Podestá cumple, Los Santos dignifican

01.10.2022 14:00

Por Fausto J. Alfonso

 

RESISTENCIA, Chaco. 36° Fiesta Nacional del Teatro. Aun no se instaló el brutal calor preanunciado. Pero se insinúa su cercanía. A cambio, se advierte el típico fervor que la comunidad teatral -público, artistas, periodistas- suele generar en el marco de este tipo de encuentros. Entusiasmo que siempre va de menor a mayor y que renueva las expectativas de intercambio, aprendizaje y festejo. Y que deriva en un inevitable balance de fortalezas y debilidades. Es decir, en un diagnóstico acerca de cómo se encuentra el teatro argentino en su conjunto y, específicamente, en cada provincia. A sabiendas de que no nos reunimos a ver, necesariamente, “todo lo mejor” (algo tan improbable, como fortuito, utópico e ingenuo), pero asimismo convencidos de que las gratas sorpresas pueden estar a la vuelta de la esquina.

A propósito, una de las sorpresas que en su segunda jornada deparó esta 36° Fiesta Nacional del Teatro fue Podestá, un espectáculo cordobés evocador de los orígenes de la escena nacional, interpretado por Gisela Podestá, descendiente de la mítica familia responsable de aquellos comienzos, y escrito y dirigido por Yanina Frankel y Rosalía Jiménez. Tan simple y puro en su concepción y diseño, como sentido y didáctico a la hora de la reflexión, Podestá nos confronta con una payasa exacerbada, tan contemporánea en su lenguaje verbal como tradicional en sus rutinas físicas.

Que la actriz esté pasada de rosca todo el espectáculo no minimiza (al contrario, valora y potencia) el recuerdo de aquellos esforzados pioneros. La sonrisa, y también la carcajada, se transforman en el mejor homenaje. Objetos e ideas concretas, explotadas al máximo y con ligeras variaciones, hacen de Podestá una apuesta muy entretenida, que luce aceitada y en donde la nostalgia no cede al melodrama. Para el público más informado, lo connotado (en relación a diferentes episodios de la historia del teatro nacional) agrega un apreciable plus. Añadido que alcanza al mismo espacio en que se montó la propuesta, la Sala 88, víctima hace poco de un incendio y hoy reconstruida en su totalidad. Tras la función, y en un cálido rincón del hall, se pudo apreciar una mini-muestra con objetos, recortes y chucherías varias vinculadas a la familia Podestá. Un toquecito hermoso.

No tan hermosa fue la puesta chubutense La bendición, escrita y dirigida por Silvia Araujo. Las fallas del espectáculo son varias. Primero, la presunción de ser tan actual (en su tema) como transgresor (en su forma). Segundo, una actuación tan afectada y caricaturesca (Alfaro Valente) que recuerda a ciertos personajes masculinos amanerados del mal cine argentino de los ’70. En este caso, además, aniñado y con su potencial femenino cooptado por sensiblerías y frivolidades. Y, además, con exabruptos incomprensibles que interrogan al espectador luego de hacerlo transitar por banalidades varias. Tercero, una producción general que quiere enrolarse en una estética kitsch, pero que no se define del todo y que, por otro lado, intenta integrar al público con más insistencia que ingenio (algunos se dejan integrar por piedad). El vínculo de lo personal (una persona en su tránsito al cambio de género) con lo histórico-social (la visita de Lady Di a la Patagonia) es tan endeble que, aún habiendo sido real, resulta tan caprichoso como inverosímil en términos teatrales. Para colmo de males, La bendición se hace eterna. Mejor morir en pecado.

Eterna se insinuaba también Los Santos, puesta neuquina con recursos de circo y teatro de objetos. Sin embargo, a poco de su comienzo las dudas se disiparon y nos encontramos con dos estupendos actores -Claudio Inferno y Eleazar Fanjul- cuya gestualidad y trabajo físico general (remedando a una pareja heterosexual hecha añicos por la rutina) resultaron atrapantes. Algunos pocos elementos, sobre todo vasos y botellas, permiten al dúo multiplicar situaciones de equilibrio y malabar para ilustrar pliegues y matices de esa relación que huele a podrido. Grotescos en sus muecas y en sus escasas verbalizaciones, y de reacciones sorprendentes, los personajes por suerte no son tan santos y sí muy eficaces en su relación entre sí y en lo que generan hacia el público. Según la ficha técnica, dirigió el danés Karl Stets, pero la dirección y producción general pertenecen a Vilma Echeverría.

El espectáculo infantil estuvo presente con Ana y Wiwi (C.A.B.A.), con dramaturgia y dirección de Lorena Romanin. Una historia que se edifica en su totalidad sobre la base de la ternura entre una niña de 10 años (la carismática actriz Luciana Grasso) y un ternerito que se autobautiza Wiwi. Se trata de una historia campera, con música en vivo (Yacaré Manso) y escenas que se reciclan en la búsqueda de un efecto de acostumbramiento/complicidad con el público más chico. El resultado no está mal y el dichoso tema de “los valores” (amistad, solidaridad, tolerancia) zafa. Claro que hilando fino, se pueden objetar cuestiones que hacen al vestuario, la escenografía, la continuidad entre escenas, etcétera. Aspectos que la gracia de los muñecos y su acertada manipulación sofocan en gran medida. Como en Los Santos, la palabra es accesoria, y aquí se expresa solo en las canciones y a partir de gemidos, sollozos, risas, onomatopeyas e interjecciones. Solo las justas y necesarias. Mejor así.

 

Fotos (gentileza INT): Podestá (arriba), Los Santos (abajo).