Propuesta atrapante, pero abierta a reajustes
Por Fausto J. Alfonso
La manipulación es un arte. Quienes mejor lo saben y ejercen, hasta lo literal, son los titiriteros y marionetistas. Pero también, es una demostración de poder, donde se vuelcan las ambiciones y las frustraciones de quien lo ostenta. De una y otra cosa habla El camión[1], que bajo la dirección de Gustavo Cano se estrenó en la Enkosala Gladys Ravalle en el marco del XVI Encuentro de Teatro por la Memoria. Mujeres de Fuego Mujeres de Nieve. Un mega festival que reúne más de una treintena de obras locales, nacionales e internacionales, mayoritariamente de muy buen nivel.
La obra de Ernesto Marcos[2] propone un inteligente juego de estructura cíclica, en el que pesa una encrucijada: si no fuésemos guiados (de cualquier modo), ¿estaríamos capacitados para trazar nuestro propio camino? Sabido es que la falta de certezas genera malestar. Si eso lo trasladamos a todo lo que nos queda por delante, a lo que se suele llamar futuro, ¿cómo enfrentar la situación? Y en eso andan los personajes de El camión, buscando un camino por las propias, al tiempo que agitan sus brazos en señal de auxilio.
La propuesta, desde lo literario, es lo suficientemente ambigua para captar el interés del espectador, sumergiéndolo en una cotidianidad que se vuelve más y más extraña sin desprenderse del todo de una apariencia conocida. Cano hace, desde la puesta, un correlato de eso, y permite que el espectador se vaya asombrando desde los detalles, sin apelar a excentricidades ni volantazos, pero ayudado por un juego lumínico criterioso y algunos efectos sonoros que, sumados a la música original, refuerzan el misterio. El resultado es un ida y vuelta entretenido y denso, entre los personajes, y entre la obra y su público.
Pero pese a este entendimiento entre palabra y acción, hay algo que, a diferencia de esta última, que por momentos desconcierta para sumar intriga, desconcierta sin sumar intriga. Y es la decisión de incorporar bandas sonoras de populares series de los ’80. ¿Nostalgia? ¿Ironía? ¿Aventura? ¿Las tres cosas y quizás algo más también? Puede que sí (a todo), pero a la hora de su irrupción, esta música genera un anticlímax absolutamente innecesario, “sketchificando” (valga el neologismo) la escena. El momento de evocación al querido y peludo Alf, por ejemplo, desencaja el relato aunque intente justificarse con esa necesidad de buenos momentos que tienen los personajes. Así, los engranajes tienen que reacomodarse cuando estaban bajo el dominio de la fluidez.
Esa elección, sin dudas de riesgo, frivoliza un poco la propuesta, que tiene tantas otras cosas para decir. Porque de ese entramado universal de escritores y personajes que se deja entrever, donde el destino y el azar hacen esgrima, se desprenden interesantes reflexiones o apuntes sobre la responsabilidad de ser libre; el temor, la psicosis y la necesidad de estar armado; el miedo a la mediocridad; ironías políticas en torno de “la educación superior” y la “salud permanente; y hasta la idea vana de que la plata lo soluciona todo (concretamente, en la historia el loto sería la salvación). El control… El poder… La seguridad… El dinero…
Y hablando de plata, hay que darle crédito a los actores, que se desempeñan con corrección, pero seguramente se afianzarán aún más con el paso de las funciones. Sus personajes, verdaderas piezas de un mecanismo gigantesco, son ideales para analizar desde lo actancial. Juan Forconesi y Cristian Bustos, seguidos en un discreto segundo plano por Karim Pabst, entienden el cruce entre realismo y fantasía al que ingresan y están sometidos, tras el prólogo pantomímico que abre El camión. Y trabajan, con un humor entre morboso, homoerótico y sutil al mismo tiempo, otro aspecto de la historia: la necesidad de compañía. Hay una parcela del espectáculo abonada por insinuaciones, dichos a medias, entre dientes, sobre el deseo y el amor, en el pasado y en el presente. Un aspecto inquietante del asunto que cobra relevancia absoluta sobre el final.
Augusto Obligado y Rodolfo Olivetti, personaje y autor con nombres karmáticos, se cruzan en una especie de parador, arropados por un significativo vestuario, propio de un paisaje distópico. Entre ellos se establece una mutua dependencia, aunque también la necesidad primaria de ser libres. En síntesis, por debajo de lo que se ve y discute, late el mentado efecto mariposa. La mínima decisión que tome un personaje puede cambiar el mundo, afectarnos a todos, empezando por quienes estamos en la sala, siendo escritos como público. Vaya a saber por quién.[3]
Ficha:
El camión. Autor: Ernesto Marcos. Elenco: El Enko Compañía Teatral. Intérpretes: Cristian Bustos, Juan Forconesi y Karim Pabst. Música original: Sebastián Millán. Vestuario: Camila Cereda. Escenografía y diseño de utilería: Maimará Braccamonte y C. Bustos. Diseño de luces: Diana Moyano. Musicalización: G. Cano. Dirección: Gustavo Cano. Sala: Enkosala Gladys Ravalle (Alte. Brown. 755, Godoy Cruz, Mendoza). Función del 11-04-18.
[1] Previas a ésta, existen tres puestas porteñas de El camión: 1999, 2001 y 2003. La del 2001, dirigida por Pablo Inza, fue elogiada por la crítica Nina Cortese en el diario Ámbito Financiero. Allí, la mendocina destacó la pieza/puesta, entre otras cosas, porque abría “un nuevo camino teatral” y porque se refería a “una realidad que a veces no alcanzamos a ver, pero que opera en nuestra vida”.
[2] Prosa-icos Ediciones (Buenos Aires) editó en 2013 Hasta aquí y ahora, un atractivo volumen que suma 20 obras de Ernesto Marcos, correspondientes a un período de 20 años: 1992-2012. Los interesados pueden encontrar allí, abriendo la secuencia, el texto original de El camión.
[3] Al espectador inquieto se le sugiere el visionado de Ober (Camarero), el excelente film del holandés Alex Van Warmerdam, con el que se pueden trazar hermosos paralelismos.