Propuestas diversas, con una invitada de lujo
Por Fausto J. Alfonso
RESISTENCIA, Chaco. 36° Fiesta Nacional del Teatro. Salta, Buenos Aires, Córdoba, Santa Fe y C.A.B.A. fueron protagonistas de la sexta jornada de la fiesta, aportando una mixtura nada desdeñable de estéticas, recursos y técnicas. Entre otras actividades, también se presentó el libro Teatraria, de Susy Shock, se realizó un encuentro por la Ley Nacional del Teatro y se homenajeó a Osvaldo Dragún en el mítico Fogón de los Arrieros.
La maratón de obras que le tocó en suerte a un buen grupo de inquietos/as periodistas del país, arrancó con Paraná porá (Salta), la conocida obra de Maruja Bustamante acerca de dos mujeres -La Gringa y La Polaca- de temperamentos contrapuestos, pero también con muchas cosas en común, incluido un pasado con un tal Santo. La Gringa está embarazada. Las mujeres navegan por el Paraná, van un tanto a la deriva, escapando hacia algo incierto, pero que se supone mejor.
La teatralidad del espectáculo arranca muy bien con su fuerte dispositivo escénico: una barcaza endeble pero encantadora, en medio de un mar que evoca la libertad, el peligro y las alucinaciones. Pero el relato -que ha sabido de versiones más convincentes- no termina por despegar nunca. A su riqueza visual le falta el acompañamiento de marcaciones más férreas, que les permita a las actrices (Natalia Aparicio y María Morales Miy) llegar a fondo en los momentos de intimismo y también en aquéllos donde priman la garra, la impotencia o la indignación. Paraná porá es un texto que refleja la intensidad de ser mujer, pero que acá navega como un reflejo a medias. Dirigió Claudia Peña.
De Buenos Aires llegó Mundo Bilina, dirigida por Omar Álvarez y Micaela Picarelli, a partir de un texto de Cristian Palacios, quien también es el único y polifacético intérprete. El actor, enfundado en un inexplicable atuendo a lo Inspector Gadget, se multiplica en los roles de relator, de la niña Bilina y de todos los que la rodean: familiares, amigos, enemigos, etc. Pero los co-protagonistas tangibles del asunto son los objetos. Que conforman un verdadero arsenal antropomórfico, creativo y funcional.
Mundo Bilina es un universo disparatado, pero que apunta a cuestiones claras, como la aceptación del otro, el integrarlo (y a la vez integrarse) a partir de estrategias múltiples. Colorido, absurdo y de un humor que puede ser leído diferente de acuerdo con las distintas edades, es un espectáculo apropiado para el clan familiar. Palacios es efectivo con su propio cuerpo y en la manipulación de tanto material, así como carismático y hábil para generar climas. Bilina, en tanto, es una niña tan distinta como el monstruo que se atreve a domar. Hacer añicos el mundo está entre sus planes. De buen ritmo, la propuesta no tardó en interesar al público.
Ahora, si a la fiesta le estaba faltando un toque romántico, éste llegó inesperadamente de la mano de Paco Giménez (Córdoba) y su No soy un robot. Un show músico-teatral que, como de quien viene, está recargado de irreverencia y sarcasmo. El título anticipa la pasión, la sensibilidad de un personaje que se afloja emocionalmente ante viejas canciones que hablan de amores y desamores. Composiciones perdidas en el tiempo, que Giménez reflota para dramatizar con su peculiar estilo paródico, con comentarios sotto voce, gestos que completan (o contrastan) lo dicho y dramatizaciones al borde del disparate. Con Rubén Cirigliano en guitarra y Paula Lombardelli en percusión, Paco juega durante una hora. Los tres pululan por el escenario, como amores desencontrados, sin dejar de ejecutar sus instrumentos, en un mix de triple acento: inglés, portugués y castellano.
La invocación, mientras tanto, fue el aporte santafesino a la jornada. Una obra de Sebastián Roulet, co-dirigida por él y María Flavia Del Rosso. Ambientada en 1920, aunque plagada de deliberados anacronismos, se trata de un espectáculo que, por un lado, reflexiona sobre la soledad y el amor perdido, y por otro, homenajea a ese gran invento llamado radio. De a poco, y de modo un tanto forzado, ambas cosas se conectan hacia un final feliz, pero precedido de varios baches dramáticos y reiteraciones innecesarias.
El humor es irregular y la atención se resiente por eso y por actuaciones no del todo aceitadas. El interés va y viene, como van y vienen las referencias a la política, el progreso y lo metafísico. Un revuelto de aciertos aleatorios. Eso sí, con algunas curiosidades escenográficas atractivas, como así también lo son las evocaciones vintages a ciertos aspectos de la radiofonía.
Una invitada de lujo
De C.A.B.A llegó como obra invitada Trópico del Plata, con dramaturgia y dirección de Rubén Sabbadini y una notable performance de la actriz Laura Nevole. En un contexto de absoluto despojamiento, la historia nos confrenta con Aimé, una mujer cooptada por un tal Guzmán, un cafisho que la somete a un perverso proceso de enamoramiento que termina en una “enmascarada” rutina de explotación. Sola, valiéndose de un par de pelucas y uno que otro elemento, Nevole exhibe sin atenuantes la triste situación por la que atraviesa el personaje, se desdobla en su sometedor, y plantea descarnadamente los ambiguos estados emocionales por los que va pasando.
El inteligente texto escarba con astucia en los mecanismos que el poder utiliza para pegar justo ahí donde alguien no puede defenderse. El uso de la palabra, de “un buen decir” aprendido para la ocasión, que todo lo edulcora y lo falsea, es la estrategia del explotador para lograr avanzar con todo hacia su presa y conservarla en su puño. En el marco de una variante del Síndrome de Estocolmo, Aimé se transforma en un cacho de carne que es ofrendada, una y otra vez, durante los sucesivos “bailes de enmascarados” que organiza Guzmán. Y donde ella, como un elaborado plato, es devorada sin piedad. Puesta a la parrilla es cocificada y cosificada.
Lo de Aimé/Nevole es conmovedor. Su silueta delgada en constante tensión hasta el límite con el punto de quiebre (metafórico y literal), y su discurso sentido, doloroso y tierno, que vibra entre el pedido de piedad y la resignación “amorosa”, no dan lugar a la indiferencia. La actriz maneja cada momento con absoluta experticia. Y con sus relatos recrea y nos mete en un universo sórdido, de disfraces, donde el peso de la palabra ajena doblega la libertad individual. Trópico del Plata es -además de un muy buen espectáculo- polémico, disparador de múltiples debates.
Fotos (de arriba hacia abajo): Mundo Bilina, No soy un robot y Trópico del Plata.