Otro hito para el legajo de las NT

09.09.2019 14:27

Por Fausto J. Alfonso

 

 Su fuerte es el movimiento. No obstante, y si se nos permite la imagen, que procura ser un elogio, el Festival de Danza de Nuevas Tendencias llegó a los 24 casi sin despeinarse. Impecable. Joven y atlético. Desde hoy, y hasta setiembre del 2020, desandará el camino hacia los 25, siempre integrando propuestas locales, nacionales e internacionales, de sala y de calle; sumando talleres y seminarios; performances, work in progress y experiencias en el campo de la video-danza, bajo la dirección general de Vilma Rúpolo y la producción general de Patricia Baldín.

Pero, ¿qué dejó esta última edición? Entre lo novedoso, una pequeña inyección folklórica, de la mano de la Compañía Siembra, dirigida por Martín Chamorro. Lo nativo, lo telúrico si se quiere, hizo así su ingreso a un ámbito que nunca lo había incluído. Y fue del mejor modo, ya que su propuesta, un fragmento de Un último baile de Romeo y Julieta, explora diversas alternativas danzísticas, en un arco que va del folk a lo contemporáneo, con gracia, hondura y creatividad. Obviamente inspirada en la tragedia shakespeareana, la apuesta atrae con su cuidado trabajo grupal y lo sensible, pero no empalagoso, del relato. Un escenario más amplio (se vio en la sala 2 de la Nave Cultural) y otra puesta lumínica hubiese beneficiado la visión de los dibujos coreográficos y la labor del numeroso elenco, que se luce íntegro en el baile de máscaras. La versión completa de este espectáculo se estrenó en la enorme sala 1 del mismo complejo y sería auspicioso que se reponga.

Ninfa, de la Compañía Ninfa, de La Plata, impregnó de misterio el escenario. Fue otro de los momentos clave del festival. Ideada y dirigida por Bianca Lerner, lo que comenzó como un trabajo de tesis derivó en esta bella propuesta que alterna potencia y delicadeza de la mano de lo que -a priori- se nos presenta como una manada de primates. Las piernas femeninas son el pedestal sobre el que se erigen seres enfundados en tapados. Dos tramos, dos pieles contrastantes. Piel, pero también pelaje. Todo en uno, lo bárbaro y lo civilizado. El instinto y lo aprendido. Lo individual y lo gregario se cruzan en la búsqueda del liderazgo, la pareja o, ni más ni menos, la lisa y llana comunicación. La cuestión de piel, o de pieles, se puede interpretar en más de un sentido. Mostrar una para escamotear la otra. Cubrir una con otra. Protegerse o jugarse. Revelar la propia identidad, sin descubrirla del todo. Ninfa abre el juego en varias direcciones. O capas, pieles que hacen detonar la imaginación e interpretación del espectador.

Rhea Volij es una asidua visitante de Mendoza. Ha estado presente en el contexto de este festival, pero también en otros eventos. A ella le debemos mucho de lo visto por aquí sobre butoh. Y también esto último: La trampa del paraíso perdido. Un contenedor -y también usina- enorme de energía. Tres cyborgs (Popi Cabrera, Malena Giaquinta y la misma Volij) se adueñan de un paisaje extrañado. A lo poco que queda de bucólico se lo va comiendo la industrialización tecnológica, hecha imagen, pero también sonido. Queda un retazo de césped y unas pocas frutas, que de tan naturales parecen artificiales. El metal recorta el espacio, el aire, el movimiento. Lo físico, y los físicos, se someten al rigor de una cuadratura. Es la dictadura de la técnica. Y ahí: elles. Seres sin marcas personales visibles. De una perfección única. Lustrosos, calculados y calculadores. Una visión tan bella como intimidante, donde se entrometen los zapatos con taco desde una patética ternura. Como espectadores, caemos inevitablemente en la trampa del paraíso perdido. No podemos sustraernos a los impactantes patrones de movimiento, a lo visceral encorsetado, al escueto pero riguroso vestuario y a una banda de sonido ad-hoc, creada por Patricio Diego Suárez, también co-director de la propuesta. Excelente.

El festival desandó durante sus tres días, tres espacios: El Galpón, La Nave Cultural y el Teatro Independencia. Por esos sitios también pasaron el Colectivo de Arte Limonas (Mendoza), Volarte Circo (Mendoza), Liza Rule Larrea (CABA), Veraluz Teatro Danza (Mendoza), Tamia Azul Rivero (CABA), Compañía La Ferviente (La Plata), Compañía Artística N/N (Mendoza), y el ya habitué Colectivo de Arte La Vitrina (Chile). Las calles, en tanto, fueron ilustradas por otros tantos colectivos o individualidades de la provincia (Capital y San Rafael), Chile y La Plata.

Justamente, desde la capital bonaerense arribó el grupo Calle 46, Compañía de Danza Contemporánea de la Asociación Sarmiento. Lo hizo con jugada triple. La obra para calle Wanza y los espectáculos de sala Il buco y Tintarella, ambos montados la última noche en el Independencia y cuya coincidencia en “lo italiano” tal vez derive -especulamos, simplemente- del apellido de una de las directoras, Laura Cucchetti. La otra es María Juliana Reisner (siempre siguiendo el programa de mano del festival).

Il buco (El agujero) nos incorpora de movida en su mundo. La imagen de seis criaturas sujetas al suelo, enraizadas con sus impactantes pollerones y condenadas a un movimiento limitado, sorprende y, a medida que nos adentramos, conmueve. Estamos frente a un bosque semi-animado, donde la belleza de los cuerpos adquiere un matiz desesperante, donde hay una pugna entre la energía humana y la terrestre. Como contrapartida a esos seres condenados, la presencia de múltiples figuras que representan la alegría, el movimiento ilimitado, la libertad. Y también la piedad, la compasión, la amistad. El espectáculo se hace largo en función de las múltiples variaciones que se ensayan en el encuentro de estos dos mundos. La excelente banda sonora, las adecuadas luces, que dan una coloración mágica al asunto, y los dúos que se establecen entre estos seres tan disímiles, más allá de las coreografías grupales, sostienen hasta el final la calidad de la propuesta. Pero la síntesis no deja de golpear a la puerta de este cuento de tintes feéricos, que apuesta a una amplia gama de emociones.

En Tintarella, por otro lado, Calle 46 puso toda su vitalidad y colorido al servicio de una selección de canciones populares italianas que evocan una postal playera de antaño, donde todo es alegría y frescura, y de una abierta puerilidad, como lo demuestra el tema que abre la seguidilla: Pinne fucile ed occhiali, de Edoardo Vianello. No podía haber un mejor cierre para el festival. Bien up, bien hermoso, romántico, con juguetonas coreografías y el (siempre) eficaz uso de sombrillas multicolores para crear figuras que acompañen la danza. Entre clásicos como Tintarella di luna, Alla porte del sole o Mambo italiano, otra edición del festival quedó para la historia.

Pero claro, el festival terminó pero esta nota aún no. ¿O acaso se puede cerrar obviando a uno de los mejores espectáculos? Hablamos de Columbario, un idea de la compañía colombiana Maldita Danza, con coreografía y dirección de Jorge Bernal. Un relato visual donde el interés siempre es creciente y sus artífices (Santiago Marino, María Eugenia Vallejos y el propio Bernal) nos hipnotizan con sus destrezas y sutilezas, en un recorrido donde el aroma de la danza clásica se fusiona con el del arte oriental, generando un exquisito perfume original, propio de la propuesta. Los cuerpos están sujetos a las transformaciones propias del devenir vital, pero también a las exigencias de lo cultural, lo ancestral, lo ritualista. La carne se retuerce, así como se estiliza. El sonido puede ser una distorsión o también el canto de un ave. Una luz amarilla inunda el ambiente de un carácter ultraterrenal. Los personajes llevan la vida y la muerte bordada (no ya en la boca, como diría Serrat), sino en todo el cuerpo. El espectáculo funciona de punta a punta, controla su tiempo, su dinámica, y tiene en sus momentos dramáticos, teatrales, la carga apropiada de una tragedia en ciernes. Los tres artistas están estupendos. Y, ¿por qué no?, también podría haber sido un buen cierre para esta 24° edición.

 

 

Fotos (de arriba hacia abajo): Ninfa, La trampa del paraíso perdido, Tintarella y Columbario.