en cruzar la barrera del siglo. Santa Fe y la longevidad suelen estar de romance. Pensemos en los Martínez Suárez, si no.
A la hora de los espectáculos, Imprenteros (C.A.B.A.) abrió la grilla del mejor modo. El biodrama escrito y dirigido por Lorena Vega, evoca un paisaje familiar, de alto contenido catártico, con iguales dosis de humor y melancolía, sin saturar nada de ello. Un hermoso documento, donde los reproches y recuerdos se muestran originales, apoyados en un cúmulo de materiales (fotos, videos nuevos y de archivo, audios, folletería e impresos varios, etcétera). El didactismo se integra a la narración con gran espontaneidad. Lorena nos lleva de las narices con su voz, presencia, pausas, gestos cómplices, hacia un mundo desconocido por muchos (o dos mundos: el familiar y el imprentero) para hacernos reflexionar sobre los lazos familiares y los proyectos personales. La frontera entre drama y realidad se desdibuja al son de una Heidelberg o de un chequeo de gramaje hasta arribar a un final de inolvidable creatividad y precisión.
Y del mundo de las imágenes -impresas y no-, pasamos al mundo de los sonidos. Claustrofonía (C.A.B.A.), sin dudas un nombre intrigante, experimenta sobre la seducción, el embriagamiento y la alienación en una dimensión donde la música marca el paso. El riesgo está tanto en los inquietantes cruces de los cuerpos (que a veces se persiguen y otras se traban como si se tratase de un enfrentamiento de sumo o de un scrum de rugby); como en el dispositivo escenográfico (una trama de hilo que se teje en vivo); en la música en sí, que se desprende de una particular usina que reserva sorpresas hasta el final; y en algunas proyecciones, que nos recuerdan a un Lynch precario. Éstas, las imágenes cinéticas, representan el punto más flojo del conjunto, ya que no suman y, sin querer, compiten innecesariamente (al distraer al espectador) con los protagonistas principales, que son el sonido y los cuerpos. Advertencia: El espectáculo dirigido por Laura Peña Núñez no es apto para ansiosos. Supone una entrega del público. Una predisposición a ser... apresado.