Promesas que se pierden en el camino

11.10.2017 09:08

Por Fausto J. Alfonso

 

Invitados al escenario para ser fisgones de un doble crimen, los espectadores se entusiasman con el thriller que se viene. Algunos más que otros, es cierto. Parecen ser los que todavía no pueden soltar la copa de vino de la previa (aunque este dato habría que chequearlo bien). El caso es que allí, a escasos centímetros, la gente ve que está todo lo que debe estar para la ocasión: los cuerpos cubiertos, una pistola, los paramédicos, el inevitable periodista entrometido, la presencia policial, la cinta cercando la escena…

Pero ya en sus asientos, el público descubre que el disparador (valga la expresión tratándose de lo que se trata) es un anzuelo demasiado prometedor. Porque se encuentra con que no hay demasiado para contar sobre semejante tragedia. Hay una idea, un punto de partida. Pero no hay dramaturgia: no hay desarrollo ni profundidad. Los personajes son planísimos, como las relaciones entre ellos y como la intriga, que puede resumirse en tres líneas. Sí, hay una estructura -¿“minimal”, podríamos decir?- que permite que aquella idea se presente de tres modos distintos.

Esas tres opciones dan el pie para sendas secuencias coreográficas, esmeradas, enérgicas, donde todos los bailarines se lucen por igual en una lucha intensa, casi cinematográfica. Este aspecto, junto con la música (original de Diego Navarro) terminan sosteniendo el ritmo del espectáculo, aunque transformándolo en otra cosa, muy lejos de lo que se insinuaba.

Presagio se trata de un extraño caso donde lo complementario se impone por sobre lo principal. Esto no debería extrañarnos si consideramos que su director general (Adrián Costanzo) es básicamente coreógrafo, lo que lo ha llevado seguramente a cargar las tintas sobre la danza olvidándose de la promesa de contar algo. Así, el exceso de movimiento y la música al palo durante casi todo el espectáculo, dejan al descubierto la pobreza de la historia y también de las actuaciones masculinas (Lautaro Postigo, Andrés Rodríguez, excelentes bailarines). En tanto, la protagonista femenina, Nutria Marina (a.k.a. María Balanza), defiende bien su escaso texto y confirma sus privilegiadas dotes para la acrobacia y las escenas donde manda la fricción.

Desde hace un tiempo relativamente corto, dos años digamos, el teatro mendocino viene intentando codearse con el thriller, vaya uno a saber por qué. Lo ha probado de distintos modos y con diversos resultados. A veces mixturándolo con el terror; otras con la comedia negra o con lo surreal. Lago rojo*, 75 puñaladas, El pánico, La mentira, Paisaje, La casa 13… se han ido sumando. Ahora, Presagio hace su aporte, con lo coreográfico como diferencial, pero también como mayor y, tal vez, único atractivo.

Por otro lado, más allá de la calidad de la danza, producto de entrenamientos y ensayos evidentemente rigurosos, el rol del cuerpo de baile como “figuras acosadoras”, “tomadas de una pesadilla”, es cuestionable desde lo estético. No quedan claros los cambios de vestuario, aquello que quieren representar ni la intención de las variaciones. Salvo que se trate de una obra dadá (y claramente no es éste el caso), toda experiencia artística debe poseer una coherencia interna, responda a la estética que responda y por más autónoma que sea de la realidad visible. Lejos del punto de partida, el resultado final es una gran muestra coreográfica “intervenida” por una trillada mini-historia de pareja destruida. El presagio incumplido era otro: una historia sólida intervenida por el baile.

 

* Escrita y producida por Martín Chamorro, quien en Presagio oficia de productor general y director de actores.

 

Ficha:

Presagio. Producción general: Martín Chamorro y Agostina Scifo. Dirección general: Adrián Costanzo. Intérpretes: Nutria Marina, Lautaro Postigo, Andrés Rodríguez, Antonella Aballay, Tatiana Martinez, Sofía Manzano, Carolina Canitrot, Ailén García, Agostina Scifo, Aldana Pazzaglia, Maxi Micheas y Enrique Rodríguez. Coreografía: A. Costanzo. Dirección actoral: M. Chamorro. Música original: Diego Navarro. Escenografía: Lorena Baldín. Iluminación: Luciano Cortez. Extras: Pablo Gordon, Paula Manzano, Azul Mercado, Luciana Quiñones, Leonardo Fernandez, Camila Velardes, Valentina Godoy, Sol Scifo y Rodrigo Cherubini. Sala: El Galpón Cultural, Damián Hudson 250, Mendoza. Función del 07-10-17.