Parasite: puro entretenimiento, pero del bueno

15.02.2020 22:27

Por Fausto J. Alfonso

 

Para que una comedia funcione, todos sus personajes, en algún punto, deben tener un déficit intelectual. Eso ayuda bastante a la hora de que las bromas, trampas y traiciones resulten eficaces y (en ese contexto) verosímiles. En Parasite, todos y cada uno de los personajes poseen ese déficit, y más que marcado. Por eso, el film del coreano Bong Joon-Ho resulta una entretenida y delirante comedia. Nada más y nada menos que una muy buena comedia negra a la que las interpretaciones socio-políticas-filosóficas le quedan bastante grandes.

Pero el empuje que le han dado los premios (sobre todo la Palma de Oro en Cannes y los cuatro Oscars) de algún modo obligan a interpretarla como una nueva vuelta de tuerca sobre la lucha de clases, como una alegoría sobre los problemas que aquejan al hombre contemporáneo, como una radiografía de la desigualdad, la pobreza, el condicionamiento social y otros tantos temas rimbombantes que dan para una interminable sarasa. Y muchos se olvidan que se trata de un film “de entretenimiento”, muy bien perfilado desde sus primeros minutos. Parasite capta, atrapa de entrada, y ése es su mérito.

La película se centra en un grupo de embaucadores de clase baja (padre, madre, hijo, hija), que tratan de sobrevivir literalmente “de arriba”. Habitan en un semisótano mugriento, desde donde intentan robar alguna señal de wi-fi y se da a entender que vienen de unos cuantos fracasos comerciales. Todo su mundo está atravesado por el absurdo y nada de lo que hacen, dicen o piensan se puede tomar muy en serio. Ni siquiera en sentido metafórico, ya que hasta el mismísimo hijo del grupo se toma en solfa ese recurso tan cinematográfico al repetir más de una vez: “Esto es tan metafórico…” Como para no darse cuenta que la película es, sobre todo, un chiste.

El caso es que esta familia de lúmpenes-filósofos, parientes orientales de Diógenes y el linyera, se infiltra escalonadamente en una familia acomodadísima, asumiendo roles de servicio, a través de ardides lo suficientemente disparatados para demostrar el grado de estupidez que les cabe a los ricos.

Esos timadores no cumplen con ninguno de los requisitos a los que el cine nos tiene acostumbrados para el rol: carisma, perversión y/o distinción. Depende del film que se trate, esos aspectos se subrayan más o menos. Por ejemplo, hay sobre todo carisma en los protagonistas de Borgman (Alex van Warmerdam); sobre todo perversión en los de Funny game (Michael Haneke); y sobre todo distinción en los de No va más (Claude Chabrol), entre otros miles de ejemplos. Pero todos tienen en común el querer aprovecharse de aquellos que más tienen, variando el para qué.

Los integrantes de la familia Kim no son carismáticos, ni perversos ni distinguidos. Pero son muy buenos actores (como lo son los que los interpretan) y tienen labia. Son verdaderos artistas del fraude y del manejo de las emociones. Por eso pueden mostrarse carismáticos y distinguidos, y llegado el caso, mostrarse lo perverso que sea necesario. Entonces se las arreglan. Y la farsa funciona.

Los Kim dan con la familia Park y lo que se anuncia como un bienestar eterno. Claro que la estrategia colonizadora encuentra un límite en las propias torpezas del grupo invasor y el gran golpe se empieza a complicar y también a caer en algunos lugares comunes. Como el enfrentamiento entre pobres aún cuando los ricos no hayan hecho nada para propiciarlo (excelente la riña en cámara lenta al son de In ginocchio da te / De rodillas ante tí). Pero así es el destino.

A diferencia de los pobres y brutos de Buñuel, los feos, sucios y malos de Scola, o hasta el Boudu de Renoir, que son lo que son y no pretenden ser otra cosa, los marginales de Joon-Ho nunca se muestran ante los demás cómo son. Fingen todo el tiempo (atenti a los ensayos que hacen en su sucucho) y tienen una idea -precaria- de querer ser otros, aunque para ello haya que ir fraguando ciertas cosas por el camino. “Estoy orgulloso de ti”, le dice el padre a su hijo, mientras éste esgrime un certificado universitario trucho que lleva como aval a su nuevo empleo.

El director le sigue el juego (le da los gustos) a los pobres, pero también a los ricos, pese a que son engañados con tanta facilidad y tienen una falta de talento para todo que pareciera que son y se hacen. Porque Joon-Ho sabe muy bien lo que, del otro lado de la pantalla, quieren ver ricos y pobres. Por eso su propuesta es tan demagógica como eficaz, con muy buen sentido del ritmo y de las elipsis, saltando rápidamente de una cosa a la otra, no dando tiempo para detenerse mucho en los porqué (porque a veces ni los hay) y dejando satisfechos a populistas y liberales, con un empate que beneficia a todos. Porque… ¿quién ridiculiza a quién? Dada la estupidez de todos, es el cineasta quien ridiculiza a todos, aunque en la platea la mayoría se muestre satisfecha, con una parte que disfruta la desgracia a media de los ricos y otra que hace lo propio con el triunfo a medias de los pobres. Claro que están las excepciones de siempre, y para algunos críticos, como Ángel Faretta, el film es lisa y llanamente una porquería.

Cuando el disparate llega a la hora y diez pareciera que la cosa se va a poner seria, pero por suerte no. Hay más violencia, eso sí. Pero la comedia negra sigue su rumbo, alimentada además por algo de slapstick (hay caídas y golpes muy aparatosos, muy coreanos). No surge nada que ponga en peligro la irreverencia del guión, que desemboca, como no podía ser de otro modo, en un descontrol total.

La lujosa casa de los Park, ideada por un exitoso arquitecto no egipcio, recuerda a la de la ya citada Borgman, sobre todo cuando la cámara toma su vidriada fachada. Su atmósfera fría y su ambientación lustrosa es todo un convite a la contaminación que conllevan los pobres Kim, cuyo olor es determinante a la hora de plantear las diferencias de clase y el destino de la trama. La música (Jaeil Jung), por momentos con ínfulas de excelsa, contribuye a ironizar las situaciones; o a puntualizar el suspenso cuando se apacigua.

Parasite no es una película muy crítica, como se la pretende hacer pasar, ni demasiado ambigua o misteriosa. Todo está a la vista y los últimos diez minutos son bastante explicados. Hay giros demasiado abruptos, todos los celulares son sumergibles, los perros demuestran su obsecuencia y los escondrijos abundan, tanto bien construidos como improvisados. Tiene una estructura narrativa clásica, lo cual seguramente fue determinante para la Academia y se ve que nada está hecho con pereza o al tun tun.

Pero está claro que se trata de una película en donde la pobreza no duele ni la riqueza indigna. Nada llama al desasosiego ni a la desesperanza. Cosa que tampoco está tan mal ante tanto bodoque con bajada de línea.

 

Ficha:

Parasite (Gisaengchung, Corea del Sur, 2019, 132’). Dirección: Bong Joon-Ho. Guión: Bong Joon-Ho y Jin Won Han. Música: Jaeil Jung. Fotografía: Kyung-Pyo Hong. Intérpretes: Song Kang-ho, Choi Woo-sik, Lee Seon-gyun, Jang Hye-Jin, Cho Yeo-Jeong, Park So-dam, Par Seo-joon, Lee Jeong-eun y Park Keun-rok.